Platón, el filósofo griego, tenía un concepto muy pobre del cuerpo humano. Para Platón, el cuerpo era la prisión del alma, la cual se liberaba al momento de la muerte.1 La teología católica incorporó estos conceptos.2 Esta idea llevó a los creyentes a menospreciar al cuerpo. Los castigos corporales llegaron a ser un falso medio de purificación, las relaciones sexuales dentro del matrimonio fueron recomendadas solo para la procreación, y el cuerpo femenino fue considerado un arma del tentador para corromper al varón.
Por contraste, la Biblia dice que el cuerpo humano es muy valioso. Dios dijo luego de haber concluido la creación que todo “era bueno en gran manera” (Génesis 1:31) él mismo, con sus propias manos, creó el cuerpo del primer hombre del polvo de la tierra, y luego le infundió vida al soplar en su nariz. Ambos elementos, mezclados y fundidos de manera indivisible, forman el alma, es decir, el ser humano (Génesis 2:7).
La gloria del cuerpo humano
La creación. “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). El hecho de que Dios creara al hombre a su imagen reviste al cuerpo de dignidad. El cuerpo es muy valioso y privilegiado, pues fue dotado con capacidad de procreación “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos” (vers. 28).
La caída. La entrada del pecado daóó la imagen de Dios en el hombre. El cuerpo fue degradado, y la mente se envileció “Cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Romanos 1:23). El pecador llegó a ser mortal.
La encarnación. Pero el divino Hijo de Dios no se avergonzó del cuerpo humano. Cuando vino a anunciar el reino de Dios y a realizar el sacrificio expiatorio, adoptó un cuerpo. Y le devolvió su dignidad. El Espíritu Santo lo ungió plenamente (S. Mateo 3:16).
El hombre depravado iba perdiendo la imagen y semejanza de Dios, pero Cristo no. En ese Predicador sencillo se veía la imagen de Dios: “él es la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1:15). Si ya era glorioso para el cuerpo ser imagen de Dios, más honra es que el mismo Dios haya adquirido uno.
Esta humanización del Hijo de Dios no fue pasajera. Tomó el cuerpo humano como una posesión permanente. Y cuando, luego de haber resucitado, lo llevó a las alturas y lo entronizó “en los lugares celestiales” (Efesios 1:20), le aóadió más gloria. En el cielo tenemos nuestro Mediador, “Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5).
La conversión. El cuerpo humano, humillado por el pecado a causa de la caída, es exaltado en la conversión, pues llega a ser habitado por Dios. San Pablo amonestó a los corintios: “¿No sabéis que sois templo de Dios?” (1 Corintios 3:16).
La glorificación. Dios quiere aóadirle gloria al cuerpo del converso. En el retorno de Cristo, le concederá la redención. Esperamos “la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:23).
Conclusión
Cuánta honra significa que el Hijo de Dios posea un cuerpo humano glorificado, que el Espíritu Santo habite en el cuerpo del cristiano, y que cuando Cristo vuelva nuestro cuerpo sea redimido. Mientras llega ese día, entreguemos nuestro cuerpo a Cristo, para que se torne en un “templo del Espíritu Santo” (1 Corintios 6:19).
Algunos datos sobre nuestro maravilloso cuerpo*
- La mayor célula del cuerpo humano es el óvulo, y la menor es el espermatozoide.
- Se estima que el cuerpo humano posee aproximadamente 95.000 kilómetros (60.000 millas) de vasos sanguíneos.
- Nuestros ojos son del mismo tamaóo desde el nacimiento; la nariz y las orejas crecen durante toda la vida.
- El cerebro opera con la misma potencia que una lámpara de diez vatios, incluso mientras dormimos, y es mucho más activo durante la noche que durante el día.
- En 30 minutos, el cuerpo humano promedio produce suficiente energía (calor) para hervir 4 litros (1 galón) de agua.
El autor es redactor de El Centinela.