Número actual
 

Desde que David conquistó Jerusalén, los hebreos han tenido una relación idílica con esta ciudad. Tanto amó David a Jerusalén, que en una de sus colinas, la de Ofel,1< construyó su casa y ciudadela, y le cantó así: “Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sion, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey” (Salmo 48:2).

Salomón, hijo y sucesor de David, construyó en Jerusalén un bello templo para Jehová. Tres veces al año, acudían a Jerusalén los adoradores de todo el país y entonaban los quince “salmos de las subidas”, mientras ascendían hacia la ciudad, ubicada a 772 metros sobre el nivel del mar.2< “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos” (Salmo 122:1), resonaban las voces de los peregrinos.

El amor de Dios por Jerusalén

Dios también amó a Jerusalén, y lo declaró así: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49:15). Le aseguró su provisión: “Tu marido es tu Hacedor; Jehová de los ejércitos es su nombre” (Isaías 54:5), y su protección: “El que os toca, toca a la niña de su ojo” (Zacarías 2:8).

Cuando Jerusalén se rebeló, Dios la castigó: “Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias” (Isaías 54:7). Prometió restaurarla: “Pobrecita, fatigada con tempestad, sin consuelo… sobre zafiros te fundaré” (vers. 11). Y se acordó de sus hijos. “Todos tus hijos serán enseñados por Jehová” (vers. 13). Esas promesas tenían una condición: la fidelidad.

Los musulmanes y Jerusalén

Los musulmanes consideran a Jerusalén su tercera ciudad santa, después de La Meca y Medina. Según una tradición islámica, Mahoma, en una “travesía nocturna” considerado como un sueño o una visión, subió al cielo sobre la yegua alada Burak desde Jerusalén, pero en El Corán, el libro sagrado de los musulmanes, en la Sura 17, donde se halla esta historia, no figura el nombre de ninguna ciudad.3<

Esto ocurrió en un lugar santo para Israel, en el monte Moria, donde Abraham iba a sacrificar su hijo a Dios, quien salvó y bendijo al muchacho. El Génesis dice que ese hijo fue Isaac (ver Génesis 22), El Corán enseña que se trataba de Ismael, hijo de Abraham y una esclava egipcia. Este debate sobre quién fue el hijo de la promesa aumenta la hostilidad actual.4<

En ese lugar, donde David también hizo un altar, y Salomón construyó el primer templo, levantaron los árabes un monumento a la ascensión de Mahoma: el Domo de la Roca.5<

La disputa

Los musulmanes y los israelíes aún pelean por Jerusalén. Israel siempre ha reclamado a Jerusalén como su capital civil y religiosa. Los árabes, que la controlaron durante 700 años, o los turco-musulmanes, que la gobernaron durante otros 400, o los jordanos-palestinos, durante 19 años más (1948-1967), nunca le dieron el estatus de capital, hasta tiempos recientes. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) pretendió darle un estatus internacional, y ponerla bajo su administración.

La ciudad quedó divida en dos partes tras la guerra árabe-israelí de 1948. La parte occidental de Jerusalén fue proclamada capital de Israel en 1950. Durante la Guerra de los Seis Días, Israel alcanzó el Muro Occidental de la Ciudad Vieja, junto a todo el este de la ciudad, que estaba bajo control jordano.

En 1980, Israel promulgó una ley que declaraba a toda Jerusalén, incluida la parte oriental y una zona periférica, como “capital eterna e indivisible” del Estado de Israel.6<

Cristo y Jerusalén

Jesucristo no fue bienvenido en Jerusalén. Lo primero que hizo fue echar del templo a los comerciantes que lo profanaban. Los dirigentes religiosos vieron en Jesús una amenaza a sus intereses. El templo era su negocio. Tres veces al año, más de un millón de peregrinos les compraban los corderos y las palomas para el sacrificio. Y en dos ocasiones él los echó de ahí. Se propusieron matarlo.

Jesús amó a la ciudad de Dios. En Jerusalén fundó la iglesia cristiana. Predicó en su templo. Sanó a sus enfermos.

La última semana del ministerio terrenal de Jesús fue la más dramática. Llegó hasta las puertas de Jerusalén sobre un asno, como los reyes pacíficos, mientras la gente, con palmas y hosannas, lo aclamaban Rey e Hijo de David. Los sacerdotes se alarmaron. Jesús los opacaba. Pero en vez de entrar en la ciudad, Jesús lloró, y regresó a Betania.

Se sucedieron varios encuentros con los sacerdotes, los fariseos, los escribas y los partidarios de Herodes. Todos contra él. Al fin, sobornaron a Judas Iscariote, y éste lo entregó. Se sucedieron seis juicios ilegales. No le hallaron culpa, pero lo condenaron. En el proceso, lo torturaron, intentaron lincharlo y lo azotaron. Al fin lo crucificaron.

El amor de Jesús por Jerusalén no menguó. Fuera de sus muros dio la vida por la humanidad. En uno de sus huertos fue sepultado y resucitado, y desde uno de sus montes ascendió al cielo. En un aposento de Jerusalén, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles. Y desde Jerusalén, el evangelio se esparció por el mundo.

La paradoja

Se cree que el nombre “Jerusalén” significa “Casa de la paz”, pues procede de las palabras hebreas yeru, (casa) y shalem o shalom (paz).7<

Pero Jerusalén no conoce la paz. Desde los tiempos de Cristo, esta ciudad ha sido conquistada once veces y destruida totalmente en cinco ocasiones. La Jerusalén bíblica descansa bajo una capa de escombros de veinte metros de profundidad.8<

¿Por qué si su nombre es la “casa de la paz” Jerusalén no la conoce? La respuesta está en la Biblia. Cuando Poncio Pilato condenó a Jesús y quiso eludir su responsabilidad, los judíos presentes se responsabilizaron del crimen: “Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (S. Mateo 27:25), gritaron al unísono. Jesús lo sabía. El día que llegó a Jerusalén entre aclamaciones, adentrándose en el futuro, vio la destrucción de su ciudad, y lloró por ella desde el Monte de los Olivos. “¡Oh si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearan con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación” (S. Lucas 19:42-44).

Los males de Jerusalén no se deben a una venganza divina. Los judíos que gritaron la condena de Cristo también gritaron la suya y la de las futuras generaciones; y el diablo los escuchó. Rechazaron a Cristo con el máximo repudio, la muerte. Al rechazarlo quedaron desprotegidos.

Los hebreos cantaban: “Como Jerusalén tiene montes alrededor de ella, así Jehová está alrededor de su pueblo” (Salmo 125:2). “Si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia” (Salmo 127:1). Su protección era Dios. Tres veces al año, aun rodeados de enemigos, los hebreos se congregaban en Jerusalén para adorar a Jehová, y sus pertenencias eran preservadas por Dios. Ese mismo Dios vino a visitarlos y se llamó Jesús, pero fue rechazado. “A lo suyo vino, y los suyos no lo recibieron” (S. Juan 1:11). Al rechazar al “Príncipe de paz” (Isaías 9:6), los judíos quedaron a merced de Satanás. Jesús advirtió: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir” (S. Juan 10:10).

La Nueva Jerusalén

¿Hay esperanza para Jerusalén? Sí, la hay. En el mismo lugar donde Jesús endechó a la ciudad, ocurrirá un milagro. Cristo descenderá del cielo y, “se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur” (Zacarías 14:4).

El Monte de los Olivos se allanará, porque Cristo traerá consigo la Nueva Jerusalén, desde el cielo, y se asentará en ese lugar. Ahí donde se lloró su ruina, se cantará su gloria. San Juan dice: “Vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos” (Apocalipsis 21:2, 3).

Las tribulaciones de Jerusalén habrán terminado. Por sus puertas de perla, entrarán los salvados por la sangre de Cristo. Por sus calles doradas caminarán seguros. Gente de todas las naciones se sentará ante la mesa de la igualdad; y bajo el gobierno del mismo que lloró su ruina, Jerusalén será, por siempre, la ciudad de la paz.


1http://books.google.com/books?id=DweUAFvt0m8C&pg=PA111&lpg=PA111&dq=la+ciudad+de+David&source=bl&ots
2Ibíd.
3http://es.wikipedia.org/wiki/Templo_de_Jerusalén
4http://www.gotquestions.org/Espanol/Judios-Arabes-Musulmanes.html
5http://es.wikipedia.org/wiki/Templo_de_Jerusalén
6http://3w.taringa.net/posts/offtopic/1152745/Jerusalen-
7http://es.wikipedia.org/wiki/Jerusalén
8https://lasteologias.wordpress.com/tag/jerusalen/

Semana Santa en Jerusalén

por Alfredo Campechano
  
Tomado de El Centinela®
de Abril 2011