Cierta vez, mientras estaba en Santo Domingo, República Dominicana, alguien me invitó a orar por los enfermos en el hospital principal de esa gran ciudad. Lo que vi se me quedó grabado para siempre. Hombres y mujeres de todas las edades, algunos ya consumidos por la enfermedad, otros con rostros demacrados, lloraban en silencio. Otros gemían en los pasillos mientras esperaban la atención médica. Mi corazón se conmovió y pregunté desesperado: “Señor, ¿dónde estás?”
Este cuadro patético semeja el sufrimiento de los israelitas en Egipto. El pueblo hebreo trabajaba para el faraón construyendo ciudades de almacenamiento. El ritmo de trabajo era extenuante, las condiciones precarias y, para aumentar el dramatismo, no recibían paga porque eran esclavos. Se iban consumiendo en la miseria, la desesperanza y la amargura (éxodo 1:14). Un día Dios envió a Moisés, un hebreo exiliado en Madián, para sacar a Israel de la esclavitud de Egipto (éxodo 3:10). Pero la misión, en primera instancia, trajo para el pueblo dolor y sufrimiento (éxodo 5:19). Moisés confiaba en Dios, pero, ¿cómo los israelitas podían ver a Dios en el sufrimiento y el dolor?
El texto bíblico dice que “Moisés se volvió a Jehová” (éxodo 5:22). Esta es la respuesta ante los interrogantes que plantea la adversidad: “volverse a Dios”.
La cruz de Cristo nos enseñó que el Dios de la Biblia comprende nuestro dolor y está a nuestro lado. Aunque no es posible comprender “el sufrimiento”, porque el hombre no fue diseñado para sufrir, al volverse a Dios se obtiene paz. Esta paz no consiste en la ausencia de problemas, sino en la presencia de Dios en medio de ellos.
En el capítulo 6 del libro del éxodo, Jehová le responde a Moisés y le dice: “Ahora verás [literalmente, experimentarás con tus propios ojos] lo que yo haré a Faraón; porque con mano fuerte los dejará ir, y con mano fuerte los echará de su tierra (éxodo 6:1). De modo que, ante el dolor y el sufrimiento de Israel, Dios tenía un plan. Así también, aunque no podamos comprender la adversidad, cuando nos preguntamos, “¿por qué a mí?”, Dios tiene un plan. Los israelitas pasaban por un momento de sufrimiento, y no entendían nada de lo que ocurría. . . pero Dios tenía un plan de rescate.
¿Cómo podía Dios estar activo cuando las cosas estaban poniéndose peor? Israel estaba sufriendo más que antes. Antes de que Moisés le exigiera al faraón que dejara ir a Israel, los egipcios les proveían paja para hacer ladrillo; pero ahora, además de negarse a liberarlos, el faraón les ordenó que ellos mismos buscaran la paja, y debían producir la misma cantidad de ladrillo que antes. Aun así, en medio de la explotación extrema, Dios tenía un plan para Israel: ya se había comprometido a darle la tierra de Canaán (éxodo 6:4).
El plan para José y su familia
José, el primer hebreo que se estableció en Egipto, sufrió también en Canaán y en la tierra de su exilio.
Cuando tenía 17 años José fue traicionado por sus hermanos, quienes lo odiaban por ser bueno y honesto. Ellos lo echaron en un pozo y luego lo vendieron a unos traficantes de esclavos. Pero Dios tenía un plan. Años más tarde, José llegó a ser el gobernador de Egipto. Entonces, la sequía y el hambre asolaron la tierra. Sus hermanos fueron a Egipto a comprar alimentos porque se enteraron que el gobernador había almacenado mucho trigo durante los años previos a la sequía. José los reconoció y les dijo: “No os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros” (Génesis 45:5).
Ya estás comprendiendo, querido lector. José fue traicionado por sus hermanos, separado de su familia por las personas que más amaba. ¡Una locura, ¿verdad?! Pero en medio del sufrimiento que experimentaron José y su padre Jacob, Dios tenía un plan. José lo entendió y dijo: “Dios lo encaminó a bien. . . para mantener en vida a mucho pueblo (Génesis 50:20). ¡Sí, Dios tenía un plan!
No se trata de que “no hay mal que por bien no venga”, porque el bien no necesita ni depende del mal. No, sino que Dios arregla lo que nosotros echamos a perder. Nos provee la salida del atolladero, y en el proceso maduramos. Dios puede tornar en bendición esa adversidad que hoy te aflige si te mantienes fiel, porque él es soberano, controla todo lo que te ocurre, y tiene un plan para tu vida. De modo que, ¡levántate!, pon atención a lo que te está ocurriendo, y concéntrate en esperar las bendiciones que Dios va a traer a tu vida.
La clave consiste en tener confianza en Dios, ya que en la cruz él nos enseñó que comprende nuestro dolor, y venció lo que puede causarnos la pérdida total, a saber, la muerte.
Israel pudo ver a Dios en medio de su sufrimiento cuando “Moisés se volvió a Jehová” (éxodo 5:22). Esa es la clave, pues él es paciente para soportar tus lágrimas, tu dolor o tu enojo. ¡No tienes que sufrir solo! En medio de tu dolor, Dios te dice al oído: “Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (éxodo 14:14).
En mis días de dolor y sufrimiento, siempre recuerdo el antiguo himno que mi madre cantaba cuando yo era niño:
Nada sé sobre el futuro,
desconozco lo que habrá;
es probable que las nubes
mi luz vengan a opacar.
Nada temo del futuro,
pues, Jesús conmigo está.
Yo le sigo decidido,
pues él sabe lo que habrá.
Muchas cosas no comprendo
del mañana con su afán;
mas, un dulce amigo tengo,
que mi mano sostendrá.
Confía en Jesús porque él tiene un plan; aunque no lo entiendas ni lo apruebes. Las “ventanas” que él abre, siempre son mejores que nuestras humanas “puertas de salida”.
El autor es ministro adventista. Escribe desde Salem, Oregón.