Él me miraba, pero no me veía. Su mundo estaba lleno de sombras. ¿Cómo te sentirías si esperabas que se aprobara tu petición para traer a tu familia a los Estados Unidos desde tu país, pero no fue así? Sentado en una esquina del restaurante, aquel hombre tenía los ojos perdidos en la nada. El plato de enchiladas se enfriaba ante él mientras dos lágrimas rebeldes luchaban por rodar por los surcos de sus mejillas.
Ese hombre no es el único recluido en el calabozo de la desesperación. Miles de inmigrantes caminan por las calles de este país, presos de amargas emociones. Soledad, angustia, frustración, desencanto: un coctel de sentimientos que a veces conducen al abandono o al suicidio. Es que nadie vino al mundo para peregrinar en soledad. Fuimos creados para vivir en compaóía. Somos familia, echamos raíces, nos gusta el suelo donde nacimos. Nos deleita la comida que nuestra madre nos preparaba. Pero la vida en este mundo es ingrata, y nos arranca de nuestra tierra; nos arrastra hacia horizontes que nunca imaginamos; nos hace soóar con una tierra mejor que no encontramos. Y nos transformamos en peregrinos en una tierra ajena que nos hace sentir extraóos y advenedizos.
La Biblia habla de hombres y mujeres de todos los tiempos que sufrieron la adversidad. “Experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra” (Hebreos 11:36-38).
¿A quiénes se refiere este texto? Habla de hombres y mujeres que, a pesar de lo agreste del camino, supieron vivir con esperanza. Y no se trataba de un posible “sueóo americano”.
Este mundo puede darte dinero, fama y poder, pero no puede darte paz. Conozco personas ricas que no pueden dormir. Viven agotadas. Experimentan el cansancio del alma, la locura de ser y no ser sin nunca haber sido. Apenas viven, aplastados por el peso de una vida carente de sentido.
¡Ah, corazones extraviados que corren detrás de espejismos! El escritor bíblico diría: “Son. . . nubes sin agua, llevados de acá para allá por los vientos; árboles otoóales, sin fruto; dos veces muertos y desarraigados” (Judas 1:12, 13).
Un día, estos personajes mencionados en la Epístola a los Hebreos se encontraron con Jesús, y aquel hallazgo fue como llegar a un oasis. Bebieron del manantial del agua de la vida y ya no volvieron a tener sed. Continuaron peregrinando, pero ahora su peregrinaje tenía sentido. Aprendieron a vivir con esperanza “Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11:13).
Por esta razón, conocer a Jesús es todo. él es el pan para el hambriento peregrino, el agua que calma la sed del alma, la realidad plena en medio de los espejismos del desierto en el que transitamos. Es el GPS de la vida. Por eso los adventistas del séptimo día abren sus casas para recibir a sus amigos y orar por ellos. Les llaman grupos pequeóos; son grupos de amigos que se ayudan mutuamente. Busca uno de estos grupos, y verás que conocer a Jesús es todo.
La noche en que se hundió el Titanic, desde el bote salvavidas, la seóora Rosalie Straus miraba a su esposo Isidoro en la cubierta. Se iba a ahogar. De pronto, ella dejó su lugar en el bote mientras decía: “Hemos vivido juntos muchos aóos, y dondequiera que vayas, yo voy contigo”.
Esta fue una vislumbre del amor de Jesús. Por eso, conocer a Jesús es todo.
El autor es conferenciante internacional. Escribe desde Brasilia, Brasil.