La oración es la llave que Dios ha provisto para darnos acceso a los almacenes de los recursos infinitos de su omnipotencia.
El conocimiento se multiplica hoy vertiginosamente y es mucho más accesible. Con solo una pulsación entramos en un mundo de información en cualquier área del saber.
Pero el abrumador cúmulo de conocimientos contrasta con la alarmante falta de sabiduría que se manifiesta en la incapacidad humana de mantener relaciones constructivas y felices. Las familias se derrumban. Los matrimonios se divorcian. Los hijos y los padres se debaten en continuo conflicto. Hombres y mujeres viven hiriéndose mutuamente. Millones fracasan en el trabajo, incapaces de relacionarse bien con sus superiores, sus compañeros de trabajo y sus subalternos. Sin sabiduría, el conocimiento y la experiencia no serán suficientes para mantener relaciones constructivas.
En las aulas adquirimos conocimientos y destrezas. Pero la sabiduría solo se obtiene en la escuela del Maestro de los maestros. La sabiduría es un don del Señor Jesús. Nos prepara para una vida de servicio y utilidad. Sus beneficios se extenderán en la comunidad que nos rodee y por la eternidad.
El valor de las Escrituras
Loida y Eunice, la abuela y la madre de Timoteo, lo instruyeron en el conocimiento de las Escrituras desde muy temprana edad. Fue esa la más valiosa herencia que pudieron impartirle. El apóstol Pablo le escribió: “Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:15-17).
La Biblia es la fuente de la sabiduría. Cuando la estudiamos y abrazamos sus principios, disfrutamos de una vida de satisfacción y felicidad.
La Biblia no es tan solo un libro de buenos consejos. Es la Palabra de Dios. Nos ilumina el entendimiento y nos aconseja; nos corrige e instruye; nos capacita, y desarrolla al máximo todas nuestra capacidades. En otras palabras, nos transforma en hombres y mujeres plenamente preparados para ser útiles a la sociedad en esta vida y a Dios por la eternidad.
Los hombres que fueron elegidos por Jesús como sus apóstoles poseían rasgos de carácter similares a los que todos tenemos. A Santiago y a Juan se les llamaban los hijos del trueno. Juan poseía un mal carácter; reaccionaba violentamente frente a la menor provocación; era vengativo y ambicioso. Pero llegó a ser un hombre nuevo al contemplar diariamente la humildad, la paciencia y el espíritu tierno y perdonador de Jesús. De ser conocido como el hijo del trueno cuando Jesús lo recibió, llegó a ser llamado el discípulo del amor.
Dios transforma. En su Palabra hay poder y vida. Cuando aceptamos y obedecemos sus consejos recibimos la vida de Dios. Esto es el principio de la sabiduría.
La oración
La respiración es esencial para vivir. Para respirar, debemos inhalar y exhalar aire. De la misma manera necesitamos inhalar la Palabra de Dios, recibiendo constantemente el “oxigeno” divino que nos inundará con la fuerza vital de Dios. Jesús dijo: “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (S. Juan 6:63). Y también declaró: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (S. Juan 5:24).
El consejo divino es orar sin cesar (ver 1 Tesalonicenses 5:17), abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo. La oración es la llave que Dios ha provisto para darnos acceso a los almacenes de los recursos infinitos de su omnipotencia. Nos eleva a Dios. Por la oración el ser es fortalecido y el alma colmada con la paz que Jesús da.
Recuerdo a Juan. Me impresionaba su entusiasmo y dedicación al ayudar a las personas que asistían a las conferencias que yo estaba dictando en su iglesia. En algún momento durante esa semana le pregunté al pastor de la congregación si conocía a alguna persona que pudiera compartir una experiencia de conversión que ayudase a los asistentes. Fue así como me enteré del milagro que Dios había realizado en la vida de este hermano.
Juan me dijo: “Yo era un borracho y drogadicto. Hice sufrir muchísimo a mi esposa y a mis hijos. Un día me dispuse a beber, pensando que mi familia estaría en la iglesia, pero mientras bebía vi a mi esposa y mis hijos llorando al fondo del apartamento. Me sentí miserable y pensé: ¿Cómo puedo hacerles esto a mis hijos? Hice la resolución de buscar a Dios. Hace cuatro meses que mi vida cambió, y ahora no puedo dejar de compartir este milagro con todas las personas que, como yo, viven en tinieblas, destruyéndose a si mismas y a quienes los rodean”.
Amigo, quizá tu experiencia no sea tan dramática, pero tal vez estás enfrentando problemas que agobian tu alma. Recuerda: ¡Hay una fuente inmensurable de sabiduría y poder! Si aprovechas la bendición de Dios por medio de su Palabra y abres tu corazón a él mediante la oración, obtendrás nuevas fuerzas. La paz de Cristo te rodeará. Verás cómo Dios ordenará tus pasos e iluminará tu camino. Llegarás a ser plenamente feliz y ejercerás una grata influencia sobre quienes te rodean.
El autor es ministro cristiano y conferenciante internacional.