La salud es un regalo de Dios para disfrutarlo sabiamente.
Todos recordamos fechas que han marcado nuestra vida personal: aniversarios, cumpleaños, nacimientos. Pero esta vez reflexionaremos en torno a una fecha mundialmente reconocida: el Día Mundial de la Salud, establecido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y que se celebra el 7 de abril.
Tendemos a pensar que por el hecho de no estar enfermos, tenemos salud. Esto tiene algo de verdad, pero el concepto de salud es más amplio. Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.1 Según Briceño-León (2000), “la salud es una síntesis; es la síntesis de una multiplicidad de procesos, de lo que acontece con la biología del cuerpo, con el ambiente, con las relaciones sociales, con la política y la economía internacional”. Todos los procesos anteriores no están aislados ni son independientes, sino que se imbrican unos con otros, por lo que la salud depende, en último término, de la capacidad de controlar la interacción entre el medio físico, espiritual y biológico y el entorno económico y social.2
Así que para considerarnos saludables, hemos de gozar de bienestar en cuatro áreas: física, mental, social y espiritual. Estas están en una relación causa-efecto con el ambiente y reciben la influencia de la política y la economía.
La salud es un regalo de Dios para disfrutarlo sabiamente. Ella nos permite relacionarnos y desempeñarnos en el aspecto individual y en el familiar, y también servir a otros. Bien administrado, nos permite ahorrar dinero. Muchos hogares enfrentan una desestabilización sorpresiva o constante de su economía a causa de la enfermedad, la cual también tiene un alto precio emocional, pues produce angustia y congoja. Este se exacerba cuando la enfermedad no tiene cura o termina en la muerte, pues deja hogares destruidos y niños huérfanos. También puede dejar personas inválidas o internadas en instituciones de salud de por vida.
En la actualidad abundan las enfermedades. Las más comunes en este país son la obesidad, la anorexia, el sida, la diabetes, la hepatitis, el asma, la gripe y el cáncer. A nivel mundial, por su gravedad se destacan la influenza aviar (H1N1), el cólera, el ébola, la tuberculosis, la fiebre amarilla y la enfermedad del sueño.3
Muchas enfermedades pueden prevenirse si en el hogar se toman medidas sencillas y a temprana edad, a fin de que se tornen hábitos que redundarán en una mejor salud y bienestar personal y familiar, y en mayores rendimientos en la escuela y el trabajo. Estos remedios naturales siguen tan presentes y efectivos hoy como al principio.
El agua. Se aconseja tomar aproximadamente ocho vasos de agua por día. Esto no incluye bebidas gaseosas ni jugos azucarados. Así estaremos bien hidratados. Algunos beneficios de la hidratación son una mejor expulsión de toxinas, estabilización del peso corporal y una mejor turgencia de la piel, pues muchas arrugas aparecen o se agravan por la deshidratación. Si nos bañamos cada día tendremos limpios los poros de la piel, ya que a través de ellos se eliminan ciertas impurezas que pueden enfermarnos. El agua es también útil en los tratamientos faciales de belleza y de hidroterapia.
Buena nutrición. Debido al trajín cotidiano, muchas personas han sustituido la comida saludable por “comidas rápidas” cargadas de sal, grasa y azúcar. Lo mejor es volver a los orígenes. Al principio, la dieta saludable y equilibrada constaba de frutas, verduras y semillas (ver Génesis 1:29). De estos productos obtenemos toda la fibra y el aporte nutricional. La cocina es el laboratorio del hogar, donde el cocinero debe combinar los productos alimenticios que brinda la naturaleza a fin de ofrecer un plato muy nutritivo, agradable al paladar y a la vista. Los efectos casi inmediatos de una buena alimentación se verán en la piel, los músculos, el cabello, las uñas y el peso corporal. A largo plazo, los efectos abarcarán todo el organismo.
Aire puro. El aire se ha contaminado por el humo de los automóviles y de los cigarrillos, los aparatos de aire acondicionado, las fábricas y otras fuentes de contaminación. Además, pocas personas respiran bien. Debido a que la respiración es un acto automático, pocos usan correctamente su capacidad pulmonar. Acuda a lugares de abundante vegetación y respire profundamente diez veces, procurando llenar al máximo sus pulmones. Practíquelo dos veces al día y verá cómo ese oxígeno inhalado (combustible esencial para las células) contribuye a un mejor funcionamiento cerebral y mejora el aspecto de su piel.
El ejercicio. A fin de mantener o mejorar la tonicidad muscular necesitamos movernos. Ganaremos una mejor postura, y por ello una mejor respiración. A través de la transpiración eliminaremos toxinas, y nuestro peso se mantendrá dentro de un rango adecuado.
El descanso. Dormir temprano, durante ocho horas, en un ambiente ventilado dará resultados inmediatos: ojos descansados, ausencia de ojeras, y un cuerpo energizado.
La temperancia. Se trata del equilibrio en todas las áreas de la vida y la abstención total de lo perjudicial. Las drogas sociales (el alcohol, el cigarrillo, las bebidas energizantes) y las drogas prohibidas o permitidas que generan adicción y trastornos al organismo deben evitarse. Si ya las utiliza, busque ayuda hoy mismo.
La luz del sol. Conviene entrar en contacto con la luz del sol, pero hay que usar un protector solar, y en horarios convenientes. Esto fortalecerá su esqueleto. Además, la luz del sol mata muchos gérmenes nocivos.
La confianza en Dios. Su salud va a mejorar si permite que Dios lo guíe. Dios le ha dado la vida, él lo conoce y lo ama; por tanto, permítale actuar en su vida. Pídale al Señor sabiduría y perseverancia, practique estos consejos, y se cumplirá en usted y en los suyos su divino deseo: “Que tengas salud”(3 Juan 2).