El 26 de febrero de 2012, un joven afroamericano de 17 años de edad llamado Trayvon Martin murió de un balazo en Sanford, Florida. El agresor fue George Zimmerman, un hombre de raza blanca de 28 años de edad. El atacante admitió haber matado al joven, pero afirma que actuó en defensa propia. La muerte de Martin escandalizó al país, especialmente después de que se hicieron públicas las grabaciones de varias llamadas al 911 sobre el incidente, a fines de marzo.1
Los datos salientes del incidente incluyen lo siguiente:
- George Zimmerman era guardián voluntario de la comunidad e informó a la policía que había un individuo sospechoso rondando las casas. Al parecer, Trayvon estaba buscando dónde guarecerse de la lluvia. Cuando la policía le preguntó a Zimmerman si estaba siguiendo al joven, y éste asintió, se le dijo que desistiera.
- El joven estaba desarmado e iba de regreso a su casa luego de comprar un té frío y un paquete de caramelos. Era un estudiante de buenas calificaciones, de un temperamento alegre y amistoso.
- Zimmerman había golpeado a un policía en 2005, pero no había sido arrestado. Desde enero de 2011 había llamado a la policía 46 veces para informar conductas sospechosas. Aparentemente tenía una actitud obsesiva hacia el delito y siempre había deseado ser policía.
Aunque todo incidente puede ser analizado desde varias perspectivas, pareciera que hay algunos asuntos de fondo que contribuyeron a la tragedia. Quisiera proponer tres:
1. El fantasma del temor. En un programa de la cadena CNN, un vecino de la misma comunidad declaró que hubo ocho robos en un período de quince meses. Aunque esta situación no excusa la conducta extrema de Zimmerman, ni la violencia gratuita de las grandes ciudades, ciertamente crea un clima de desconfianza que propicia reacciones violentas ante la posibilidad de un peligro.
La atmósfera de temor creada por el crimen, las noticias sensacionalistas, la abundancia de armas de fuego y el desenfreno del narcotráfico, las pandillas y el abuso, va inculcando una mentalidad de defensa que nos prepara para el contraataque o la huida. Cuando este efecto se combina con desequilibrios mentales y/o un sentido de impotencia, se agudiza la posibilidad de actos inexcusables de violencia.
2. El racismo. El racismo casi siempre se manifiesta en la decisión a veces inconsciente de describir o tratar a una persona según estereotipos ligados a su raza u origen étnico. En el peor de los casos lleva al maltrato y la opresión. En diciembre de 1922, Rosewood, un pequeño pueblo del noroeste de la Florida habitado mayormente por afroamericanos, desapareció literalmente del mapa tras varios días de persecución de parte de una turba de blancos que intentaba hacer justicia por la violación no comprobada de una mujer blanca a manos de un negro. De un pueblecito pintoresco de casitas bien pintadas con flores en el jardín, pasó a ser un pueblo fantasma, señalado únicamente con una placa. No se sabe exactamente cuántas personas murieron, y hasta el presente, muy pocos sobrevivientes han querido hablar de los detalles de lo ocurrido.2
El racismo parte de la ignorancia, la incapacidad de percibir a otro ser humano con las mismas aspiraciones y sueños que los nuestros. Desafortunadamente, la desconfianza hacia una persona de trasfondo o raza diferente a menudo desemboca en rechazo, indiferencia u odio.
3. Las leyes inspiradas en el temor. El Estado de la Florida tiene una ley titulada “Stand Your Ground” [No ceda terreno], que básicamente permite que una persona que se siente agredida pueda atacar con “fuerza letal” e incluso perseguir a una persona que atenta contra su propiedad o su vida. El caso de Trayvon Martin ilustra cómo puede cometerse un acto de violencia injustificada bajo el amparo de una ley de esta clase.
Como creyente cristiano, propongo que debemos buscar en el evangelio conceptos sanos de convivencia y paz. Al fin de cuenta, el profeta Isaías llamó al Señor Jesucristo el “Príncipe de Paz” (ver Isaías 9:6). He aquí algunos conceptos bíblicos pertinentes:
1. Todos somos hermanos. Somos criaturas de un Creador, compartimos la misma sangre y la misma historia de rebelión y sufrimiento, de chascos y sueños. El apóstol Pablo escribió: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28).
2. Nuestro problema universal como raza humana es el pecado. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”, dice Romanos 3:23. Más adelante, la misma epístola dice: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). El pecado es la condición de todo ser humano en un planeta en rebelión contra su Creador, y la única solución se encuentra en aceptar la única salida provista por el mismo Creador: una relación de fe con Jesús el Salvador (ver Hechos 4:12).
3. Jesús restaura nuestra dignidad. Nuestra condición de criaturas perdidas e indignas no tiene por qué definir nuestra identidad. La verdad de la salvación en Cristo nos hace libres (S. Juan 8:32): libres para amar al prójimo, libres para tratar con nobleza y respeto a cada ser humano, libres para enfrentarnos a la injusticia contra otros seres humanos, libres para soñar con un destino eterno en un mundo mejor.
El autor es el director de la revista EL CENTINELA.