Decía la ex primera dama estadounidense Eleanor Roosevelt: “Con el nuevo día llegan nuevas esperanzas y nuevas ideas”. Esta verdad se hace aún más verdadera en el primer día del nuevo año. La expectativa de que las cosas pueden ser mejores hacen que desde los últimos días del año pensemos qué cosas pueden ser diferentes en el próximo año. De esta necesidad brotan las resoluciones del año nuevo.
El problema es que todos los castillos de sueños creados al fin de las últimas horas del año a menudo no duran más que semanas, o en el mejor de los casos días.
La universidad de Scranton presento un estudio* interesante que afirma que solo se concretan el 8 por ciento de las resoluciones de año nuevo, y que el 75 por ciento de esas resoluciones no llegan ni al fin de la primera semana.
Una vida sin cambios es una vida que camina rumbo al fracaso total. Los cambios ajustan la vida, dan nuevo rumbo, hacen que los errores se rectifiquen, que las fallas se corrijan. Pero si es tan difícil cambiar, ¿qué podemos hacer este año para que no nos ocurra lo del pasado?
La parábola del hijo pródigo es, sin lugar a dudas, una de las mejores historias de transformaciones a lo largo de toda la Biblia. De la historia de este joven quisiera ayudarte a sacar ideas de cómo, en este nuevo año, podrías lograr cambios esenciales en tu vida, para que concretes lo que te has propuesto.
Haz una evaluación personal. “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!” (Lucas 15:17). De todos los pasos, este sin lugar a duda es el más difícil: reconocer nuestros errores. Evaluar y juzgar a los demás es muy fácil, porque no nos duele. Quizá por eso, a veces, somos hasta crueles cuando formamos una opinión de otras personas. Pero cuando llega la hora de evaluarnos a nosotros mismos, siempre somos demasiado misericordiosos. ¿Ya te diste cuenta de que el mismo problema que vemos en otro siempre es más “condenable” que si lo vemos en nosotros?
El joven de la historia hace una dura evaluación de su situación cuando reconoce que no tiene nada, y que está sin ninguna esperanza. La pregunta es: ¿Cómo puedo hacer una evaluación “real” sobre mi situación? Escríbelo. Escribe en una hoja lo que piensas de ti mismo. ¿Estás bien financieramente? ¿Cómo estás en tu trabajo? ¿Cómo van tus relaciones personales? ¿Alcanzaste a concretar tus proyectos o fracasaste nuevamente en el último año? Sé honesto contigo mismo aunque te lastime un poco. Después de eso busca a una o dos personas en las que confías y que sabes que te quieren. Tus padres, tu pastor, un amigo, el cónyuge. Preséntale esa hoja y pídele su honesta opinión. Pero ten en cuenta lo siguiente: 1) No tomes las críticas de un modo negativo. Entiende que los que te quieren te están ayudando y no criticando. 2) No des explicaciones. Escucha sin dar explicaciones, pero toma nota de todo lo que te digan. 3. Ora. Lleva todo en oración a Dios y pídele sabiduría y discernimiento para aplicar los consejos en tu vida.
Pon metas. “Me levantaré e iré a mi padre” (S. Lucas 15:18). El hijo pródigo tenía solo dos objetivos: levantarse e ir a su padre. Quizá para ti sean más que dos. Quizá sean muchos más. No importa cuántos sean. Lo que importa es tener claro cuáles son. Si no sabes dónde quieres llegar no lograrás nunca comenzar tu viaje. Otra vez, escribe cuáles son los objetivos que quieres lograr. ¿Mejorar la salud? ¿Ahorrar más dinero? ¿Cuidar mejor a tu familia? Sé claro con los objetivos y la mejor manera de ser claro es escribirlos.
Dos cuidados que debes tener: 1) Sé específico. Muchas de las resoluciones de fin de año no funcionan porque son generales. Una cosa es decir “voy a cuidar a mi familia”, y otra es decir “voy a pasar más tiempo con mis hijos y mi esposa los fines de semana”. 2) No te sobrecargues. En el afán de arreglar la vida nos imponemos un montón de cosas para hacer. Según ese estudio de la universidad de Scranton, una de las razones por las que las resoluciones fracasan es la cantidad de resoluciones. Solo ponte la meta de cinco o seis logros. A medida que los vayas concretando, puedes ir añadiendo nuevas metas, y así te mantendrás motivado y siempre desafiado.
Sé realista. “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (S. Lucas 15:18-19).
Uno de los grandes problemas es establecer metas que no son realistas. Los ejemplos más comunes están en el área financiera y de salud. Quiero ahorrarme un millón de dólares es un desafío prácticamente imposible para la gran mayoría de nosotros, pero establecer un plan de ahorrar el 15 por ciento del sueldo y al fin del año tener casi dos meses de sueldo ahorrados es bastante más realista. Esto vale para los kilos extras que cargamos o para los libros que queremos leer, el ejercicio físico que queremos realizar o las actividades religiosas. El hijo prodigo estableció una meta realista. Él sabía que, por ley, era imposible volver a su posición original de hijo heredero. Así que apuntó a algo que podía esperar alcanzar. Era difícil pero no imposible.
Hazlo. “Y levantándose, vino a su padre” (Lucas 15:20). Después de que tengas todo en papel: evaluación hecha y objetivos establecidos, es hora de levantarte y entrar en acción. Comienza, muévete, lucha. Me imagino que algunas veces el hijo pródigo, en su viaje de vuelta, pensó en desistir. Quizá se le ocurrió la idea de que no funcionaría su plan. Pero el éxito se alcanza a pesar de las dudas. No se trata de no tener dudas, sino de no desanimarnos jamás. El éxito está en avanzar con dudas y aun con caídas.
Con el nuevo año llegan nuevas esperanzas. Sigue los pasos del hijo pródigo. Pon tu confianza en Dios y avanza. Los cambios que tanto buscas serán alcanzados y el sabor de la victoria será tan sabroso como el abrazo de un padre a un hijo que regresa a casa.
El autor es consejero y conferenciante. Escribe desde Dallas, Texas.