En marzo de 1997, autoridades de California encontraron 39 cadáveres en una mansión en Santa Fe. Muy pronto descubrieron que estas personas pertenecían a un grupo religioso llamado “Heavens Gate” (Puerta del Cielo). Todos se habían suicidado por sus creencias religiosas. Este grupo creía que el cuerpo y el alma eran dos entidades separadas: el alma inmortal y el cuerpo un contenedor del alma. Se suicidaron con la finalidad de liberar sus almas y así ascender a un nivel superior en su existencia.
La inmortalidad del alma, o la creencia que una persona al morir sigue una existencia sin fin en el mundo del más allá, ha sido aceptada por miles de personas desde tiempo antiguo, y ha sido propagada por médiums, psíquicos, iglesias cristianas, y por manifestaciones sobrenaturales supuestamente, procedentes de personas que han muerto. Sin embargo, debemos entender que el concepto de la inmortalidad del alma no tiene base en la Sagrada Escritura. Esta idea fue planteada por primera vez en el jardín del Edén por el padre de toda mentira. Satanás se acercó a la mujer con la pregunta: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Gen. 3:1). A lo que la mujer contestó: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente [Satanás] dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él. . . seréis como Dios” (Génesis 3:2-5).
“No moriréis” y “seréis como Dios” es una clara alusión a la inmortalidad del alma. Los profetas bíblicos rechazaron categóricamente esta mentira satánica. El apóstol Pablo afirmó que “la paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23). Sin embargo, cuando la iglesia cristiana comenzó a expandirse en el mundo pagano, muchos de los gentiles que vinieron al cristianismo dejaron a un lado la teología y tradición de los profetas y comenzaron a introducir en las enseñanzas de la iglesia cristiana conceptos de la filosofía griega. Una de estas ideas que penetraron en el cristianismo fue el concepto de la inmortalidad del alma, el cual era enseñado por el filósofo griego, Platón. Platón creía que la inmortalidad era un atributo natural del alma, la cual, según él, era independiente del cuerpo.1 K. Kohler hace la siguiente declaración: “La creencia que el alma continua su existencia después de la separación del cuerpo es un asunto de la especulación filosófica. . . En ninguna parte en la Santa Escritura es enseñada esta idea”.2
La Biblia describe la creación del hombre como sigue: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7). Este texto ha sido interpretado a la luz del dualismo platónico en vez de interpretarse desde un punto de vista bíblico. La Biblia presenta al ser humano como una unidad indivisible. El hombre no tiene un alma viviente, como sugiere Platón, él es un ser viviente. Comentando Génesis 2:7, Hans W. Wolff dice que la palabra nephesh [alma] se usa aquí para designar al hombre en su totalidad. El hombre no tiene un nephesh [alma], él es un nephesh [alma] viviente.3
Eruditos católicos han aceptado que en la Sagrada Escritura, la palabra “alma” se usa para referirse al hombre en su totalidad. En The New Catholic Encyclopedia (La Nueva Enciclopedia Católica) encontramos la siguiente declaración: “Las palabras bíblicas usada para referirse al alma se refieren generalmente a la persona en su totalidad... No hay dicotomía [división] entre el cuerpo y el alma en el Antiguo Testamento... El término [nephesh], traducido como alma, nunca significa alma como siendo distinta del cuerpo o persona”.4 Dom W. Mork se expresa en terminos similares cuando dice: Es nephesh [alma] lo que le da vida al bashar [cuerpo], pero no como una substancia distinta. Adán no tiene un nephesh [alma]; él es un nephesh [alma]. . .”5 Cuando Dios mezcló el polvo de la tierra y el aliento de vida dio como resultado un ser viviente; al separarse estos dos elementos hay una cesación de vida.
Por lo tanto, desde una perspectiva bíblica, el ser humano no está compuesto de dos substancias distintas, alma y cuerpo, sino que forman una unidad indivisible. Así, cuando una persona muere, muere en su totalidad y entra en un estado completo de inconsciencia. La muerte no es un cambio de un mundo a otro mundo, o de un estado de vida a otro estado de vida. Para la Biblia, la muerte es lo opuesto a la vida. La vida es definida como vitalidad y actividad, y la muerte como inactividad.
Cuando el hombre muere entra en un estado de inactividad. El salmista dice: “Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos” (Salmo 146: 4). Y el sabio Salomón afirma: “Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido” (Eclesiastés 9:10, 5).
La Biblia no afirma que los muertos puedan comunicarse con los vivos, o que van al infierno, al purgatorio o al paraíso cuando la persona viva deja este mundo. Es cierto que hay manifestaciones sobrenaturales en las que espíritus se identifican como seres humanos que han muerto. Sin embargo, la Sagrada Escritura dice que éstos no son espíritus de seres humanos muertos, sino “espíritus de demonios” (Apocalipsis 16:14).
Si bien es cierto que a causa del pecado el hombre perdió todo derecho a la vida, porque el pecado es muerte (Romanos 6:23), Dios, en su misericordia, “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo” (Efesios 2:5). Jesucristo vino para resolver el problema de la muerte. El mismo dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). San Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Aquí se nos indica que el hombre no nace con un alma inmortal. La inmortalidad es un regalo de Dios a todo aquel que cree. Este regalo será otorgado en el momento de la resurrección (1 Tesalonicenses 4:13-18). La salvación que Cristo ofrece es salvación de la muerte y no de un tormento eterno donde la persona no puede morir. Santiago dice: “Sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma” (Santiago 5:20). Y el apóstol Pedro indicó que el fin de nuestra fe es la salvación de nuestras almas (1 S. Pedro 1:9). El derecho a la vida eterna o inmortalidad es un regalo de Dios a todo aquel que acepta a Jesucristo como su salvador personal (Romanos 6:23; 1 S. Juan 5:12). La vida eterna no es una cualidad innata del ser humano. Es una promesa a los creyentes. “Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna” (1 S. Juan 2:25). Los fieles no recibirán la vida eterna cuando mueran sino cuando Jesús venga por segunda vez. El profeta Daniel indicó: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Daniel 12:2). Jesús añadió: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:28-29).
Nuestra enemiga, la muerte, será finalmente destruida (1 Corintios 15:26). Entonces, los hijos de Dios tendrán vida e inmortalidad por los siglos sin fin. La muerte no será más un problema, porque Jesucristo dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25-26).