Era una noche oscura en la vida de aquellas personas. Todo parecía aterrador. Vivían un problema aparentemente sin solución. El castillo de sus sueños se había hecho pedazos, arrastrado por la fuerza incontrolable de un vendaval. Habían dedicado tres años de su vida a construir las bases de lo que habría sido la empresa más grande de la historia y, repentinamente, todo se había acabado. Los planes se habían deshecho y ahora se encontraban escondidos con las puertas cerradas, dominados por el desánimo y el miedo.
San Juan relata la historia de la siguiente manera: “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en el medio, les dijo: Paz a vosotros” Y habiendo dicho esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (S. Juan 20:19, 22)
Aquel grupo tenía la misión de predicar el evangelio “a todas las naciones” (S. Mateo 28:19) y sin embargo, allí estaban, escondidos. ¿Cómo puede una persona dominada por el miedo cumplir alguna misión?
Existe mucha gente derrotada, paralizada, incapaz de saborear la victoria en cualquier área de la vida por causa del miedo y el pesimismo. Esa gente cierra las puertas del alma y en la penumbra de sus temores ocultos es atormentada por fantasmas imaginarios.
Aquella noche oscura en Jerusalén, el Señor Jesucristo presentó una solución peculiar para la derrota y el desánimo. Les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”.
Una semana antes de su crucifixión, Jesús ya les había hablado de la persona y la misión del Espíritu. “Os conviene que yo me vaya —les había dicho— porque si yo no me fuera, el consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (S. Juan 16:7).
La tristeza todavía no había llegado. Jesús todavía no había muerto, pero ya les hablaba a ellos de consuelo. La función del Espíritu sería, entre otras, la de consolar, y sólo una persona como él sería capaz de hacerlo a cabalidad.
La Biblia no se refiere al Espíritu Santo en términos de una mera fuerza o energía. El Espíritu es una persona. Hay muchos versículos en los cuales el Espíritu es mencionado en conexión con el Padre y el Hijo (ver S. Mateo 12:18; 1 Corintios 12:4-6; 2 Corintios 13:14). En estos versículos se presenta al Padre y al Hijo como personas y la deducción lógica es que también el Espíritu es una persona. Por otro lado la Biblia usa siempre el pronombre personal “él” para referirse al Espíritu (S. Juan 14:26; 15:26; 16:13, 14).
Alguien que nos consuela
Hay momentos en que te sientes abrumado por los problemas, miras para todos lados y te da la impresión de que no existe salida para el drama que vives; la tristeza parece que va a explotar dentro de ti. En esas horas, ¡qué bueno es saber que existe un Consolador a tu lado! No se trata de una fuerza o energía. Es una persona. Al Espíritu no lo puedes ver, ni tocar, pero él está a tu lado listo para consolarte y mostrarte la solución. Jesús les dijo a sus discípulos que a él ya no lo verían más, pero que el Consolador vendría para que ellos nunca se sintieran solos.
Cuando el Señor Jesucristo vino a este mundo tomó sobre sí la forma humana. Hoy está en el cielo intercediendo por nosotros (1 Timoteo 2:5), pero continúa su trabajo de protección y consuelo a través de la persona del Espíritu Santo.
La misión del Espíritu, sin embargo, va más allá del consuelo. Él habla (Hechos 8:29), da testimonio (S. Juan 15:26), enseña (S. Juan 14:26), intercede (Romanos 8:26, 27), distribuye dones (1 Corintios 12:l1), prohíbe y permite ciertas cosas (Hechos 16:6, 7). Su misión no es sólo aprobar las decisiones humanas sino guiar nuestros pasos y mostrarnos el camino.
Nos guía por la Palabra
El Espíritu no guía a través de sensaciones o emociones, sino a través de las enseñanzas de la Biblia. San Pablo afirma: “Toda escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16). Y San Pedro añade que los “santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21).
La obra instructiva, correctiva y formativa del Espíritu es realizada por medio de las enseñanzas bíblicas. Cada vez que lees la Biblia sientes que Dios te habla. La voz del Espíritu llega hasta ti a fin de consolarte y guiarte.
¡Cuán grato es saber que ante las encrucijadas de la vida podemos contar con la asistencia del Espíritu pronto a enseñarnos y a decirnos “Este es el camino, sigue por él”! Si prestáramos más atención a sus advertencias viviríamos la vida con sabiduría y nos evitaríamos muchos dolores y tristezas.
Pero la obra más extraordinaria del Espíritu, con toda seguridad, es el poder para transformar la vida y convertir el corazón. La gran necesidad de todo ser humano es nacer de nuevo. Jesús se lo dijo un día a Nicodemo (ver S. Juan 3:1-8). Este nuevo nacimiento no es natural sino obra del Espíritu Santo. El corazón más duro es tocado, el hombre más perverso es sensibilizado. La voz del Espíritu sigue, persigue, insiste, llama, toca una y otra vez a la puerta del corazón hasta que el pecador no puede huir más y cae rendido delante de Jesús.
Pero esta obra no es automática. Tú y yo necesitamos abrir el corazón y decir sí a la voz del Espíritu Santo.
A lo largo de mi vida, al presentar el evangelio a multitudes en estadios, coliseos y teatros, he visto al Espíritu Santo trabajar en el corazón de las personas, de las maneras más extrañas. En cierta ocasión salía de un estadio después de la predicación y en el primer semáforo fui sorprendido por un hombre armado que entró en mi auto. Visiblemente nervioso, sudaba y temblaba, y entre sollozos me dijo: “Vine esta noche para acabar con su vida porque usted destruyó la mía”. Me habló de los conflictos que habían surgido en su hogar porque su esposa había aceptado a Jesús y no participaba más en algunas cosas inapropiadas que ambos hacían cuando ella no conocía los principios bíblicos.
“Mi esposa no sabe que esta noche vine siguiéndola —me dijo—, vine con intenciones perversas, pero algo sucedió dentro de mí. Mientras usted predicaba sentí que todo lo que usted decía era para mí. Siento en mi corazón una voz que me dice que yo soy el equivocado, no mi esposa”.
El Espíritu estaba obrando en el corazón de aquel hombre, porque Jesús dijo: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado”” (S. Juan 16:8).
El Espíritu convence. ¿Hace cuánto tiempo está tratando de convencerte a ti que lees? Él toca la puerta de tu corazón, quiere entrar en tu vida y hacer morada en tu ser (1 Corintios 6:19). ¿Le abrirás o le cerrarás las puertas de tu alma? Hoy es el día de las buenas nuevas, hoy es el día de la salvación. Este artículo puede ser el instrumento que el Espíritu Santo está usando para llamarte. ¿Cuál será tu respuesta?
El autor es evangelista internacional, y reside en Brasilia, Brasil.