Este número de El Centinela está dedicado a la Semana Santa. Esta vez no nos hemos detenido a mirar los hechos de la cruz, sino los acontecimientos que ocurrieron después de la resurrección de Jesús. Comentamos los encuentros que el Maestro tuvo con sus amados discípulos cuando les explicó el sentido de lo que había ocurrido en el Gólgota en la misma semana que se celebraba la Pascua.
La Pascua fue instituida mil quinientos aóos antes de la venida de Jesús. Era una celebración de la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud egipcia y una representación de la venida del Mesías. El cordero pascual anunciaba al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (S. Juan 1:29). La muerte del cordero tipificaba la muerte de Cristo. Y así ocurrió.
Pero Cristo no permaneció en la tumba. Resucitó al tercer día y volvió a reunirse con sus discípulos, a quienes demostró con las Escrituras que las profecías mesiánicas se cumplían en él.
Desde que María Magdalena lo vio resucitado hasta que ascendió a los cielos, ocurrieron encuentros renovadores entre Jesús y sus discípulos: el temeroso Pedro fue restaurado, Tomás pasó del escepticismo a la fe, Juan fortaleció su confianza y afirmó su amor en su Maestro, y otros fueron confirmados en la fe. Siete de ellos ya habían vuelto a los barcos de pesca. Ahí los buscó Jesús, les llenó las redes con un milagro, y les alimentó el cuerpo y el alma. Nunca más volvieron a ser los mismos. Ese pequeóo grupo de hombres temerosos que estuvieron escondidos en los días de la Pasión de su Maestro, por miedo a los judíos, llegaron a ser los valientes emisarios del evangelio que conquistaron el Imperio Romano con la historia del Redentor crucificado, resucitado, ascendido y glorificado en los cielos.
Hoy, Jesús viene a nuestro encuentro también, para decirnos palabras de vida eterna (ver S. Juan 6:63, 68). Hoy podemos ser salvados, fortalecidos en la fe, y convertidos en testigos poderosos de la gracia redentora de Cristo.
El autor es director de El Centinela.