“Estoy desesperada. ¿Puede una persona desaparecer, no desear más el contacto con otra, sin dar explicación alguna y dejando un montón de interrogantes? ¿Cómo relacionarme con alguien que de repente se aleja sin dar razones, cuya indiferencia me causa tanto daño? Antes esperaba llegar a casa para chatear por Internet. Hoy miro la computadora y me produce rabia”—Inés, de San Francisco.
Este es el testimonio de una joven que acaba de “romper” una relación que en la realidad jamás existió, porque era virtual. Nació y murió por Internet. ¡Qué fenómeno extraño!
Atrás quedaron los tiempos de los cruces de miradas, de la timidez femenina que inducía al varón a la “conquista”… Y a la dama a la eterna espera del príncipe azul. Hoy, con el vasto alcance del mundo virtual, parecen haber quedado también atrás los encuentros casuales de corazones solitarios. Todo es más fácil. Y todo también más complicado.
Por ejemplo, parece ser más fácil encontrar por Internet una pareja a la medida, acorde con los fines, gustos y hasta atributos físicos. Lejos del cara a cara, la búsqueda del amor se hace en estos días mediante citas online. Los sitios con el fin específico de formar parejas ofrecen la unión de perfiles de usuarios compatibles. Mediante programas que cruzan información, despliegan un listado de candidatos acordes con la demanda, como si fuera un desfile de hombres y mujeres ideales. Por estos días, millones de internautas consolidan una tendencia mundial: El encuentro de una pareja de un modo más directo y preciso que la que suele darse, por ejemplo, en redes sociales. Según comScore, en los Estados Unidos más de veinte millones de personas buscan pareja por Internet. En Europa, la facturación por este tipo de servicio alcanzó los 243 millones de euros en 2006, y llegó a los 549 millones a fines de 2011. Todo un negocio. El grupo Meetic, uno de los líderes en el negocio de citas y matching en el mundo y en América Latina anunció hace pocos meses la fusión con el sitio norteamericano Match.com. Solo pensemos en los millones de solteros que hay en cada país de América Latina para tener una idea de los millones de dólares que están esperando a los que están en el negocio de Cupido.
Conexiones sin relaciones
Para quien está en red, conectarse y desconectarse son decisiones igualmente legítimas, del mismo estatus y de igual importancia. Las conexiones se establecen a pedido y pueden cortarse a voluntad. El estar en contacto puede intercalarse con períodos libres o con otros contactos. Las conexiones son “relaciones virtuales”, de fácil acceso y salida; tienen la supuesta ventaja que en cualquier momento puede oprimirse la tecla delete y se terminó. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman denomina “relaciones de bolsillo” a este tipo de encuentros, que “se pueden sacar en caso de necesidad, pero que también pueden volver a sepultarse en las profundidades del bolsillo cuando ya no son necesarias”. Es cuando el amor se lo ve como una conexión más que como una comunicación profunda, donde las parejas se convierten en un objeto más de consumo.
Pero el amor nace de una relación. El amor no se esconde en la distancia que ofrece un sitio de encuentro online. El amor nace y crece en el cara a cara real, no virtual. Se origina en una relación real. El amor busca en el otro al sujeto, a la persona; el deseo egoísta, en cambio, hace del sujeto un objeto. El amor procura conocer al otro, ahondar en su misterio, y aun sufrir con el otro; el deseo, una vez consumido lo deseado, necesita renacer con otro objeto. Vivimos una era de deseos fugaces, estimulados intensa y artificialmente por los relaciones facilitadas por Internet.
Todo vínculo necesita tiempo para nacer y crecer. Necesita tiempo para consolidarse. Y, eventualmente, llegado el momento, crear “un tercer cuerpo”, como explica bellamente la terapeuta Connie Zweig en Vivir con la sombra. Ese es el “cuerpo” de la pareja, que necesita de la concurrencia e integración de quienes se aman. Ese “tercer cuerpo” es la promesa divina de llegar a ser “una sola carne”, movidos por el amor (S. Mateo 19:5). Son dos personas que se arriesgan a descubrir cada una en compañía de la otra los aspectos más recónditos de su propio ser. Esto es un proceso que requiere tiempo, decepciones, comprensión, creatividad, presencia, compromiso. Pero en nuestros días todo parece conducir —y la tecnología lo facilita— a convertir a las personas en un objeto de satisfacción de un deseo egoísta (no sólo sexual, también el de ahuyentar la soledad o alimentar el narcisismo).
A diferencia del amor pasional y egoísta, derivado de Eros, el dios griego del amor, el apóstol Pablo afirma que hay “un camino más excelente” (1 Corintios 12:31), el amor derivado de ágape, que es una bondad que quiere el bien ajeno y tiene su fuente en Dios. El amor es tratarte a ti como Dios me trata a mí. El amor, es más que la raíz de todas las virtudes: Es la virtud superior que gobierna el universo, a través de la cual nos integramos a las fuerzas espirituales que imperan en el cosmos.
De esta manera, el amor constituye la llave de los pensamientos más nobles y de los sentimientos más sublimes, que debe llenar el vacío de nuestra vida, especialmente en la relación más estrecha e íntima del ser humano: el matrimonio.