“Yo tuve que hacer la promesa —dijo Vera, con una sonrisa—, pero tenía los dedos cruzados cuando la hice”. A Vera le quitaron sus hijos en 1956 cuando las autoridades del Estado de Utah la obligaron a prometer, para recuperar a sus hijos, que renunciaría a la poligamia. Hizo la promesa, pero la rompió a los pocos días. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días todavía mantiene la creencia del pacto con Dios mediante la poligamia.1
La poligamia es condenada por la sociedad sobre el principio de que el matrimonio legal está conformado por una mujer y un hombre. ¿De dónde viene esta idea? La historia del mundo occidental tiene sus raíces en la Biblia, es decir en el judaísmo y el cristianismo. La historia de los orígenes nos dice que Dios creó al hombre y luego a la mujer: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24).
Este consejo no fue seguido por la mayoría de los personajes bíblicos; la sociedad de aquel tiempo en realidad era polígama. Tanto es así que la ley de Moisés reglamentó la repartición de la herencia cuando se tenía hijos en un matrimonio polígamo: “Si un hombre tuviere dos mujeres, la una amada y la otra aborrecida, y la amada y la aborrecida le hubieren dado hijos, y el hijo primogénito fuere de la aborrecida; en el día que hiciere heredar a sus hijos lo que tuviere, no podrá dar el derecho de primogenitura al hijo de la amada con preferencia al hijo de la aborrecida, que es el primogénito; más al hijo de la aborrecida reconocerá como primogénito, para darle el doble de lo que correspondiere a cada uno de los demás; porque él es el principio de su vigor, y suyo es el derecho de la primogenitura” (Deuteronomio 21:15-17).
En este pasaje bíblico se defiende el derecho del primogénito, aun cuando sea hijo de la mujer no favorecida por el hombre. ¿Por qué razón hemos de condenar como sociedad lo que Dios aceptó implícitamente al reglamentar la herencia del primogénito en una relación de poligamia? La verdad bíblica de la historia de la creación está entrelazada con la historia del pecado y el abuso de un ser humano contra otro; de manera más común manifestada en los abusos del hombre contra la mujer.
Dios siempre estuvo dispuesto a aceptar al ser humano, aun en medio de sus errores. ¿Será que todo lo que Dios permitió es lo mejor para la humanidad? “El les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así” (S. Mateo 19:8). Es obvio que la ley de Moisés que regula las relaciones de la poligamia no representa una declaración de la virtud de esta institución; es más bien una declaración “de la dureza del corazón de ellos”.
En relación al matrimonio polígamo, la mejor pregunta no es si Dios lo permitió. Esta pregunta nos lleva al mínimo aceptable. Es decir, a los valores más bajos e inferiores en relación a lo que el Creador espera de los seres humanos. El divorcio es aceptado por Dios y codificado por las leyes del Antiguo y del Nuevo Testamento (vea S. Mateo 19:8, S. Marcos 10:4 y Deuteronomio 24:1-4). ¿Cómo comprobamos que la poligamia, al igual que el divorcio, representa la aceptación divina de una práctica fuera del plan de Dios? Estas regulaciones no salen del plan divino; salen de la degradación del diseño original, y de la adaptación que Dios acepta como inevitable al enfrentar el pecado de los hombres. Por lo tanto, sugiero que el mejor argumento en contra de la poligamia no es que Dios la condena, sino que no representa el plan original. Es una consecuencia del pecado.
¿En qué es superior el plan original de Dios del matrimonio monogámico respecto de la poligamia? Nos enfocaremos en tres aspectos del matrimonio en los cuales vemos la superioridad de la pareja sobre el grupo. Estos tres argumentos parten de la historia de la creación, al mismo tiempo que son corroborados por la psicología contemporánea. Primeramente, Génesis 1:27 dice: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. La idea de seguir un modelo divino en el diseño del matrimonio está grabada en el concepto de “imagen”. Este término significa el reflejo de un ser en otro ser.
Ser únicos demanda un reconocimiento que exige singularidad. Singularidad en paridad se consigue a través de la relación entre dos iguales que se complementan. Esta complementación exige una danza de poder compartido que ha sido violada de muchas maneras. Los hombres han sido generalmente los que violentan esta paridad, al subyugar a la mujer a un rol de sirviente u objeto para su satisfacción. La Biblia relata el desagrado de Dios por la violencia y el abuso sexual contra la mujer (Deuteronomio 22:25-27). Ahí está el caso de Amnón, hijo de David, y de su hermana Tamar (2 Samuel 13:6-14).
La violación a Tamar tuvo consecuencias nefastas para Amnón y para toda la familia de David (2 Samuel 13:20-33). El Dios Eterno mira el abuso desde su trono, y aunque Dios no interviene en cada caso particular, deja una señal inequívoca de que habrá una intervención final en la que todos los abusadores, violadores y adúlteros, que ven a las mujeres como objeto sexual, recibirán la paga por su transgresión: ¡El juicio de la “muerte segunda” (Apocalipsis 21:8)!
Solo dos pueden ser uno para otro en paridad. Es matemática y psicológicamente imposible ser iguales en una relación de un hombre y dos o más mujeres. Por definición, el hombre estará permanentemente en una posición de superioridad. Será superior a cada una de las mujeres. Estará con una y no con la otra, escogerá una y negará la otra permanentemente. ¡Solo hay uno de él y dos o más de ellas!
Dios creó a ambos a su imagen; varón y hembra llevan la imagen de Dios. No es aceptable someter a uno de los dos a una posición desigual.
La segunda razón para aborrecer la poligamia como un modelo inferior y degradante, que no promueve la felicidad máxima para ninguno de sus miembros, está basada en el concepto de pertenencia. “Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne” (Génesis 2:24). La pertenencia que tenían los padres como progenitores se transfiere a los miembros de la pareja, el uno pertenece al otro en igualdad. Se abandonan las alianzas anteriores para tener una alianza superior, ahora el cónyuge ya no se debe primero a sus padres sino al otro.
Resulta obvio que la familia sigue siendo importante y que los esposos siguen siendo hijos y hermanos; primos y sobrinos. Además se añaden todas las relaciones familiares del cónyuge. En vez de disminuir, la familia aumenta; en vez de minimizarse la interrelación familiar, se multiplica. La idea central no es que solo se pertenece uno al otro, sino que ahora, primariamente, se debe uno al otro. Esta designación divina otorga la seguridad máxima de pertenencia que conoce el ser humano en la sociedad. La entrega de un cuerpo a otro para llegar a ser una sola carne es singular.
Solo se puede entregar singularmente en una relación de dos. No pueden ser singulares y afirmar la pertenecía en una relación de tres o más. La desigualdad de una entrega de tres o más no permite el disfrute completo de una entrega singular. Esta entrega singular asegura exclusividad. La exclusividad significa que uno dejó a todos los demás, incluidos los padres como seres primarios, para entregarse al cónyuge. Esta es la base psicológica de la seguridad de una aceptación incondicional.
El Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos (NIH) publicó un artículo donde declaraba que las parejas casadas son más felices, tienen mejor salud mental y viven más años que los solteros.2 La causa de estas ventajas psicológicas y físicas se encuentra en la relación permanente entre un hombre y una mujer; los que se divorcian y se casan de nuevo no reciben este mismo beneficio. Si bien es cierto que no podemos inferir directamente de este estudio que la monogamia es mejor que la poligamia, sí podemos decir que está comprobado científicamente que la relación singular y permanente entre un hombre y una mujer trae beneficios que no se verifican en otro tipo de relación.
El tercer factor del diseño de exclusividad está definido por compartir los sufrimientos y las penas de esta vida en igualdad y en armonía. La historia bíblica no es inocente de las consecuencias del pecado. La historia de los orígenes señala que el hombre y la mujer fueron advertidos acerca de los sufrimientos que les esperaban.
A la mujer se le dijo: “Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti”. Y al hombre se le dijo: “Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él, maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás” (Génesis 3:16-19).
Génesis 3:16-19
Consecuencias |
Para la mujer |
Para el hombre |
DOLOR: por razones biológicas naturales, el nuevo estado sería de dolor. |
“Multiplicare en gran manera los dolores en tus preñeces”. |
“Maldita será la tierra por tu causa”. |
DOLOR: por razones de funciones humanas, el nuevo ambiente sería hostil. |
“Con dolor darás a luz los hijos”. |
“Con dolor comerás de ella todos los días de tu vida”. |
DIFICULTADES: por razones de relaciones interpersonales, estarían sujetos al otro. |
“Tus deseo será para tu marido”. |
“Espinos y cardos te producirá”. |
DIFICULTADES: por razones de relaciones de poder, estarían bajo el poder del otro. |
“Él se enseñoreará de ti”. |
“Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra”. |
MUERTE: fin “natural” del pecado. |
Ella también muere. |
“Porque de ella [la tierra] fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”. |
Al examinar cuidadosamente las palabras habladas por Dios al hombre y a la mujer, notamos paridad y reciprocidad. Ambos sufrirían dolor, multiplicado por causas biológicas que antes eran indoloras, tales como el acto de procrear y producir alimentos de la tierra. Ambos estarían sujetos a su ambiente, y por ende el uno al otro. ¡Ambos estarían en necesidad de apoyo para enfrentar las dificultades de una vida cuyo fin “natural” es la muerte!
La imagen de Dios en cada uno de los cónyuges, la igualdad de derechos y deberes de uno hacia otro, y la necesidad de apoyo completo y cabal, demandan una relación exclusiva y no compartida. Al no promover cada uno de estos factores, la poligamia disminuye el potencial humano de placer y empatía. Esta disminución no beneficia a nadie; solo se degrada el potencial humano y se potencia el sufrimiento en relaciones conyugales no complementarias. La historia de David testifica acerca de esta realidad trágica.
El autor es profesor de Psicología, Cultura y Religión en la Universidad de Loma Linda, California. La autora es directora del programa de español de la misma universidad.