Nos gusta amar y ser amados. Puede decirse que el amor es la sustancia de la vida. Tal como las facetas del diamante, que reflejan la luz y hacen valiosa esta gema, el amor tiene varias formas de manifestarse. Los griegos tenían cuatro palabras para referirse a las facetas del amor.
Eros. En eros la pasión y la atracción física son las fuerzas motoras. Es el amor de novios y esposos. Mediante un poema nupcial, Dios le dio al eros un lugar en las Escrituras. El Cantar de los Cantares narra el idilio de una pareja que se casa, y el pueblo todo se alegra con ellos. Eros es el amor más privado. Es un amor de dos.
Storgé es el amor entre parientes. Tanto amó David a su familia, que la mandó llamar a una cueva donde se escondía del rey Saúl, quien quería matarlo. Ahí, le cantó estas palabras inmortales: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” (Salmo 133:1). Se trata de un amor de varios, los familiares.
Filía crea un sentido de lealtad hacia los amigos, la familia y la comunidad. Induce a compartir mutuamente, como compartió Jonatán con David su manto y sus armas, aunque su padre Saúl se opusiera; y como David compartió con Mefiboset, el hijo de su amigo muerto. Este puede ser un amor de muchos.
Ágape es el amor con el que amamos a Dios porque así nos ama él. No es como eros, un amor hormonal, ni como storge, amor de parientes. No es como filía, un amor de prójimos y amigos. Es el amor de Jesús en la cruz, que ennoblece a quien lo recibe y exalta a quien lo da. Es el amor del que escribió San Pablo: “El amor nunca deja de ser” (1 Corintios 13:8). Es un amor universal.
Eros, el amor de dos, storge, el amor de varios, filía, el amor de muchos, y ágape el amor de todos, están a nuestro alcance. Acudamos a su inagotable fuente, a Dios, porque “Dios es amor” (1 Juan 4:8).
El autor es redactor de El Centinela.