Las Naciones Unidas prestan atención a temas de interés internacional: educación, salud pública, y asuntos políticos, militares y culturales. Como parte integral de las Naciones Unidas, la UNESCO se preocupa por la promoción de lo que concierne a la ciencia, la educación y la cultura.
Se considera que el conflicto humano más común se funda en las diferencias culturales que se manifiestan en creencias religiosas, estilos de vida, o la visión de cuáles son los deberes y derechos de cada ser humano.
Las Naciones Unidas, y por ello la UNESCO, parten de la premisa de que todos los seres humanos en todas las culturas tienen derechos iguales: existir, vivir, creer y adorar como su grupo lo defina, sin interferir con otros que no piensen igual. El artículo cuarto de la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural”, votado por las Naciones Unidas el 2 de noviembre de 2001, nos ubica en el porqué de esta declaración.
La defensa de la diversidad cultural es un imperativo ético, inseparable del respeto de la dignidad de la persona humana. Supone el compromiso de respetar los derechos humanos y las libertades fundamentales, en particular los derechos de las personas que integran los grupos minoritarios y los pueblos indígenas. Nadie debe invocar la diversidad cultural para vulnerar los derechos humanos garantizados por el derecho internacional ni para limitar su alcance.
La idea central es que todo ser humano tiene el derecho de ser sí mismo, particularmente las minorías que viven en medio de grupos mayoritarios que no aprecian, sino que desprecian las maneras de vivir, creer y ser de estas minorías. Las minorías son perseguidas precisamente por el miedo que genera la falta de conocimiento y entendimiento de estas.
La Biblia y la diversidad cultural
La Biblia dice mucho sobre este tema. En Hechos 11 cuenta la historia de Pedro y Cornelio. Cierto día, Dios le dio una visión a un piadoso oficial del ejército romano llamado Cornelio, y al siguiente día le dio una visión al apóstol Pedro. En la visión de Cornelio una voz le dijo que mandara buscar a Pedro. En la visión de Pedro, Dios le dijo que comiera carne de animales impuros (bestias y alimaóas). Pedro no quería comer carnes impuras porque la Palabra de Dios lo prohíbe en Levítico 11 y Deuteronomio 14. Cuando Pedro protestó, una voz le dijo “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común” (Hechos 11:9). Mientras Pedro intentaba interpretar el mensaje de su visión, llegaron a su casa los enviados de Cornelio. El Espíritu Santo le dijo a Pedro que fuera con ellos.
Pedro fue a Cesarea, donde Cornelio vivía. San Lucas relata aquel encuentro: “Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró. Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre. Y hablando con él, entró, y halló a muchos que se habían reunido” (vers. 25-27).
Entonces Pedro comprendió que la visión de las bestias y alimaóas no se refería a un cambio de dieta, sino a la aceptación de los gentiles, a quienes los judíos llamaban inmundos. Y les dijo: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo. . . Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (vers. 28, 34, 35).
En ese momento, Dios les concedió la unción del Espíritu Santo, como en el día de Pentecostés. “Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?” (vers. 47).
La experiencia de Pedro, Cornelio y el Espíritu Santo cambió la iglesia cristiana. Ver a un gentil recibir el Espíritu Santo convenció a Pedro y a sus compaóeros cristianos de origen judío de “que Dios no hace acepción de personas” (vers. 34).
La prueba de que Cornelio no conocía la doctrina bíblica es que se postró ante Pedro, pero este se lo impidió. Ahora Dios lo ungía con su Espíritu porque creyó en Cristo. El evangelio de Cristo es para todos, pues ante Dios todos valen lo mismo.
Promotores de la diversidad cultural y la libertad religiosa
El Centinela, junto con la Iglesia Adventista del Séptimo Día, fundadora de la organización más antigua de promoción de la libertad religiosa, celebra con la Organización de las Naciones Unidas el Día Mundial de la Diversidad Cultural. Con la fundación de la Asociación Internacional de Libertad Religiosa después de la Segunda Guerra Mundial, en 1946, esta iglesia abrió su membresía a quienes, sin ser feligreses suyos, compartían la visión de la libertad religiosa.1
Con la Declaración de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, la Declaración sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia y discriminación basada en la religión o la creencia, proclamada en 1981, y en varios documentos internacionales que siguieron, la libertad religiosa recibió la etiqueta oficial de derecho humano.2
Conclusión
Ya que Dios no hace acepción de personas porque compartimos la misma sangre, y que Jesús quiere que vivamos en paz y concordia, valoremos la diversidad cultural y la libertad de conciencia, y unamos esfuerzos en su promoción.
La Biblia y la diversidad racial y cultural
San Pablo y los griegos. Hace veinte siglos, San Pablo dijo en el Areópago de Atenas: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Seóor del cielo y de la tierra. . . él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos” (Hechos 17:24-28).
Jesús y sus discípulos. En la víspera de su martirio, Jesús rogó a su Padre: “No ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (S. Juan 17:21).
El autor es profesor de Antropología en el Seminario Teológico Fuller en Pasadena, California.