Me acuerdo que en mi niñez siempre había una Biblia sobre una mesa. Era una Biblia grande de familia, que tenía muchos cuadros hermosos de pintores famosos, con varias escenas de la Biblia. En todas las casas de Nueva York adonde nos mudábamos, mi madre solía poner la Biblia sobre la mesa. Lo curioso era que siempre se mantenía cerrada. Un día se me ocurrió abrirla y ver su contenido. En ese tiempo yo no podía leerla porque solo leía en inglés y esta era una Biblia en español. Pero empecé a hojearla y a mirar las ilustraciones. La imagen que más me impresionó fue la de Cristo sobre la cruz. Era una imagen impresionante de un Cristo sangrante y en agonía. Creo que tenía unos diez u once años, pero mi primera reacción fue hacerme la pregunta: ¿Por qué Cristo tuvo que morir así?
Un día, mamá empezó a estudiar la Biblia con una señora que venía a la casa. Luego nos mudamos de Nueva York a Puerto Rico, y mi mamá continuó tomando estudios con otra señora. Me acuerdo que a veces varias personas acompañaban a la instructora bíblica, y yo oía desde mi cuarto lo que decían. Pero en mi adolescencia no les prestaba mucha atención. Por razones económicas, nos quedamos solo un año en Puerto Rico, y así regresamos a Nueva York a empezar de nuevo. Cuando regresamos, mi mamá informó a toda nuestra familia que ella había decidido seguir los principios de la Biblia, y guardar todos los mandamientos de Dios, incluyendo el cuarto mandamiento. También ella quería que nosotros empezáramos a estudiar la Biblia. Mi papá no se opuso y yo también estaba interesado en lo que ella había aprendido, así que consentimos en recibir los estudios.
Una pareja empezó a venir a casa para enseñarme la Biblia. Ya para ese tiempo podía leer español por mi estancia en Puerto Rico. Cada estudio era una nueva revelación de cosas que yo no sabía. Hubo un estudio que me impresionó en particular: la observancia del cuarto mandamiento. Al concluir el estudio no me quedó ninguna duda de que yo tenía que empezar a guardarlo como mi mamá lo hacía. Así que empecé a ir a la iglesia los sábados con ella. Me uní a una clase de jóvenes y recuerdo que un día el maestro habló de la crucifixión de Cristo. En esa clase oí por primera vez que Cristo murió en la cruz para salvarnos del pecado y darnos la vida eterna. El maestro habló mucho del amor de Dios y dijo que el amor de Dios era tan grande que si hubiera habido solo un pecador para salvar en este mundo, Cristo habría estado dispuesto a morir por él. Al concluir la clase el maestro nos desafió a leer el libro de San Juan.
Cuando regresé a casa, me senté y empecé a leer el libro. Llegué al capítulo tres y leí lo que me parecía que eran los versículos mas preciosos de la Biblia: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (S. Juan 3:16-17).
Ahora sí entendí lo que había visto en el cuadro años atrás en esa Biblia cerrada. Cristo murió para que toda persona pudiera tener la oportunidad de recibir la vida eterna. Esta revelación cambió totalmente mi perspectiva de Dios. Dios me ama y dio todo lo que tenía al ofrecer a su Hijo en sacrificio para mi salvación. Creo que ese fue el momento cuando entregué mi corazón a Cristo y me uní al cuerpo de Cristo, que es su iglesia.
Hoy soy pastor y predico la Palabra de Dios en varias partes del mundo. Cuando predico la Biblia en iglesias o salones como parte de mis presentaciones, siempre pongo énfasis en el gran amor de Dios manifestado en la cruz de Cristo. Y también en los versículos de San Juan que cambiaron mi vida.
Mi amigo lector, lo animo a leer la Palabra de Dios. Y léala no como si fuera una lectura asignada sino como una carta de un buen amigo. Para mí la Biblia es una carta de amor de mi mejor Amigo. Si lo lee con eso en mente, le aseguro que su vida será transformada.
El autor es pastor adventista y conferenciante internacional, y escribe desde Indiana.