El 5 de junio se celebra el Día Mundial de la Ecología, proclamado por las Naciones Unidas para destacar el lema: “Muchas especies, un planeta, un futuro”. La sede principal del evento es nada menos que Kigali, Ruanda, conectada en la conciencia pública con el genocidio de la década de 1990, y ahora elegida por sus iniciativas a favor del desarrollo de fuentes renovables de energía y su interés por proteger especies amenazadas como el chimpancé y el gorila de montaña.*
La celebración en Kigali será solo uno de los miles de eventos en todo el globo que celebran el ambiente y proponen que los seres humanos seamos responsables de proteger la diversidad biológica y botánica que enriquece nuestro planeta. Esta responsabilidad se ha agudizado en las últimas décadas por el descubrimiento de que las actividades humanas motivadas por el progreso han destruido gran parte de los bosques, secado las tierras húmedas, consumido tres cuartas partes de los peces comestibles y emitido tantos gases que el clima de la tierra será afectado durante siglos, aun si eliminamos los gases que atrapan el calor.
La variedad de vida en nuestro planeta es más importante de lo que sospechamos. La red de la vida es tan compleja que la eliminación de una sola especie puede tener resultados catastróficos. Ahora mismo, los apicultores en todo el mundo están afligidos por la muerte sin explicación de millones de abejas productoras de miel.
¿Por qué incluimos este tema en una revista cristiana? Porque el cuidado del ambiente es un deber que va más allá del interés por la naturaleza. El calentamiento global y el cambio del clima tendrán un efecto especialmente grave en los países más pobres de la tierra. Además, el cuidado de la naturaleza es una función encomendada al hombre por el mismo Creador. “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra… Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (ver Génesis 1:26-28; 2:15).
Pero, aunque Dios encargó al hombre el cuidado de la tierra, él sigue siendo el Dueño. “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” dice el salmista (Salmo 24:1). Después de muchos siglos de dolor y espera, el mismo Dios que creó la tierra, la redimirá. “Porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (Romanos 8:21, 22).
Cuando Dios concluyó su obra de creación, vio que todo “era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). A pesar de que los seres humanos como raza decidimos vivir desconectados moralmente de él, él ha prometido restaurar la creación a su estado perfecto y a su relación estrecha con el Creador. Mientras tomamos decisiones responsables respecto del ambiente, elevemos la oración que Jesús enseñó a sus discípulos: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (S. Mateo 6:10). Y recuerda que la redención del planeta incluye la salvación de tu alma.
El autor es director de EL CENTINELA.