Se cuenta que Esculapio, el dios romano de la medicina, aconsejaba a los médicos con estas palabras: “Tu vida transcurrirá como a la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas. Te verás solo en tus tristezas, solo en tus estudios, solo en medio del egoísmo humano. Únicamente la conciencia de aliviar males podrá sostenerte en el silencio de las fatigas”. Cuando consolamos a los demás, compartiendo las amenazas y las experiencias de muerte de los otros, no solo aposentamos el alma afligida por sus pérdidas irreparables, sino que también nos resguardamos de la impotencia y la soledad.
El filósofo existencialista Jean Paul Sartre afirmaba que el infierno es la mirada del otro, porque puede convertirnos en un objeto de su arbitrio, aislarnos y aun matarnos en su interioridad. Por eso, muchos huyen de la mirada del otro, del juicio artero y destructivo, y viven a la defensiva, en la soledad, convertidos en seres opacos para los demás. Pero el consuelo trabaja en dirección opuesta. Recupera al otro convirtiéndolo en prójimo, en una ayuda benéfica, en un amigo y hermano. Exalta la solidaridad, la reciprocidad y la fraternidad. Produce la mirada comprensiva que sostiene en la angustia y hace brillar la luz de la esperanza.
La misma palabra con-suelo expresa la idea de reinstalar al otro en el suelo, de afirmarlo, dándole aliento, ánimo, fuerza, para que retome el camino con seguridad y confianza. La esencia del consuelo es mirar hacia adelante, instalar la esperanza en el porvenir. Es una fuerza generadora de vida.
El privilegio de consolar
“Bienaventurados [felices] los que lloran, porque ellos recibirán consolación”, dijo Jesús en el Sermón del Monte (S. Mateo 5:4). La muerte subsiste como un dato inaceptable, incluso para los creyentes, pero el consuelo se nutre de la fe. La soledad puede parecer atroz e inexorable, especialmente cuando nadie comprende o se acerca para acompañar el sufrimiento. Por eso es alentador para el cristiano saber que tenemos un Dios sufriente y comprensivo del dolor humano. Khalil Gibrán se refiere a Jesús como “un hombre que enfrentó a la muerte con la savia de la vida en sus labios y con la compasión hacia sus verdugos en sus ojos”. Según el capítulo 40 de Isaías, el Mesías cumpliría las profecías por su acción consoladora, trayendo ánimo y fuerza a la humanidad. Asimismo, el término griego Paracletos, que significa Consolador, describe la acción del Espíritu Santo en el corazón de los hombres. Paracletos significa alguien que acompaña y llama o exhorta. Designa, pues, la función asistencial que ejerce el Espíritu Santo en la Tierra en favor de los creyentes.
El apóstol Pablo amplía y complementa el concepto cristiano del consuelo con estas palabras: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos” (2 Corintios 1:3-6).
Para Pablo, la consolación es un don de Dios que no solo nos libera del sufrimiento y recrea el espíritu, sino que además nos habilita y nos compromete para actuar como portadores de la palabra consoladora.
Es cierto que el trabajo de acompañar a quien está en un proceso de duelo es difícil y también doloroso, porque nos pone en contacto con nuestras propias pérdidas, nuestros temores y con la incertidumbre de nuestra propia muerte, pero el hecho de saber que este noble tarea está auspiciada y habilitada por el Todopoderoso, la inviste de un privilegio excelso.
Por eso, afrontemos esta hora difícil de la humanidad con la valentía del consuelo, ayudándonos unos a otros.
El autor es el director asociado de la revista EL CENTINELA.