En la Biblia se encuentra la gran narración que explica nuestro pasado y nuestro destino como raza.
Permítame contarle algo, una historia de amor que sucede en el marco de un gran conflicto. Es una narración única en el sentido de que todo ser humano participa en ella. Recordar esta historia no es como ver una película interesante en la televisión. En esta historia, usted es uno de los protagonistas. Es un relato interactivo en el que usted puede escoger su destino.
Una promesa
El relato comienza en el mismo comienzo de todo: “En el principio Dios creó…” (Génesis 1:1). La creación de Dios —su forma, su función y su naturaleza— fue caracterizada por la excelencia. l creó a criaturas libres que podían disfrutar de la comunión con él y de la gloria, belleza y misterios de la creación. La ley del amor gobernaba a un universo caracterizado por la armonía y el equilibrio perfectos. Todas las criaturas encontraban su razón de ser en el servicio a Dios y a los demás.
Entonces ocurrió algo sorprendente, sin razón alguna. Una de las criaturas de Dios, un querubín, escogió un camino de autocorrupción que lo llevó a dudar de la integridad del gobierno divino, el orden establecido por el Creador, y el carácter amante y justo de Dios (ver Ezequiel 28:14, 15; Isaías 14:13, 14). Su aspiración central era ser como Dios. El mal y el pecado se fueron desarrollando misteriosamente dentro de él, y el resultado fue un conflicto cósmico, una rebelión contra el Creador. Se hizo todo esfuerzo por abortar la rebelión, pero con el tiempo la naturaleza interna de los ángeles rebeldes quedó totalmente corrompida. Comenzó una guerra: una guerra de ideologías relacionada con la naturaleza del orden universal y la existencia. Un nuevo sistema ético se colocó en oposición a la ley divina. El cosmos ahora era el escenario de un conflicto (Apocalipsis 12:7-9).
En cierto momento, la narración dio otro giro inesperado. Algo sucedió en el planeta Tierra. Persuadidos por las fuerzas del mal de que la voluntad de Dios para ellos era restrictiva y opresiva, Adán y Eva violaron el mandamiento divino y se unieron al enemigo en el conflicto (Génesis 3:1-8). El planeta fue conquistado. La raza humana quedó en peligro de extinción. Pero mucho antes de que hubiese un “comienzo”, la Trinidad creó un plan para salvar a los seres humanos. Cuando éstos anticipaban su desaparición, la solución a su terrible situación los alcanzó en la forma de una promesa: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15).
La raza humana había quedado incapaz de apropiarse de la salvación por sí sola. Dios tendría que tomar la iniciativa. La salvación llegaría por medio de un Descendiente especial de la mujer: el Hijo. La promesa de la llegada del Hijo dominó la trama de la historia desde el Jardín del Edén hasta la Encarnación; y de allí en adelante, la cruz quedaría en el centro de la historia y su desenlace.
El relato siguió su desarrollo en la promesa que Dios le hizo a Abraham: “Serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3). Pronto aprendería que tal salvación era posible únicamente por medio del Cordero provisto por Dios (Génesis 22). El poder del Hijo para salvar habría de alcanzar todas las naciones de la tierra. Esta promesa gloriosa fue mantenida viva en Israel a través del significado simbólico del éxodo (la salida de Egipto) y el sistema de sacrificios que señalaba la muerte sustitutiva del Hijo de Dios. Las actividades diarias y anuales del sacerdote en el templo israelita, representaban la obra de reconciliación y juicio a favor de los seres humanos que habría de hacer el Hijo como el Sumo Sacerdote del Templo celestial. También los reyes eran símbolos o tipos del Ungido, y señalaban la venida del nuevo David, Jesús el Cristo.
Los profetas recordaron a sus oyentes que eran partícipes en un conflicto contra dioses falsos, esperanzas falsas y engaños. Revelaron el plan de Dios de traer esperanza y alegría a Sion. Hablaron de la obra de salvación universal lograda por el Mesías, de la llegada de un nuevo cielo y una nueva tierra, la victoria final sobre la guerra y la muerte de la muerte misma. Isaías les dijo que el Siervo del Señor daría su vida en lugar de los pecadores, llevaría sus pecados, y sería resucitado para gobernar para siempre como el rey mesiánico (Isaías 53).
Daniel vio la venida del Mesías, su muerte en sacrificio, su victoria sobre los poderes del mal, el comienzo de su reinado universal, su función de mediador y su obra de juicio que resultaría en un universo libre del poder contaminante del pecado y el mal (Daniel 2:44, 45; 7-9). El Antiguo Testamento concluye inmerso en esperanza, anticipando el cumplimiento de la promesa del Hijo.
El cumplimiento
¡Entonces sucedió lo prometido! El Verbo se hizo carne (S. Juan 1:1). Un ángel enviado de Dios le habló a una virgen comprometida con un hombre llamado José, y le dijo que tendría un hijo, cuyo nombre sería Jesús, el Hijo de Dios, y que éste reinaría en el trono de David para siempre (S. Lucas 1:30-33). Este era el cumplimiento de la promesa, y un anuncio de la continuación de la historia de la salvación. Dios controlaría el desarrollo de su plan. Las fuerzas del mal no impedirían el reino eterno de Jesús.
El conflicto cósmico sería resuelto por la vida y ministerio de ese Niño. Por medio de su ministerio reveló su poder sobre las fuerzas del mal y la muerte, y el carácter amante y justo de un Dios que había sido acusado injustamente por su enemigo. A través de sus enseñanzas y servicio sacrificado a los demás, Jesús, Dios en carne humana, reveló la naturaleza de la verdad y la esencia amante de la ley de Dios. Al hacerse humano, el Creador hizo ver que la raza humana sería preservada por medio de Jesús y en su persona.
Lo que es sorprendente, según prosigue la historia, es que la preservación de la raza humana ocurrió por medio de la muerte del Hijo de Dios. La Deidad aceptó voluntariamente que así fuese para librar a los seres humanos del enemigo y para desenmascarar la verdadera naturaleza de éste. La cruz fue un campo de batalla para el Hijo de Dios. Satanás vino y utilizó el acto más cruel para quitarle por la fuerza la vida al Hijo de Dios. Pero esto era imposible. Satanás no tenía el derecho de quitarle la vida al Salvador. l era sin pecado y por lo tanto la muerte no ejercía poder sobre él.
Aun así… murió. Su muerte fue muy diferente de la nuestra. Aquel que no tenía pecado decidió hacerse pecado o una ofrenda por el pecado a favor nuestro (2 Corintios 5:21). l era el sacrificio que pagó por nuestros pecados. l experimentó en nuestro lugar la separación total de Dios. Dado que en Jesús las naturalezas divina y humana estaban unidas permanentemente, no era posible separarlas en la cruz. Allí, ambas naturalezas en una sola persona experimentaron la separación de Dios. La desconexión del Hijo de Dios de los otros miembros de la Deidad resultó en un sufrimiento indescriptible, no solo para Jesús, sino también para el Padre y el Espíritu Santo. Por eso Jesús gritó: “Padre, Padre, ¿por qué me has abandonado?” (ver S. Mateo 27:46). La salvación fue lograda en el misterio del desgarre de la unidad divina. Dios voluntariamente asumió responsabilidad por nuestro pecado, y en su Hijo experimentó el castigo correspondiente (2 Corintios 5:19). Debido a que los problemas del mal, el pecado y la muerte eran universales, la historia requería un remedio de alcance universal (Romanos 5:21).
El gran remedio de Dios
La cruz es una singularidad en nuestra historia. Es un evento único y final. El poder para salvación de la muerte de Jesús no necesita ser suplementado. Por eso Jesús gritó en la cruz: “¡Consumado es!” (S. Juan 19:30). En la cruz sucedió todo lo que tenía que suceder para resolver el conflicto cósmico y preservar a la raza humana. Nuestra historia dice que su muerte fue seguida por su resurrección, su ascensión, su coronación, su mediación ante el Padre y la promesa de su regreso en gloria. El relato no terminó en la cruz. l fue resucitado domingo de mañana y centenares de personas lo vieron; también lo vieron ascender al cielo. Allí, ante el trono de Dios, fue nombrado nuestro Mediador (Hebreos 5:5, 6; 8:6).
Su mediación no añade a la cruz. Deriva su significado y eficacia de la cruz. La obra de mediación ante el Padre es un desarrollo del significado de la cruz, una revelación gradual de su poder y eficacia. Permítame usar una frase científica sin referirme a la teoría en sí. La cruz fue la “explosión primordial”, el “big bang” de la nueva creación. Todo elemento del plan divino de la salvación fue comprimido en ese evento glorioso. El significado y el poder de la cruz se está expandiendo constantemente y continuará expandiéndose y profundizándose por la eternidad, según estudiemos el plan de salvación.
La consumación
Para los hijos de Dios, el último capítulo en nuestra historia ocurre en ocasión del regreso de Jesús a esta tierra. Por ahora es una promesa (S. Juan 14:1-3), pero pronto será una realidad (Hebreos 9:28). Entonces nos uniremos a la familia celestial libres de una naturaleza pecaminosa (1 Corintios 15:53, 54). Pero la historia no termina aquí. El conflicto debe tener una conclusión.
A través de la cruz se revelaron la gloria, el amor y la justicia de Dios y allí se resuelve el conflicto. En el juicio final el pueblo de Dios será defendido (Daniel 12:1). Los libros serán abiertos ante el tribunal divino y las fuerzas del mal verán su función en el conflicto cósmico (Apocalipsis 20:11-15). Luego de aceptar que Dios es un Dios de amor, aceptarán su culpabilidad. Y al concluir la historia del gran conflicto, el universo entero, incluyendo las fuerzas del mal, se postrarán ante el Señor y reconocerán que Dios es justo y amante.
Yo soy parte de la historia; yo también estoy de rodillas para proclamar que Jesús es el Señor. Y cuando voltee la cabeza, quiero verlo allí a usted que lee, de rodillas. ¡El conflicto ha terminado! Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva (Apocalipsis 21:1). La historia continuará para siempre, gracias a la revelación del amor de Dios en la cruz de Cristo. En un sentido esta historia es mía y suya, porque Jesús nos incorporó en su historia. Usted y yo decidimos ser parte de la conclusión, unidos a él; el resto de la historia queda en sus manos de amor. La aventura apenas comienza.
El autor tiene un doctorado en Teología y funge como director del Instituto de Investigación Bíblica, con sede en Silver Spring, Maryland.