El 17 de abril de 2012, el transbordador espacial Discovery, transportado por un avión 747 de la NASA, pasó sobre la capital de la nación a manera de saludo, antes de aterrizar en el Aeropuerto Internacional Dulles, en Washington, D.C. Millares de personas hicieron fila en el Paseo Nacional para captar una vislumbre del famoso transbordador. Aplaudieron estruendosamente según el Discovery circundó el Capitolio de los Estados Unidos y el Monumento a Washington, y enfiló hacia el aeropuerto, al lugar de su descanso definitivo: el Instituto Smithsoniano.
Los escritores especializados en aeronáutica espacial describieron la espectacular escena en estas palabras:
“La nave espacial con mayor cantidad de viajes en la historia despegó en horas del amanecer desde Cabo Cañaveral, Florida, acoplada a un avión jumbo. Tres horas después ambas dieron varias vueltas alrededor de Washington a una altitud de 500 metros —fácil de divisar— antes de aterrizar.
“La lista de logros del Discovery incluye lo siguiente: la puesta en órbita del telescopio espacial Hubble, el transporte del primer cosmonauta ruso que tripulara una nave estadounidense, el primer acoplamiento con la estación espacial rusa Mir —cuando por primera vez una mujer ocupó un asiento en la cabina—, el regreso al espacio del astronauta John Glenn, y fue la primera nave en reanudar los viajes de los transbordadores después de los accidentes del Challenger y el Columbia”.1
Es difícil imaginar que el Discovery haya recorrido 238.538.577 kilómetros (148.221.675 millas) en 39 misiones espaciales, el equivalente de 310 viajes de ida y vuelta a la Luna. ¡Qué logro asombroso! No es de maravillarse que tanta gente haya deseado dar un último vistazo al transbordador espacial más famoso de los Estados Unidos.
Hay algo en los viajes espaciales que nos fascina. Capturan nuestra imaginación. Estimulan el pensamiento. Alimentan nuestros sueños de un mañana mejor. Tal vez, quién sabe, haya respuestas a nuestros más profundos interrogantes respecto a lo que hay más allá de las estrellas.
Definitivamente, el universo nos atrae. Películas fenomenales como la serie de la “Guerra de las Galaxias” nos proporcionan un ejemplo de nuestra fascinación por el espacio. Queremos ver lo que hay allá afuera. Queremos emprender el máximo viaje. Algunas compañías ya anuncian viajes al espacio, y ofrecen reservaciones de asientos en cohetes.
Potencialmente, las personas podrían tomarse vacaciones espaciales, transportadas por un transbordador similar al Discovery. El 24 de marzo de 2006, un artículo de Associated Press sobre viajes espaciales, hizo esta intrigante observación:
“Si flotar en la ingravidez y mirar desde el espacio el azul brillante de la Tierra le resulta atractivo, quizá debiera considerar la idea de llegar a ser un turista al espacio. Lo único que necesita es una cartera voluminosa. Dos años después de que el primer vuelo espacial financiado por una industria privada dio nuevas fuerzas a una idea incipiente, más de una docena de compañías está desarrollando proyectos espaciales para transportar personas comunes pero ricas más allá de la atmósfera”.2
El viaje espacial máximo
Ahora le contaré de un viaje espacial que responderá sus preguntas de una vez y para siempre. Se trata del viaje máximo al espacio, y está disponible no solo para unos pocos astronautas o para un grupo selecto. Es un viaje que cada uno de nosotros puede realizar, y que nos pondrá cara a cara con el destino.
Además, no tenemos que fabricar una nave espacial para realizar este viaje. Viajaremos por el espacio. Iremos más allá de las estrellas, a través de la apertura en la constelación de Orión, hasta el corazón del universo.
El apóstol Pablo fue uno de los muchos escritores bíblicos que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, describió este viaje extraordinario. Transmitió estas buenas noticias a sus compañeros en la fe que adoraban en la iglesia de Tesalónica: “Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él… El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:14, 16, 17).
Jesucristo, el Mesías, el Único que realizó tan extraordinaria visita a este planeta hace dos mil años, nos visitará nuevamente. Y esta vez va a ser un retorno real. No va a venir como un bebé en un pesebre, como en Belén, sino como “REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Apocalipsis 19:16). Y los cielos repercutirán con un gran clamor de trompetas y el canto de los ángeles.
Más de 1.500 veces la Biblia alude a este excepcional viaje espacial que trae a nuestro Señor de nuevo a la tierra. Enoc, el séptimo desde Adán, profetizó que nuestro Dios regresaría (ver Judas 14). David declaró gozoso: “Vendrá nuestro Dios, y no callará; fuego consumirá delante de él, y tempestad poderosa le rodeará” (Salmo 50:3). Los ángeles que estaban allí cuando Jesús ascendió al cielo animaron a los discípulos con estas palabras: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:11).
Otros textos rebosan en detalles. Cada persona verá el espectáculo de un ejército de seres angelicales que descienden del cielo (Apocalipsis 1:7). El rostro de Cristo brillará como el sol del mediodía, y sus vestiduras serán de un blanco resplandeciente (Apocalipsis 1:12–16).
Jesús y la hueste celestial descenderán en una nube de gloria y circundarán la tierra más rápidamente que cualquier nave espacial. La tierra temblará. Las montañas caerán en el mar. Los sepulcros se abrirán, y los que murieron en Jesús se levantarán de sus tumbas frías, vivos y transformados, poseyendo cuerpos gloriosos e inmortales. Los creyentes en Cristo que estén vivos ascenderán con ellos en el aire, atraídos por la gloriosa presencia de Jesús.
¿Y qué sucede después? Recordemos cómo lo describe 1 Tesalonicenses 4:14: “Traerá Dios con Jesús…”. Él traerá a los creyentes consigo.
¿De dónde los traerá?
¡Los traerá de la tierra al cielo! Los levantará de sus tumbas para que nunca vuelvan a morir, para realizar un viaje a la eternidad.
Por medio de San Juan, Jesús nos prometió: “Si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (S. Juan 14:3). Esto es lo que va a ocurrir con todos los que hemos depositado nuestra fe en Jesús. Vamos a ser arrebatados hacia el cielo en esa nube interestelar. Vamos a viajar al cielo para estar siempre con el Señor. Vamos a viajar al lugar donde Jesús ha estado preparando muchas mansiones. Vamos a viajar a la casa de nuestro Padre.
Amigo, este es el viaje máximo. Es el viaje al centro del universo, al hogar de Dios. Nos preguntamos de dónde venimos. Hablamos de nuestros orígenes. Pero esta hueste de ángeles nos va a llevar ante nuestro Creador. Nos conducirá al lugar donde todas nuestras preguntas serán respondidas, donde nuestros más profundos anhelos serán saciados.
Yo quiero hacer ese viaje extraordinario con Dios. Quiero estar en esa gran odisea espacial. Necesitamos una respuesta verdaderamente satisfactoria para las ansias de nuestro corazón. Necesitamos la gloria del Hijo de Dios.
La Biblia nos dice que todo esto se aproxima. Que él viene. En su segunda venida, la manifestación de Jesús será espectacular.
Usted querrá estar listo para ese acontecimiento. Deseará conocer a ese Personaje cuyo resplandor refulgirá de horizonte a horizonte. Anhelará colocar su fe en aquel cuya voz resonará a través del cielo. Querrá estar listo para el viaje espacial por excelencia.
El autor es ministro y evangelista internacional. Sus libros y presentaciones han alcanzado a millones de personas en varios continentes. Escribe desde Silver Spring, Maryland. Este artículo ha sido tomado y adaptado de su libro Esperanza para el tiempo del fin, disponible en www.libreriaadventista.com.