Supe que algo andaba mal en aquella casa cuando nuestras sesiones de estudio de la Biblia comenzaron a ser interrumpidas por los “clientes” de los dueños de casa. El cambio que comenzaba a forjarse en aquel hogar estaba siendo desafiado por la venta de drogas que hasta ese momento habían ejercido, y el silencio de la meditación espiritual era quebrantado a menudo por los llamados vociferantes de adictos que no se daban por vencidos y querían “mercancía” en el instante.
La lucha entre la vieja y la nueva vida debió ser intensa, pero siempre recordaré el día cuando ambos cónyuges y yo nos arrodillamos con lágrimas en los ojos para constatar por la oración el inicio de una nueva vida en Jesús. Se mudaron poco después del área, huyéndole a la vida pasada, pero llevando consigo algo mucho más valioso que cualquier mercancía: las semillas de una nueva vida. Sin culpa, sin temores y con una nueva esperanza y propósito que nadie podría arrebatarles.
¿Es posible un cambio? ¿Puede un árbol que nace torcido enderezarse? ¿Puede detenerse el curso del destino? La ciencia está comenzando a demostrar el poder de la fe en la vida, y la respuesta contundente de la Biblia a estas preguntas es ¡Sí! El cambio es posible. Un cambio total y definitivo. ¿Cómo?
- El cambio sucede de adentro para afuera. La conducta es el resultado de convicciones, instintos y actitudes que se manifiestan en hábitos. Usted y yo podemos modificar un hábito, pero si no ha cambiado nuestra actitud ni nuestro temperamento, el cambio será superficial. Podemos desear ser mejores padres y esposos, mejores compañeros de trabajo, pero si nuestras actitudes permanecen iguales, de poco valdrán las palabras o las acciones forzadas por una determinación de la voluntad.
- El poder de cambiar proviene de Dios. Al comienzo de un año, muchas personas se fijan blancos para los meses que siguen. Algunos cambios superficiales son factibles. Podemos cambiar el estilo de cabello o la forma de vestirnos. Podemos cambiar nuestra dieta (aunque esto ya no es tan fácil), o mudarnos a otro vecindario. Pero usted y yo no tenemos el poder para efectuar las nuevas conexiones emotivas e intelectuales que nos permitan rechazar nuestra vida actual en favor de un nuevo crecimiento espiritual. Necesitamos reconocer nuestra impotencia. No hay vida sin muerte. No hay trigo si no se entierra el grano.
- La transformación ha de ser constante y permanente. El problema con los programas de autoayuda, ya sea para abandonar una adicción o mejorar algún aspecto de nuestra vida, es precisamente que son programas, una reglamentación que se nos impone durante un periodo de tiempo. Llegar a ser una nueva persona desde adentro tiene un carácter permanente. Es un cambio total de dirección.
Nuestra sociedad le da una importancia quizá demasiado grande al éxito. O eres exitoso o eres un fracasado. O ganas o pierdes. Los deportes se describen en base a victorias versus fracasos. Tantos juegos ganados versus juegos perdidos. Se dice del boxeador: 20 peleas ganadas, 5 perdidas. Tantos goles. Tantos batazos, tantos ponches. Tantos puntos.
Victorias y derrotas.
¿Qué en cuanto a la vida cristiana? ¿En qué consiste la victoria espiritual?
En el plano espiritual y profundo de la vida, la victoria no es un evento cuantificable. No se trata de meter goles o carreras. De tener más juegos ganados que perdidos. Más bien se trata de un cambio de equipo. Somos de Cristo. Nuestra vida queda bajo nueva administración.
Es hora de afiliarnos enteramente con Dios. Digamos con el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). La promesa de las Escrituras es segura y confiable: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Aprovechemos el comienzo de un nuevo año para ubicarnos en el terreno de la fe. No escuchemos a los maestros modernos de la vida secular, que sacrifican la espiritualidad fundamental del ser humano por los espejismos de la fama, el poder y la apariencia. Nunca creamos que podemos ser felices si tan solo organizamos nuestra vida y nuestro armario. La vida sin Dios es un desorden, un caos sin esperanza.
Al comenzar un nuevo año, lo invitamos a hacer un nuevo pacto con Cristo. Su fe crecerá, aprenderá que Dios es bueno y que vale la pena confiar en él. “Bendito el varón [o la mujer] que confía en Jehová —escribió el profeta de antaño—, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (Jeremías 17:7, 8).