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Problemas. La realidad es que cada familia los tiene. Cuando suceden, lo primero que buscamos es la paz; que se acaben rápido los problemas. Pero la paz en el hogar no debe ser definida como “ausencia de problemas”. Si estás esperando el día cuando ya no haya más problemas en tu casa, lamento decepcionarte, pero ese día nunca llegará.

La razón es que los seres humanos somos diferentes. Venimos de diferentes familias, con diferente sexo, distintas costumbres y maneras de ver la vida. Un libro muy conocido que habla de las diferencias entre hombres y mujeres se titula: Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus.

La realidad es que al juzgar por las dificultades en la comunicación, muchas veces parece que procedemos de diferentes planetas. Nuestras diferencias se manifiestan claramente en el modo como resolvemos los conflictos en el hogar.

Maneras equivocadas de resolver conflictos

Los métodos que usamos para resolver nuestros problemas se deben a varias razones:

  • Nuestra enseñanza: Lo que vimos y oímos en nuestra casa cuando éramos niños.
  • Nuestra personalidad: La manera en que fuimos criados.
  • Nuestras vivencias: Los incidentes importantes que han marcado nuestra vida.

Hay varias maneras incorrectas de resolver conflictos. A continuación hay una lista general, es muy probable que te identifiques con uno a más de estos puntos.

El esquimal. Los esquimales, que habitan ciertas regiones del Polo Norte, viven en el frío, la nieve y el hielo. De la misma manera, la personalidad “esquimal” resuelve sus conflictos con un frío emocional y físico que espanta. Su forma de resolver conflictos es no hablarle a su pareja. Las frases favoritas del esquimal son: “No me toques” y “no tengo nada que hablar contigo”. Son de los que hacen una línea imaginaria en la cama y dicen: “Ese es tu lado y éste es el mío; tú no pases para acá y yo no pasaré para allá”.

Esta es una manera incorrecta de resolver problemas: Tu cónyuge no puede saber cómo te sientes si no se lo dices. No existe algo más frustrante que te hagan sentir que hay algo mal pero que no te digan lo que es. Si eres esquimal, por el amor de Dios, habla. Será difícil al principio, pero con el tiempo vas a ver cómo la comunicación en tu hogar mejorará.

El avestruz. Este sujeto es parecido al esquimal, en el sentido de que tampoco expresa sus problemas. Pero va más allá. Cuando esta persona tiene problemas, se esconde detrás de algo para no verlos. Mete su cabeza en un hoyo para escapar. A veces, el hoyo es el alcohol; otras veces, las drogas. Otras veces, el hoyo tiene la forma del trabajo excesivo, o de salidas interminables con amigos. Pero tratar de ignorar tus problemas no es una buena manera de resolverlos. Por más que “metas la cabeza en un hoyo”, como el avestruz, la situación no se resolverá. Un problema sin atender no es un problema resuelto. Un problema desatendido es un problema en crecimiento. Pretender que los problemas no existen no los hace desaparecer; es más, en muchos casos los multiplica. No huyas de tus problemas, enfréntalos con la ayuda de Dios.

El pistolero. El pistolero es todo lo contrario al esquimal o al avestruz. Si ellos casi no hablaban, el pistolero habla de más. Cada problema es una batalla campal. Cada conflicto es solucionado con balas en forma de palabras. El pistolero (o la pistolera, porque ambos sexos disparan igual) usa sus palabras para herir. Cada discusión se vuelve acalorada, cada situación difícil es una crisis, y no se puede hablar sin insultar. Usan frases como “me arrepiento de haberme casado contigo”, y “maldigo el día que te conocí”.

Hay personas que me han dicho: “Pastor, hubiera preferido que me hubiera pegado, y no que me hiriera tanto con lo que me dijo”. Las palabras tienen un poder increíble, ya sea para bien o para mal. Pueden hacer que una persona sienta la frescura del mismo cielo o experimente el ardor del infierno. Por eso es que una de mis frases favoritas es: “Habla palabras dulces en caso que te las tengas que comer después”. Estas personas hablan primero y piensan después.

Amigo, usa tus palabras para construir, para animar, para elevar la estima propia de tu cónyuge. Recuerda que nunca nadie se arrepintió de algo malo que no dijo.

El boxeador. Este usa la violencia física para expresar su frustración. Los conflictos terminan en agresión física. Puñetazos, cachetadas, arañazos, empujones, y cosas parecidas son la orden del día. Después viene el arrepentimiento, y la tristeza de lo que pasó, además de las promesas de que nunca va a pasar otra vez. Pero esas promesas son como sogas de arena; no sirven. El siguiente conflicto hace que regresen al cuadrilátero, y continúa el círculo vicioso de agresión-tristeza-promesa-conflicto-agresión. Si usted es agresivo es porque no ha madurado, y no ha aprendido a expresar sus sentimientos en una manera constructiva. Si usted es la persona que recibe la agresión, hoy mismo rompa el círculo de violencia. Busque ayuda y deje de vivir con miedo.

El arqueólogo: El trabajo de los arqueólogos es escarbar el pasado y ayudarnos a no olvidarlo jamás. Hay personas que hacen lo mismo en el hogar. Constantemente acuden al pasado y reabren las heridas del ayer. No pierden oportunidades para recordarle a su pareja lo que ellos le hicieron en algún momento. “Te acuerdas” es su frase favorita. Recordar constantemente el pasado no nos permite resolver los problemas del presente. Deje que los arqueólogos se dediquen a escarbar el pasado. Su matrimonio nunca va a llegar al ideal que Dios tiene para él si usted no es capaz de perdonar y olvidar.

Cuatro secretos bíblicos acerca de la comunicación:

A continuación estudiaremos cuatro secretos para una buena comunicación. Los he tomado de la Biblia, pues creo que si tenemos como base la Palabra de Dios, estamos construyendo sobre un buen fundamento.

  • No interrumpas. Deja que la otra persona termine de hablar (ver Proverbios 18:13). No hay nada más frustrante que te estén interrumpiendo constantemente. Si interrumpes siempre, le estás diciendo a tu cónyuge que lo que él o ella dice no es importante. Si es necesario, toma notas en un papel, pero resiste a toda costa defenderte y hablar antes de que tu pareja termine de hablar. Yo sé lo que estás pensando: “Pastor, esto es imposible con mi esposa; si le permito que comience a hablar, nunca va a terminar”. Mi consejo sería, inténtalo. Los resultados pueden sorprenderte.
  • Habla la verdad siempre, sin exagerar (ver Colosenses 3:9). Frases como “tú siempre” y “tú nunca” son exageraciones, y por lo tanto mentiras. Esas frases deben ser eliminadas de tu vocabulario. Cuando usas esas frases, inmediatamente causas en tu pareja una reacción defensiva, porque las frases no son verdad. Lo que sucede entonces es que no te concentras en el problema que tienes a mano. Quitas la atención de él y la pones en tratar de probar si es o no verdad la expresión “siempre” o “nunca”.
  • Usa “yo siento” en vez de “tú eres”. Otra frase que no es productiva para la comunicación es “tú eres”. Cuando la usamos, creamos un efecto parecido a lo que dijimos en el punto anterior. Esta frase tiene un tono acusatorio, que inmediatamente hace que la otra persona busque defenderse ante este ataque no provocado. Tus intenciones pueden ser buenas, pero estas son cuñas que descarrilan el tren de la comunicación.
  • El objetivo es progreso, no perfección (ver Filipenses 1:6). Roma no se construyó en un día, dice un dicho antiguo. De la misma manera, no puedes esperar que en tu matrimonio ocurran todos los cambios necesarios en un corto tiempo. Una de las cosas que traen frustración a un matrimonio son las expectativas de perfección o cambio total de parte de uno o ambos esposos. No te impacientes, no te desesperes, y sobre todo nunca te des por vencido. Dios no te ha conducido hasta aquí para dejarte solo y que caigas.

Termino con una historia acerca de la comunicación. Cuando mi esposa y yo nos conocimos, no hubo amor a primera vista. Ella dice que cuando mi amigo, José Cortés, hijo, me la presentó, ella pensó: “¿Quién es este viejo feo, peludo y barbudo?” (Obviamente, tenía serios problemas con la vista en ese tiempo.) La segunda vez que me vio, ya me había cortado el pelo, afeitado y bañado. Obviamente era lo que me faltaba para tornarme guapo ante sus ojos. Tiempo después me dijo que la impresioné cuando me senté un viernes de noche junto a ella en la iglesia. Comenzamos una amistad muy bonita y en algún momento me comenzó a gustar. Pero yo no sabía cómo decirle que me gustaba. Como un futuro pastor, decidí decírselo en una parábola. Así que justo antes de que se fuera a dormir, le dije: “Kathy, para mí tú eres como una piedrita en mi zapato”. Yo quería decir que dondequiera que yo iba siempre estaba conmigo. Si estás pensando que ella entendió otra cosa, estás en lo correcto. ¡Ella no entendió mi parábola! Creyó que yo le estaba diciendo que ella era una molestia para mí. Se fue a su cuarto desconsolada. Su compañera de habitación me llamó un rato después para preguntarme qué fue lo que le había dicho a Kathy que la había puesto tan mal. Después de referirle mi parábola, creo que ella tampoco me entendió. Finalmente le dije a Kathy: “Tú me gustas”. Ella me dijo: “Tú me gustas también”.

¡Oh, la comunicación entre hombres y mujeres! ¿Por qué la tenemos que hacer tan complicada? No tiene que ser así. ¿Cual es la moraleja de esta historia? Cuando hable, deje las parábolas a los teólogos, y sea conciso, claro y al punto.


El autor es pastor adventista en el Estado de Washington.

El secreto de la buena comunicación

por Roger J. Hernández
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2009