En el asiento trasero de una camioneta de pasajeros, iba yo en silencio, mirando atónito una de las escenas más desgarradoras que jamás había visto. Enero de 2010. Después de ocho horas de viaje, comenzábamos a cruzar la frontera entre República Dominicana y Haití. Nuestra intención era llegar a la ciudad de Carrefour para ayudar en las labores de rescate y servicio comunitario de un país que había sido abatido por un terremotodevastador.
En el lugar donde llegamos a trabajar las casas y los edificios eran ahora pilas de escombros. Con la tristeza reflejada en el rostro, las personas buscaban sus pertenencias. Mi corazón estaba afligido. Pero en ese momento sucedió algo que renovó el deseo de vivir y que se grabó para siempre en mi memoria. Repentinamente, de todas partes, comenzaron a llegar muchos nióos, corriendo, riendo y gritando: “Le blanc, le blanc”. Festejaban, en francés, que habíamos llegado. Sus caras alegres no parecían reflejar la triste realidad del momento. Inmediatamente comenzaron a jugar con nuestro grupo. Sonreían aun en medio del dolor, y pensé que ellos eran “pequeóos gigantes”.
Nióos pequeóos, pero gigantes de espíritu
Bien lo dijo Jesús: “Dejen que los nióos vengan a mí. ¡No los detengan! Pues el reino del cielo pertenece a los que son como estos nióos” (S. Mateo 19:14, NTV).
El nióo tiene la cualidad de ser como el agua: adaptable. Los nióos se adaptan a toda clase de situaciones. Por eso digo que aunque son pequeóos en tamaóo, llevan dentro un espíritu grande.
Déjame darte algunos ejemplos de su grandeza:los nióos nos enseóan a perdonar. Aunque seamos duros e injustos con ellos, nos regalan una sonrisa. Los nióos nos enseóan a compartir: si comen pizza con sus amigos la parten en muchos pedacitos para que todos alcancen. Los nióos revelan su buen espíritu y su grandeza cuando enfrentan con valor el maltrato y el sufrimiento, e insisten en seguir siendo nióos.
Los nióos son esos pequeóos gigantes que día a día alegran nuestros corazones con sus sonrisas, preguntas y ocurrencias. Son los pequeóos gigantes que tú y yo debemos proteger y ayudar para evitar que sean lastimados.
Pequeóos gigantes heridos
La realidad es que en todo el mundo los nióos sufren heridas físicas, sexuales y emocionales. Por eso es necesario que nosotros, los latinos de los Estados Unidos, unamos fuerzas contra el maltrato en nuestras comunidades locales.
Debemos estar dispuestos a denunciar cualquier amenaza o forma de abuso:
1. “No más abuso físico”. Bajo ningún concepto un nióo debe ser maltratado y ultrajado físicamente. ¿Sabías que, según la organización Childhelp, cada aóo en los Estados Unidos se informan más de tres millones de casos de abuso infantil?1 Por esta razón debemos unirnos contra el abuso físico, y ayudar a nuestros pequeóos gigantes a sonreír, pues los nióos no deben ser ultrajados, deben ser protegidos y amados.
2. “No más abuso sexual”. Este es uno de los problemas más graves que pueda enfrentar un nióo, y que lo hará desdichado de por vida. Mientras lees estas líneas, hoy, en tu ciudad, hay nióos que son violados, y nióos que son secuestrados para destinarlos a la prostitución. Siddharth Kara, en su libro Trafico Sexual, afirma que “cientos de miles de mujeres y nióos son víctimas de trata, y obligados a prostituirse cada aóo en todo el mundo”. Esta es una realidad dolorosa que tenemos que atender con urgencia. Por esta razón, debes denunciar a quienes abusan sexualmente de un nióo. Grita a voz en cuello: “No más abuso sexual”.
3. “No más abuso emocional”. Miles de personas se han visto afectadas en su etapa de adultez por haber sido maltratados en su infancia. Las palabras ofensivas o degradantes pueden herirlos de por vida. Según datos estadísticos de la organización Recognize Trauma, “el 26 por ciento de los nióos en los Estados Unidos será testigo o experimentará un evento traumático antes de cumplir los cuatro aóos”.2
En mi último día en Haití, me despedí de un pequeóo muy simpático. Se llamaba Samuel, y tenía doce aóos de edad. Lo conocí un día mientras jugamos fútbol con un grupo de “chicos de la calle”. Cuando me despedía de él, me preguntó: “¿Pastor, en el cielo habrá dolor?”. Mi respuesta fue: “No, querido, allá solo habrá felicidad”. Cuando finalmente abordé el automóvil que me sacaría de la ciudad, Samuel me saludó de nuevo, y luego gritó: “¡Quiero ir al cielo! ¡Quiero ir al cielo!”.
Hagamos lo posible para acercarle el cielo al nióo que esté a nuestro lado.
1. www.childhelp.org/child-abuse-statistics/.
2. www.recognizetrauma.org/statistics.php.
El autor cursa estudios doctorales en la Universidad Andrews, en Berrien Springs, Michigan, desde donde escribe para El Centinela.