El 3 de enero de 1840, en el pequeño pueblo de Tremeloo, Bélgica, nació quien llegaría a ser su hijo predilecto, el belga más grande de todos los tiempos: Jozef Van Veuster, quien llegaría a ser conocido como Damián de Molokai. De vocación espiritual y volcado al servicio, Jozef se decantó por la teología e ingresó en el seminario, de donde salió para convertirse en “el clérigo de los leprosos” en Molokai, la “isla infernal”.
El Archipiélago de Hawai, anexado a los Estados Unidos el 21 de agosto de 1959, era un remanso de paz y de vida natural. Pero ya para 1850, después de descansar de guerras y conquistas, la población de las islas circundantes empezó a sufrir un brote de lepra; y los enfermos fueron cruelmente confinados por las autoridades a vivir solos, exiliados por su llaga en el islote de Molokai.
Dejemos de seguir por un momento a Damián de Molokai y leamos en la Epístola a los Filipenses: “Haya pues en vosotros este mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:5-7).
Así, San Pablo exhortó a los fieles de Filipos a experimentar “el sentir de Cristo”, que lo llevó a fundir su eternidad con la humanidad caída.
Antes de que el mal entrara en el Edén, la vida de Adán y Eva era idílica (Génesis 2:8-15). Pero el pecado entró como lepra, carcomió y desfiguró todo, y nos infligió la peor maldición posible: la muerte (Génesis 3:19).
Pero Cristo nos asombra. “Siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”. ¡Qué grandeza de alma! Jesús hizo propiciación por los pecados del hombre antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4). San Juan dice que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (S. Juan 3:16). Ahora, San Pablo hace una descripción de la esencia misma de Jesús: “Siendo igual a Dios”. El término original que se usa para traducir la palabra “siendo” es: hupárjo, que significa: “existiendo originalmente con Dios”. El ser igual y en forma de Dios le daba a Jesús el derecho de seguir “disfrutando” de la delicia de los cielos, pero quiso venir a socorrer a la raza dolida.
Este concepto hace más sublime la esencia del “sentir de Cristo Jesús”. ¿Qué tenía el Hijo de Dios en común para echar su suerte con la humanidad? ¿Por qué no se aferró a sus derechos? ¿Qué lo motivó a unirse para siempre con nosotros?
El amor en acción
Ese “sentir de Cristo”, ese “amor extraño”, según Pablo, se expresó en “despojamiento”, “anonadamiento”, es decir “hacerse nada” por amor al prójimo.
¿De qué se despojó el Hijo de Dios? No de su divinidad ni de sus atributos divinos. Los evangelios testifican de su poder sobre la naturaleza, la enfermedad y los demonios (S. Marcos 1:32-34; 4:37-41). Se despojó del ejercicio independiente de los atributos divinos. Jesús agregó a su esencia divina la esencia de un siervo, de alguien que intenta cumplir plenamente la voluntad de otro, en este caso, el Padre celestial. él dijo: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (S. Juan 5:30).
El apóstol de los leprosos
Luego de que la lepra se desparramara como lava por cada rincón de la “isla maldita”, el aspirante al sacerdocio Damián pidió ser enviado al campo misionero. En 1873 llegó al pueblo, donde una multitud de enfermos con sus carnes que colgaban sanguinolentas lo recibió en la playa diciendo: ¡Aloha! En el idioma nativo, esta palabra expresa más que un saludo. Es toda una filosofía de vida que significa “paz, belleza, disfrute, felicidad”. También significa “respiro de la vida”. ¡Belleza, paz, respiro que la enfermedad les había robado! Pero aquel saludo expresaba un concepto más: esperanza. Los enfermos pensaban que el misionero podía devolverles la alegría que la lepra les había robado.
Damián empezó a levantar una capilla donde la fe y la esperanza pudieran replicar. Trabajó en el sistema de alcantarillado y en mejorar los caminos. Montó programas y proyectos musicales, tales como coros y conciertos. Trató de acercarles el mundo y la vida a los moribundos. De toda esa gran labor fue arquitecto, director, peón, obrero y guía espiritual. La fama que rápidamente traspuso fronteras no lo distrajo. Tampoco el dinero. Cuando una organización le ofreció diez mil dólares por año, mucho dinero en aquel tiempo, Damián dijo: “Si aceptase por mi trabajo el más insignificante salario, mi madre no me reconocería como hijo”.
Los seiscientos enfermos de la isla tendrían pronto al benefactor como uno más de ellos: Damián se contagió de lepra. Pronto, sus pies no sentían la diferencia entre el agua fría y caliente. La enfermedad cobró su víctima: su cuerpo se volvió una sola llaga; pero su vocación y su espíritu conservaron la lozanía de la juventud. Entonces dijo: “Pronto estaré completamente desfigurado. No tengo ninguna duda sobre la naturaleza de mi enfermedad. Estoy sereno y feliz en medio de mi gente”.
Damián de Molokai murió en 1889, amado por su pueblo, respetado por sus superiores y admirado por sus perseguidores. Sus restos fueron traslados a Bélgica, donde se le dio este título: “El belga más grande de todos los tiempos”.1
Conclusión
El amor es extraño. Jozef Van Veuster compartió su destino con los leprosos en Molokai aun hasta su muerte, porque fue impulsado por el mismo amor que llevó a Jesús a morir en la cruz.
Jesús no se enfermó con la lepra del pecado, por eso pudo sanarnos. Pero él “no estimó ser igual a Dios”. Tomó la “semejanza de un hombre” para entender al sufriente, para sentir nuestros dolores, llevar nuestras enfermedades y devolvernos la belleza, la paz, la felicidad y un nuevo respiro de vida. ¡Llegó a nuestras vidas y nunca más salió de nuestra historia!
Si el amor de Jesús puede limpiar la lepra del pecado, ¿por qué no darle a él una oportunidad en nuestra vida para limpiarnos, y para que seamos puentes de salvación para otros?
En el mes que se conmemora el Día del Amor, piensa en Jesús y en su discípulo, Damián.
El autor, ministro cristiano, escritor y conferenciante, cursa una maestría en la Universidad Andrews, en Míchigan.