Tu Padre eterno ha hecho todo para salvarte y quiere tener un encuentro contigo en su día santo.
Uno de los momentos más incómodos de mi infancia ocurría durante las tardes del sábado, el “día del Padre celestial”. Según mi abuela, ese día todo estaba prohibido. No podía jugar, ver televisión, correr ni usar mi bicicleta. Solo me permitía leer la Biblia. Es que en La Paz, Baja California Sur, durante el verano el calor vespertino es agobiante. Las temperaturas alcanzan los 45° C (113° F). Así que en las tardes de sábado yo parecía un león enjaulado, dando vueltas sin saber qué hacer.
Cuando le preguntaba a mi abuela por la razón de las restricciones, con ojos llameantes y rostro cejijunto ella respondía: “¡Porque Dios así lo dice!”
Al llegar a la adolescencia, esa pregunta empezó a taladrar mi cabeza. Me preguntaba qué ganaba Dios con que yo permaneciera como una estatua. Tenía que haber algo detrás de eso. Los años pasaron y, luego de varias lecturas sobre el tema, un día entendí el propósito de la orden divina: “No hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni el extranjero que está dentro de tus puertas” (Éxodo 20:10). ¡Claro! El sábado ilustraba la salvación por la fe en el futuro Mesías, ya que, para ser salvo, no se puede hacer “obra alguna”. Cada sábado los hebreos aprendían de primera mano la gran verdad de la justificación por la fe; es decir, que la única manera de obtener la salvación consiste en aceptar el don del Cielo: “¡Mirad a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay otro!” (Isaías 45:22).
Una forma de entender la salvación
La salvación del pecado se obtiene en Jesús: “Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Jamás ha sido de otra manera ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. La salvación es un don de Dios: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8).
Para la gente es difícil aceptar que, para ser salvo, no se requiere algo más que arrepentirse delante de Dios y aceptar su perdón, porque el orgullo humano es así. Es más fácil recorrer un sendero de rodillas, autoflagelarse o hacer algún tipo de obra que nos haga pensar que hemos “ganado el favor divino”. Pero nada de lo que hagamos, incluso nuestras “buenas” obras, nos conduce a la salvación. Según la Biblia, aun nuestras acciones correctas están infectadas de egoísmo. De ahí que la gracia de Dios sea fundamental para ser salvos.
La palabra griega jaris, que se traduce “gracia”, tiene cuatro significados:
1) Gracia que concede gozo, placer, deleite, dulzura, encanto, amor. 2) Buena voluntad, bondad, favor de la misericordiosa clemencia por la que Dios, ejerciendo su santa influencia sobre las almas, las conduce hacia Jesús. 3) Condición espiritual de uno que es gobernado por el poder de la gracia divina, la prueba de la gracia, el beneficio, la retribución. 4) Gratitud (para beneficios, servicios, favores), recompensa.
La función de las obras
Entonces, si somos salvos por la fe, ¿para qué nos portamos bien? Las buenas obras no son factor de salvación, solo revelan lo que hay en nuestros corazones. Fe es creer y depender de Jesús. A nosotros nos es más fácil portarnos mal que portarnos bien. Por eso dice la Biblia: “¿Podréis vosotros hacer el bien, estando habituados a hacer lo malo?” (Jeremías 13:23). ¿Y qué podemos hacer, entonces?
La salvación es un proceso hacia el pasado, el presente y el futuro. La salvación en el pasado se llama justificación, la cual ocurrió cuando creíste. La salvación en el presente y mientras vivas se llama santificación y consiste en una vida de obediencia por el poder que Dios te da. Y la salvación en el futuro se llama glorificación. Cuando aceptas a Jesús, él te perdona tus pecados (Colosenses 2:13) y así te salva de la condenación del pecado. En la santificación te va salvando del poder del pecado. Y en la glorificación te salvará de la presencia del pecado. Para que este proceso comience hay que dar el primer paso: recibir a Jesús como único Salvador.
En memoria de la salvación
Las palabras del cuarto mandamiento: “No hagas en [sábado] obra alguna”, nos recuerdan que Jesús murió para salvarnos y que esa inactividad solicitada es una ilustración de que nuestras buenas obras no nos salvan. Lo interesante del sábado es su vínculo con la adoración, lo que incrementa la fe, y por la fe recibimos la salvación (Romanos 10:17; Efesios 2:8). Por eso es importante el sábado, “el día del Padre celestial”.
En este mes que conmemoramos el Día del Padre, quiero decirte que tu Padre eterno ha hecho todo para salvarte y quiere tener un encuentro contigo en su día santo.
El autor es director editorial de la casa editora Safeliz, en Madrid, España.