Si les preguntásemos a los 7.000 millones de personas que habitan nuestro planeta ¿quién es Cristo?, descubriríamos que al menos 2.000 millones asociarían ese nombre con el fundador del cristianismo. Si les formuláramos la misma pregunta a los cristianos, descubriríamos que muchos no podrían darnos una respuesta clara y otros proporcionarían una variedad de respuestas discordantes. Esta situación no debiera extrañarnos. Por ejemplo, si indagásemos quién es Barak Obama, nos encontraríamos con una situación similar. Si las cosas son así, ¿podemos llegar a conocer a ciencia cierta quién es Cristo?
¿Podemos conocer a Cristo?
Sí, claro, podemos conocerlo como conocemos a otras personas: por medio de un encuentro personal o por el testimonio de quienes lo vieron y oyeron. Siendo que Cristo vivió hace unos dos mil años, para conocerlo necesitaremos el testimonio de quienes lo trataron personalmente. Afortunadamente, la Biblia proporciona el testimonio necesario para conocer a Cristo.
Cuando nos encontramos con alguien por primera vez, nos interesa saber de dónde viene y cuál es su ocupación. Saber de dónde viene nos dará a entender la historia de nuestro interlocutor y saber qué hace nos ayudará a entender su presente y futuro.
¿De dónde vino Cristo?
Cuando de niño me encontraba con otros niños por primera vez, nunca me preguntaban de dónde venía sino más bien quién era y qué hacía mi papá. Ahora de grande sí me preguntan de dónde vengo, especialmente por mi acento. Para conocer quién era Cristo es fundamental saber de dónde vino y quiénes fueron sus padres. En Nazaret, el pueblo donde Jesús vivía, todos sabían que el padre y la madre de Jesús eran José y María (S. Mateo 1:18). Sin embargo, José y María sabían que Jesús no era el hijo biológico de José sino del Dios creador del universo. Un ángel les explicó (S. Mateo 1:20-22; S. Lucas 1:26-35) que Jesús iba a ser el hijo de Dios y de María. Claramente, esto fue y continúa siendo un acontecimiento único en la historia del universo.
Durante su ministerio Jesús les explicó a sus discípulos que él no solo provenía del cielo (es decir, del lugar donde los ángeles viven y sirven a Dios; ver S. Juan 6:38; S. Juan 6:32, 33, 41, 42, 50, 51; 3:13, 31), sino que procedía del Padre, el Dios eterno, Creador del universo (S. Juan 7:29). Como siempre hay diferencias entre padres e hijos, Jesús afirmó que en su caso no había diferencia alguna entre su Padre y él. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, explicó a Felipe (S. Juan 14:9). Sus discípulos entendieron y aceptaron de corazón esta revelación asombrosa, profunda y misteriosa, pero al mismo tiempo simple y maravillosa: Cristo es Dios en forma humana, completamente Dios y completamente hombre (Filipenses 2:5-8). Esta es la realidad sobre la cual se basa el cristianismo (S. Mateo 16:17, 18).
¿Qué hizo Cristo?
Para conocer a una persona no es suficiente saber de dónde procede. También necesitamos averiguar su historia. Por eso, antes de una entrevista el empleador necesita el resumen de la experiencia laboral del solicitante. Examinemos brevemente el resumen de la “experiencia laboral” de Cristo.
Toda historia comienza al principio. Pero por ser Dios, Cristo no tuvo principio. Es más, él vivía ya antes de todo principio con una existencia eterna sin principio ni fin (S. Juan 8:58; Proverbios 8:22-31; Hebreos 13:8). No es sorprendente entonces que encontremos a Cristo en el evento más antiguo que registra la Biblia: el diseño divino del universo y del plan de la redención (S. Juan 17:24; Efesios 1:4; 1 Pedro 1:20). Luego encontramos a Cristo junto al Padre y al Espíritu Santo creando al universo y nuestro planeta (S. Juan 1:1-3). Más tarde lo encontramos habitando en santidad con su Padre y los ángeles (Job 38:4-7; S. Mateo 18:10; 24:36) en el cielo y luego con Adán y Eva.
Cuando, desafortunadamente, el pecado entró en el mundo hallamos a Cristo directamente involucrado en la ejecución del plan de salvación (Génesis 3:8-15). Cristo ha sido y es la presencia directa de Dios en el universo e incluso en nuestro mundo después de la entrada del pecado (S. Juan 1:18). Cristo habló con Moisés cara a cara y fue él quien le dio la ley de los Diez Mandamientos en el monte Sinaí. Pablo sabía que Cristo fue la roca espiritual de la cual los judíos bebieron en el desierto (1 Corintios 10:4-10).
Debido a que la revelación de Dios a través de Moisés fue solo verbal, indirecta, y parcial, Cristo se encarnó para revelar a Dios personal, directa y completamente. Asombrosamente, Cristo, el Dios eterno, infinito, santo y creador que habitaba en el Lugar Santísimo del Santuario pasó a habitar entre su pueblo (S. Juan 1:14). De esta forma, en el Cristo encarnado Dios nos habla personalmente y directamente para revelarnos su amor, su ley y su salvación. Nos invita a confiar en su palabra y entrar por fe en su reino (Apocalipsis 3:20).
Cristo hizo algo aún más sorprendente para salvarnos del pecado. Él se encarnó para morir en nuestro lugar. Para poder ser nuestro sustituto, Cristo “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Siendo que Cristo vivió una vida sin pecado y que la muerte es consecuencia del pecado (Romanos 6:23), queda claro que Cristo no debía morir. Por eso, literalmente, no murió porque él debía morir por su pecado sino en lugar del pecador (Romanos 5:8). Más aún, Cristo murió porque en su amor desea que vivamos de la manera en que él vivió. La muerte y vida de Cristo proveen los medios para que por la fe (S. Juan 3:16), todo ser humano pueda obedecer su ley de amor y libertad (Romanos 13:8-10; Santiago 1:25, 2:12).
¿Qué hace Cristo?
¿Qué hace Cristo hoy día? Después de su muerte, Cristo resucitó y ascendió al cielo con el cuerpo físico que recibió de su madre (Hechos 1:9-11) para reinar, ministrar, y juzgar junto con su Padre desde el trono del Santuario celestial. En resumen, desde el cielo Cristo trabaja continuamente para “salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios” (Hebreos 7:25). Esto significa que desde los cielos y por medio de sus palabras y hechos consignados en la Biblia, Cristo nos llama a entrar en su reino en el cual prevalece el orden espiritual inspirado por su ley de amor y libertad. Desde allí también perdona nuestros pecados cuando arrepentidos se lo pedimos en oración.
¿Qué hará Cristo?
Conocer a una persona íntimamente requiere que conozcamos sus planes para el futuro. Los planes de Cristo para el futuro son claros y maravillosos. Cristo ha prometido volver a la tierra en un futuro muy cercano (Apocalipsis 22:12). Su deseo es unir su vida personal y su familia celestial con los redimidos de todos los tiempos (S. Juan 14:1-3). Su venida será personal, corporal, histórica, universal, con gloria y majestad de tal forma que todo ojo le verá (Apocalipsis 1:7). En ese momento, la restauración espiritual que Cristo está operando desde los cielos como nuestro intercesor culminará con la restauración de su creación física original (Apocalipsis 21:1-4, 15).
Conclusión
Por medio del testimonio bíblico hemos visto que Cristo era, es, y será el eterno Hijo de Dios. Siendo el Creador del universo, se hizo hombre para revelar su amor y salvar a los hombres del pecado. Cristo reveló a Dios directa y personalmente, murió para redimir a todos los pecadores, resucitó, ascendió a los cielos donde intercede para salvar completamente a quienes lo aceptan por fe, y pronto volverá para restaurar esta tierra a su esplendor original y dar vida eterna a sus hijos e hijas fieles.
¿Qué harás con el Cristo viviente que desde el cielo te llama a través de sus enseñanzas y las promesas que encuentras en la Biblia? Te invito a aceptarlo de corazón y servirle con amor.
El autor tiene un doctorado en Teología y funge como catedrático de esta materia en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, en Berrien Springs, Míchigan.