La cananea Tamar tuvo dos hijos con su suegro; Rahab era pagana y ramera; Rut era moabita; Betsabé adulteró con David; y María quedó encinta antes de casarse ¿Por qué son estos nombres femeninos los que se destacan en la santa genealogía y no los de otras mujeres de “mejor imagen”? Porque Mateo está anunciando un aluvión de gracia: el Redentor, el “Amigo de pecadores” (ver S. Mateo 11:19), desciende de estas mujeres, a quienes ya redimió.
Tamar se casó con Er, el primogénito del hebreo Judá, pero enviudó sin tener hijos. Una viuda sin hijos debía casarse con el pariente más cercano del difunto, y su primer hijo debía llevar el nombre del muerto y recibir el doble de la herencia. Judá le dio su segundo hijo, Onán, quien murió también sin descendencia; pero ya no quiso darle el tercero. Entonces Tamar se fingió ramera, ocultó su rostro, y sedujo a Judá, quien era también viudo. Ella quedó encinta. Cuando se manifestó el embarazo e iban a quemarla por “fornicaria”, Tamar demostró que estaba encinta de Judá, y tuvo mellizos; uno de ellos, Fares, fue antepasado del Redentor.
Rahab protegió a dos espías israelitas, fue salvada de la destrucción de Jericó, y se casó con Salmón, ancestro de Jesús. Rut enviudó de un hebreo avecindado en Moab, pueblo enemigo de Israel, y se mudó a Belén. Ahí se casó con un hijo de Rahab, y tuvo a Obed, el abuelo de David. De su unión con David, Betsabé tuvo a Salomón.
María, quien concibió a nuestro Redentor, sufrió la murmuración por su embarazo milagroso. ¡Cuán errados estaban! Mientras muchos pensaban que María era la deshonra del pueblo, Dios pensaba que era la virgen más pura.
El Centinela reconoce a todas las mujeres, y comparte la visión de Dios, quien no ve a las personas como son sino como pueden llegar a ser.
El autor es redactor de El Centinela.