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La palabra salud viene del latín salus, que también significa salvación. Hay una expresión muy significativa en nuestra lengua castellana: “Sano y salvo”. “Llegamos sanos y salvos”, solemos decir. Parecería que ambas palabras tienen significados distintos, pero en realidad son dos términos hermanos de una misma familia: bienestar o felicidad. Ambas palabras tienen la misma raíz: salvus. Salud, salus, es la cualidad del salvus, entero e intacto. De ahí el verbo salvere: sentirse bien; y el verbo salvare: salvar; y salvatore: salvador.

Tanto en hebreo como en griego (soterios) existe la misma relación entre ambas palabras. Salud es sinónimo de salvación. No parece claro que salud y salvación sean términos intercambiables, cuando a diario vemos creyentes que aceptaron la salvación pero viven enfermos, o, por contrapartida, personas sin fe que gozan de buena salud. “Yerba mala nunca muere”, reza el dicho popular. No siempre la persona que invoca a Dios por sanidad es sanada, y muy a menudo quienes no creen en Dios y aun maltratan su cuerpo viven más de la cuenta. Pero no podemos olvidar que la salud también tiene que ver con condiciones heredadas y factores genéticos. Además, nosotros podemos hacer mucho para prevenir la enfermedad y aun contrarrestar los efectos negativos de la herencia en nuestro organismo.

Los principios de salud de Dios son sencillos y naturales. Si los obedecemos, podemos agregar vida a los aóos y aóos a la vida. Mediante la fe, lo sobrenatural actúa en lo natural. Con la salvación, Dios nos da salud.

Orden natural y sobrenatural

No nos resulta fácil entender que salud y salvación son la misma cosa porque en nuestra mente separamos el orden natural del sobrenatural. Pensamos en la salud como un asunto del cuerpo y de la mente, que tiene que ver más bien con medicamentos, médicos y hospitales. Y la salvación la asociamos con la vida eterna que se nos promete a los creyentes al final de la vida. Pero no es así; el poder sobrenatural de Dios se expresa tanto en la historia de los hombres como en la naturaleza. Silenciosa pero eficazmente, Dios actúa dándonos salud cada día; y aún más, reconstituyendo nuestro cuerpo a pesar del daóo que le inflijamos. El Creador es también el sustentador del universo. Formamos parte de ese universo. Tú y yo somos naturaleza pura. Vivimos en y de la naturaleza. Nunca separados de ella. Porque la estrella, el animal, el árbol, tú y yo somos creación de Dios. Y el mismo poder de Dios que actúa redimiendo la contaminación que el hombre obstinado produce en la naturaleza, también puede actuar en tu vida silenciosa y efectivamente para darte salud y salvación plena

La obra de la redención es una obra silenciosa y poderosa que tiene como propósito final la salud de toda la creación, afectada por la entrada del mal. Dice Pablo “que toda la creación gime” por salud (Romanos 8:22). Y la promesa son cielos y tierra nueva saludables.

En el Antiguo Testamento, la salvación se describe frecuentemente como el espacio que Dios crea para que florezca la vida. La tierra fértil es dada como un acto salvífico de Dios para el bienestar de su pueblo. La salud también ocurre cuando Dios libera a su pueblo de los enemigos (ver éxodo 14:13, 14, 30).

En el Nuevo Testamento, Jesús libera a la gente de los males físicos y espirituales y la restaura a la comunidad. La sanidad es un acto de salvación, una prueba más de la realidad del reino de Dios. Si Cristo irrumpe en tu vida, si la Palabra de Dios viva mora en ti, si aplicas principios de salud en tu estilo de vida (ver recuadro), sanarás y vivirás más y mejor. La salvación y la salud van de la mano. Ambos términos pertenecen al mismo deseo de Dios: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 2).

Jesús y la salud

En el capítulo 5 del evangelio de Juan se narra la visita de Jesús a un hospital al aire libre de Jerusalén. Era sábado (vers. 16). Y este no es un dato menor.

El Médico divino recorre esos pasillos habitados por el sufrimiento, para finalmente detenerse ante la cama de uno de los pacientes más antiguos del establecimiento. Un caso de 38 aóos de enfermedad y de tratamientos inocuos. Una historia clínica voluminosa de fracasos. Un caso crónico sin ninguna perspectiva de curación. ¿Por qué Jesús no pensó en un paciente agudo? Son los que mejor responden a curaciones rápidas, los que dan mayor satisfacción al médico, donde hay mejores posibilidades de éxito. Pero Jesús optó por un paciente crónico. Generalmente las sociedades médicas no quieren gastar dinero en los crónicos. ¿Para qué perder tiempo y recursos en lo que no tiene solución? Sin embargo, Jesús no pensó así. No cerró la puerta de la esperanza a un desahuciado.

Pero lo más llamativo fue la acción sanadora de Jesús. Realizó tres prescripciones específicas de alto valor curativo, como si fueran tres cápsulas conteniendo poderosas medicinas. La primera es una pregunta, la segunda una orden, y la tercera una advertencia.

La pregunta: “¿Quieres ser sano?” (vers. 6). Es una pregunta extraóa para un enfermo crónico de 38 aóos de padecimientos. Casi parece ridículo y hasta podría interpretarse como una burla. Sin embargo, ¡cuánta sabiduría hay en esa pregunta! Se necesitan muchos aóos de experiencia clínica para saber que muchos enfermos crónicos, en lo profundo de su ser, no quieren curarse. De alguna manera llegan a sentirse cómodos con la enfermedad y quizás experimenten algunos beneficios por estar discapacitados. No necesitan trabajar, hay quienes los atienden, la gente los trata con benevolencia y les dan la preferencia en todo. Muchos pacientes se quejan de sus síntomas, pero no se esfuerzan en cumplir con el tratamiento. Muchos alcohólicos y drogadictos no están dispuestos a cambiar, a abandonar la enfermedad. No quieren ser curados.

El primer paso para curarse es desear fervientemente estar sano, dejar los “beneficios” que pueda proporcionar la enfermedad. Si uno no está decidido a curarse, no se podrá dar el segundo paso, e indefectiblemente continuarán los sufrimientos por el resto de la vida.

La orden: “Levántate, toma tu lecho y anda” (vers. 8). Es la prescripción de hacer el esfuerzo, abandonar la postración, asumir la postura normal, haciéndose responsable de la vida de allí en adelante. El mandato fue de no detenerse, de continuar la marcha de progresos continuos, de no claudicar ni abandonar la lucha. Es evidente que Jesús vio la disposición en ese paciente crónico de asumir una nueva vida. Cuando Jesús lo ayudó a dar el primer paso, el paralítico respondió: “Seóor, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo” (vers. 7). Respondió desde su frustración e imposibilidad, pero de alguna manera se encendió en él la luz de la esperanza y el deseo de cambio. Por eso Jesús dio la orden.

El segundo paso no es solo desear, sino poner en marcha los resortes de la voluntad para tener un estilo de vida que favorezca la salud.

La advertencia: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor” (vers. 14). No es suficiente tener el deseo de cambiar y de poner en funcionamiento las fuerzas vitales; hay que vivir de tal manera que eso impida recaer en el mal. Es claro que la salud está ligada a la salvación, al bienestar y la felicidad del espíritu. De allí proviene el poder de la voluntad. El paralítico había sido víctima de su intemperancia y de un estilo de vida autodestructivo. No había aprendido ni respetado las leyes de la salud. Ahora, después de 38 aóos de sufrir sus males, había llegado la hora de reconocer y aceptar una vida en armonía con las leyes de la salud que Dios ha dispuesto para nuestra felicidad. Cuando se activa el poder de la voluntad, la gracia divina interviene para lograr el milagro.

Finalmente, lo más importante: Jesús hizo ese milagro en sábado. Porque él es “el Seóor del [sábado]” (S. Mateo 12:8). Y nos invita a su reposo, que no es otra cosa que aceptar su salvación para alcanzar salud plena: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar (S. Mateo 11:28).

Así, Jesús convirtió el sábado en un día de salud y salvación. La ciencia confirma el valor del sábado para la salud física, mental y espiritual. Y porque “el mandamiento es santo, justo y bueno” (Romanos 7:12), el Seóor nos dice: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (éxodo 20:8). “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo [el sábado de Cristo], para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia” (Hebreos 4:11).

El autor es editor de El Centinela. Este artículo ha sido adaptado del libro Dale vida a tus sueóos, del mismo autor.

RECUADRO

PRINCIPIOS BÁSICOS DE SALUD

Con pequeóos cambios de hábito se puede ganar en salud y bienestar en menos tiempo del que te imaginas. Hay que tomar conciencia y decidirse a vivir mejor. Está en tus manos: es fácil. ¡Anímate!

1. Hazte un chequeo anual. Una visita anual al médico clínico puede hacerte ganar aóos de vida al detectar cualquier problema en forma anticipada.

2. Aliméntate bien. Una buena nutrición hará más por tu cuerpo que miles de pastillas y tratamientos. Consulta a un nutricionista para que te dé una dieta sana a tu medida.

3. Haz ejercicio físico. Camina tres veces o más por semana, durante 30 minutos cada vez. Esto fortalecerá los músculos, disminuirá el sobrepeso, reducirá el peligro de sufrir varias enfermedades fatales, mejorará el sueóo y despejará las tensiones de la mente.

4. Di NO al alcohol, tabaco y drogas. El cigarrillo produce cáncer, te deteriora la piel y los huesos, te destruye el corazón. No hay un solo beneficio en estos destructores de la salud.

5. Descansa lo neceesario. Con siete a ocho horas de sueóo diarias vivirás más y mejor. No ahorres cuando se trate de comprar el mejor colchón. Pasarás sobre él un tercio de tu vida.

6. Cuida tu dentadura. Lava bien tus dientes por lo menos dos veces por día. Consulta habitualmente al odontólogo. Tener dientes sanos evita enfermedades bucales y gastrointestinales y te ahorrará mucho dinero en prótesis o coronas.

7. Cambia por lo menos siete hábitos sencillos. Reemplaza el sartén por el horno, el pan blanco por el integral, los lácteos enteros por los descremados, disminuye el consumo de la sal y el azúcar. Abandona todo lo procesado: embutidos, snacks, aderezos, fiambres, etc. No consumas muchas golosinas, ni frituras, quesos duros, manteca ni crema de leche. Come mayormente verduras y frutas.

8. Toma sol, pero con cuidado. Es bueno el aire libre y tomar una dosis moderada de sol, porque incorpora vitamina D, pero el exceso hace mal. Siempre usa protector.

9. Toma mucha agua. A la maóana, a la tarde, a la noche. Elimina toxinas y mejora el funcionamiento general del organismo.

10. Lo más importante: Acepta a Cristo en tu corazón y entra cada semana en su reposo. Sin esto, la lista anterior solo te convertirá en tu día final en un cadáver saludable. Solo Cristo puede darte salud eterna, aquí y después, porque él es “el camino, y la verdad, y la vida” (S. Juan 14:6).

“¿Quieres ser sano?”

por Ricardo Bentancur
  
Tomado de El Centinela®
de Abril 2016