Dejamos atrás un aóo más de vida, y despuntan los rayos de un nuevo amanecer.
En estos días de enero cuando miramos atrás y adelante, es importante ejercitar el perdón: perdonarnos a nosotros mismos, perdonar los errores ajenos. El perdón no puede cambiar nuestro pasado, pero sí puede cambiar nuestro futuro.
Al mirar el aóo que pasó, recordamos que de un modo u otro todos hemos sido golpeados por la vida, todos hemos vivido situaciones desgraciadas que desafiaron nuestra fe.
Como creyentes decimos: “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28), pero no aceptamos esta verdad en tiempos de prueba.
Aquí Pablo dice dos cosas: 1) Todas las cosas, las buenas y las malas, que les ocurren a los hijos de Dios tienen un fin: nuestro bien. 2) Este bien final solo se da en aquellos que son llamados conforme al propósito divino.
Dios bendice a reyes, como David; y a esclavos, como Onésimo (Colosenses 4:9). Dios bendijo a María con la alegría de gestar al Hijo de Dios, y a Esteban cuando lo apedrearon. Dios bendice en las alegrías y en las tristezas. Bendice cuando estamos en la cima y cuando estamos en un pozo del desierto.
Por lo tanto, hay dos cosas que debemos comprender: Lo que creemos que es malo, en realidad puede no serlo. Y lo que pensamos que es bueno, puede tampoco serlo. Nuestro escenario mental es estrecho, pero Dios ve desde las alturas (ver Isaías 55:9).
Tú puedes hacer cosas muy malas, pero la gracia de Dios permanece. Por el contrario, puedes hacer todo el esfuerzo de portarte bien, y de repente las circunstancias se dan vuelta y también el rostro de aquellos en quienes confiaste. Pero Dios no es Dios de circunstancias ni depende de eventualidades.
En este aóo, ama y confía en Dios más allá de tus circunstancias. El amor divino te dará fuerzas y esperanza.
El autor es director de El Centinela