Hace pocas horas recibí una de esas llamadas telefónicas para las cuales nadie está preparado: Un anciano me decía con gritos desgarradores que su esposa acababa de fallecer. él la estaba cuidando en un hospital, desde donde me llamó. Su llanto y gemidos de dolor laceraron mi corazón. ¡Qué angustia despedir a la compañera de la vida! ¡No volver a verla! ¡¿Quién nos ha enseñado a vivir solos?! ¿Cómo llenar ese espacio vacío que deja el cuerpo vivo que se fue? El adiós a un ser amado es la mayor tragedia que el ser humano debe afrontar en este planeta.
¿Por qué decir que “la muerte no existe” cuando morir es el dato más cierto y cercano de nuestra existencia? Aunque nos resistimos a ella, y nos aferramos con uñas y dientes a la vida, como la gota que está por caer desde el borde de la copa, la muerte siempre nos alcanza.
¿En qué sentido, entonces, decimos que “la muerte no existe”? Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (S. Juan 10:10). Jesús es la Vida. Y nos ha dicho: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (S. Juan 5:24).
Es en este sentido que no existe la muerte para el creyente: porque existe la vida en Jesús. él mismo comparó la muerte con el descanso nocturno cuando dijo “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle” (S. Juan 11:11). Esta es la esperanza que queremos compartir en este número, dedicado al plan que Dios ideó desde la eternidad para darle vida eterna al pecador. Los autores recorren todos los momentos del plan de salvación, desde el sentido que tuvo la caída de Lucifer en el cielo al sentido que tiene la cruz en la vida de cada ser humano.
Quiera Dios que este número de El Centinela traiga paz y esperanza a su corazón dolorido por la partida de algún ser querido.
El autor es director de El Centinela.