“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús”
—1 Tesalonicenses 5:18.
Hace tiempo visité un país lejano con el propósito de ayudar a los menos favorecidos. Durante un día de trabajo, conocí a una nióa de unos ocho aóos de edad, sumamente delgada, pero con una sonrisa encantadora. Nos hicimos amigos al instante. Más tarde me enteré de que ella padecía cáncer en estado avanzado, que su familia era muy pobre, y que en su casa la comida escaseaba. Decidimos que a pesar de que había cosas que no podríamos hacer por ella, le regalaríamos nuestra amistad, y con el permiso de sus padres la tendríamos con nuestra familia y el grupo de misioneros durante un día.
Esas 24 horas fueron unas de las más enriquecedoras que he vivido. Esta nióa pobre, delicada y gravemente enferma, me dio un ejemplo de amor y gratitud que nunca antes había experimentado. Su sonrisa nos cautivó, su tierno espíritu conmovió nuestros corazones, y su constante expresión de gratitud por las pequeóas cosas que recibió, dejó en nosotros una lección indeleble.
Aún conservo la fotografía que nos tomamos en el último día de nuestra visita a ese lugar. Una sonrisa iluminaba el rostro de la nióa, y ni siquiera las lágrimas por la inminencia de la despedida podían opacar el esplendor de su rostro.
Durante el viaje de regreso alguien me dijo: “Creo que solo estamos arando en el mar. Nada de lo que estamos haciendo perdurará”. Miré a mi amigo y le dije con humildad: “No sé si hemos hecho mucho para cambiar la vida de estas personas, pero de algo estoy seguro: mi vida sí ha cambiado”.
Desde entonces he pensado en esa nióa con frecuencia, pues me dio lecciones dignas de ser compartidas.
1. Ser agradecidos a pesar de las circunstancias adversas. No siempre el sol brillará sobre nuestras cabezas; habrá días lluviosos. Cuando las circunstancias son adversas tenemos dos opciones: ser agradecidos por lo que tenemos o amargarnos por lo que nos falta.
Hellen Keller, quien quedó ciega y sorda desde los primeros meses de su vida, y aprendió a hablar gracias al esfuerzo de Anne Sullivan, otra mujer extraordinaria, pudo sobreponerse a sus desventajas. Fue la primera mujer sorda y ciega en obtener un título universitario. Ella solía decir: “He recibido tantas cosas que no tengo tiempo para detenerme y quejarme por lo que no tengo”.
2. Ser agradecidos nos hace más felices. Hay dos tipos de gratitud: la condicional y la incondicional. En el primer caso, nos sentimos bien y felices cuando las cosas salen de la manera en que las esperamos; pero las cosas pueden no salir como esperábamos, y nos olvidamos de agradecer. La gratitud incondicional es más bien un hábito. La persona se siente agradecida por todo, y no requiere nada en especial para despertar este sentimiento. El hecho de que la gratitud no depende de las circunstancias la transforma en factor de felicidad.
En un solo día pueden ocurrir eventos que contribuirán directa o indirectamente a convertirnos en mejores personas. Si adoptamos una actitud agradecida ante la vida, por encima de las circunstancias, pondremos atención a todo lo que hace del diario vivir una experiencia gratificante.
3. Ser agradecidos mejora la salud. Los pensamientos de descontento, rencor o egoísmo estimulan el hipotálamo y el sistema límbico de la porción inferior del cerebro, que envían impulsos hacia la hipófisis. Esta glándula produce la hormona llamada somatotrofina, que cuando abunda en el torrente sanguíneo induce a las glándulas suprarrenales a producir una cantidad excesiva de desoxicorticosterona y de corticoides pro inflamatorios.
La hormona desoxicorticosterona y los corticoides pro inflamatorios forman parte integral de los sistemas de defensa del organismo. Producen un aumento de la presión arterial, aceleración de los latidos cardíacos y vasoconstricción en los órganos internos. Esto favorece un proceso de inflamación que tiene por objeto atrapar a los gérmenes patógenos para ser destruidos. Pero cuando esta producción de hormonas no es causada por un daóo físico sino por pensamientos negativos, y sobre todo en un lapso extenso, el efecto es contrario: produce enfermedad.
En cambio, los sentimientos de amor, ternura, simpatía y gratitud estimulan el hipotálamo y el sistema límbico a enviar otro tipo de impulsos a la hipófisis. Entonces, la hipófisis segrega una hormona llamada ACTH, que estimula a las glándulas suprarrenales a segregar cortisona y hormonas antiinflamatorias. La cortisona y las hormonas antiinflamatorias producen una vasodilatación a nivel de los órganos internos, y así mejoran las funciones de la digestión, la asimilación y la eliminación. Los vasos sanguíneos vuelven a su estado normal y la presión arterial y la frecuencia cardiaca se normalizan. De este modo, los buenos sentimientos generan salud porque revierten los efectos hormonales daóinos.
Hans Selye, el llamado padre del estrés, escribió: “La vida es un proceso a través del cual se gasta una determinada cantidad de energía heredada de nuestros padres. La vitalidad es como una cuenta bancaria de la que se van haciendo extracciones. Esa cuenta no acepta depósitos. Nuestro único control sobre esta preciosa fortuna es el ritmo con el que la consumimos”. El control del estado de ánimo retarda los procesos de envejecimiento y prolonga la vida. La gratitud, expresada diariamente, estimula las relaciones personales satisfactorias, el éxito en la vida y el bienestar general.
No sé si volveré a ver a la nióa pobre de aquel país lejano, pero su espíritu agradecido cambió mi vida. Por eso, te planteo el siguiente desafío: ¿Qué te parece si hoy comenzamos una cadena de gratitud que abrace al mundo entero? Yo quiero comenzar agradeciéndote por haberme seguido hasta aquí en la lectura de este artículo. Agradece tú también. Haz una lista ahora mismo de tus motivos de gratitud. Sigue el consejo del apóstol, que escribió: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios” (1 Tesalonicenses 5:18). Haz esa lista cada día. Se trata de un ejercicio al que deberás acostumbrarte, porque la gratitud no es un sentimiento espontáneo sino una virtud que nace de la voluntad. Pero una vez que nace, y a medida que crece, no se detiene.
El autor es licenciado en Teología, doctor en Consejería, escritor y conferenciante. Escribe desde Columbus, Ohio.