Según pasan los años, la familia se va tornando en algo cada vez más preciado para mí. Una de las razones obvias es porque como miembro de mi generación he perdido varios protagonistas de mi círculo familiar. El tiempo es como una gran cinta de ensamblaje que deja caer producto terminado en un extremo y comienza el armado de nuevos productos en el otro. Perdemos abuelos y ganamos nietos, y según maduramos, vamos entendiendo el extraordinario valor de cada uno de ellos.
Todos somos productos de una familia. Somos una combinación de genes que se manifiestan en rasgos físicos y de personalidad, apoyados por la crianza y el contexto familiar. Pero la familia tradicional, de padres casados e hijos, está cambiando o desapareciendo. Veamos algunas estadísticas de los Estados Unidos a fines de 2010:*
- La edad promedio en ocasión del primer matrimonio aumentó a 28,2 para los hombres y 26,1 para las mujeres. El porcentaje total de adultos casados se redujo al 54,1 por ciento en 2010 vs. 57,3 por ciento en 2000.
- El número de hogares con una persona sola alcanzó el 27 por ciento en 2011 (en 1960 apenas era el 13 por ciento del total).
- Está disminuyendo el porcentaje de hogares con parejas casadas e hijos menores de 18 años (66 por ciento en 2010 vs. 69 por ciento en 2000).
- De los 7,5 millones de niños que viven con sus abuelos, el 22 por ciento no tiene contacto regular con sus padres.
¿Podrá hacerse algo para cambiar estas tendencias? Temo que no mucho. Como individuos, podemos proponernos ser fieles a nuestra función de padres, hijos y esposos. También podemos decidir que hemos de ser personas buenas y responsables. Como creyentes, podemos intentar vivir la regla de oro de no hacer a los demás lo que no quisiéramos que nos hagan a nosotros (ver San Mateo 7:12).
Es obvio que Dios en su Palabra coloca un énfasis especial en la familia. Él creó el primer hogar en el Edén y le comunicó a la primera pareja su propósito de que crecieran y se multiplicaran. Y aunque sus consejos y reglas luego parecen dirigirse a la sociedad y la interacción de los seres humanos, incluso la declaración básica de su voluntad para los hombres (los Diez Mandamientos) incluye varias aplicaciones para la familia. Un cuadro nos permite captarlas visualmente.
Los Diez Mandamientos (Ver Éxodo 20:3-17) Aplicación a la familia
1. No tendrás dioses ajenos delante de mí.
2. No te harás imágenes, no las honrarás ni les rendirás culto.
3. No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano.
| Establece la importancia de la vida espiritual de la familia y la importancia de la adoración del Dios verdadero.
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4. Reposarás en el santo día sábado. |
Los versículos 8-11 añaden que durante el sábado no debiera trabajar ningún miembro de la familia, incluyendo a los esposos, los hijos, los empleados e incluso los animales de la familia. |
5. Honra a tu padre y a tu madre. |
Señala el deber de los hijos hacia los padres. |
6. No matarás. |
Condena la violencia, incluso la familiar o doméstica. |
7. No cometerás adulterio. |
Afirma la condición sagrada y exclusiva de la relación matrimonial. |
8. No hurtarás. |
Protege la propiedad de la familia. |
9. No dirás falso testimonio contra tu prójimo. |
Salvaguarda las relaciones humanas. |
10. No codiciarás. |
Prohíbe codiciar lo ajeno, incluyendo la mujer del prójimo. |
Como vemos, cuatro de los Diez Mandamientos hacen referencia directa a la familia, y el resto contienen principios que pueden aplicarse a la vida en el hogar. Es obvio que Dios se preocupa por el bienestar y la prosperidad de cada una de nuestras familias. Él desea que podamos enfrentar con éxito los grandes desafíos modernos a la vida de hogar. Quiere que lleguemos a ser personas estables, coherentes y felices, que sabemos apoyarnos unos a otros en amor, que somos fieles a nuestros votos y que le damos a Dios cabida en nuestros pensamientos y decisiones.
El autor es director de EL CENTINELA.