Fue un momento conmovedor. Mientras estaba por ingresar en California desde México, pude ver a una pareja ante el muro fronterizo. Del lado mexicano estaba la mujer, del lado estadounidense, el esposo. Había visto ese cuadro antes, cuando el cerco era de malla y permitía mirar y tocar a los amados. Ahora, la pareja se esforzaba por tocarse las yemas de los dedos por un agujero dejado en el muro para el paso del aire.
Honda es la pena del exiliado que sufre el desarraigo. Tal es el poder del hambre o la opresión que impulsa a las personas a cruzar fronteras en busca de algo mejor.
Los riesgos
El cruce comienza con el traficante de personas que cobra para guiar al migrante hacia la tierra deseada, o hacia la muerte. Si es mujer, será expuesta al ultraje. El que viaja por tierra tendrá que enfrentar a delincuentes, a veces con uniforme. Algunos nunca llegarán a su destino. Hay quienes morirán por descuido o negligencia, como los 18 inmigrantes que en 1987 se asfixiaron en un vagón de tren cerca de El Paso, Texas,1 o las 17 personas sofocadas en un remolque en 2003, cerca de Victoria, Texas.2
Otros desafíos
Pero el inmigrante que superó tales barreras naturales y humanas no puede cantar victoria. Le esperan nuevos desafíos:
Trabajos indeseables. Una anciana recolectora de cebollas confesó que un día, mientras desfallecía de hambre y sed, el patrón se negó a suspender el trabajo en la hora del almuerzo. Otros han laborado en campos recién fumigados, o los han delatado a Inmigración para no pagarles.
Mentalidad fugitiva. El inmigrante sabe que es perseguido. Puede ser víctima de una redada y ser deportado, aunque tenga hijos nacidos en el país. A los capturados el 12 de diciembre de 2006 en varias carnicerías, no les permitieron avisarles a sus hijos. Un trabajador describió la redada de Hyrum, Utah, al periódico Union-Tribune de Salt Lake City. “A los trabajadores de tez blanca y otros que parecían blancos les dieron pulseras azules y los mandaron a otra parte, y a los que ‘parecían’ indocumentados, o sea de tez oscura, los interrogaron y a muchos los detuvieron”.3
La estafa. Abundan los casos de inmigrantes que han sido estafados por supuestos especialistas en trámites de migración. Éstos están al acecho. Evítelos.
La esperanza
Muchos aguardan la promulgación de una reforma migratoria que se discute ya. Hay que ser pacientes, y de aprobarse la ley, dar los pasos indicados, que podrían ser: el pago de 5.000 dólares en el caso de quienes ingresaron antes de 2007, y solicitar el ingreso legal desde el país de origen. Una de las versiones consideradas estipula una espera de 8 a 13 años para recibir la residencia.
Éste no sería necesariamente un gesto generoso del gobierno. Tengan documentos o no, la economía del país se ha beneficiado con el trabajo de tanta gente, y si le aplicara la multa a doce millones de personas ingresaría en sus arcas 60 mil millones de dólares.4 Pero esto es mejor que nada.
Una patria mejor
En el aspecto espiritual, los creyentes cristianos también somos peregrinos, seguidores del Inmigrante supremo, Jesucristo, quien vino del cielo a una tierra hostil, y tuvo su primera migración de Nazaret a Belén antes de nacer. Luego huyó a Egipto, y durante su ministerio se refugió en Decápolis, Fenicia y Cesarea de Filipo (ver S. Lucas 2:1–5; S. Mateo 2:13, 14; S. Lucas 8:26; S. Marcos 7:24; S. Mateo 16:13).
Los hebreos, en una peregrinación de 40 años, cruzaron el desierto de Sin y el río Jordán hasta llegar a Canaán, y los latinoamericanos deben cruzar el Río Bravo, el desierto o el Golfo de México para ingresar en Estados Unidos. Los cristianos hemos de andar nuestro desierto de pruebas y aflicciones antes de entrar en la Patria celestial donde nos aguarda el “sueño cristiano”: los brazos cariñosos del Señor Jesucristo.
Mientras llega ese momento, apresuremos el paso compartiendo esta esperanza, legado de los grandes peregrinos de Dios: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia . . . morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:8–10).
Hoy, que tras el muro del pecado apenas tocamos con el dedo de la fe la punta de los dedos de Dios, pidámosle que apresure nuestro reencuentro con él, para que podamos entrar en una patria gloriosa y sin fronteras.
El autor es pastor de la Iglesia Adventista de Ogden, Utah, y escribe frecuentemente para EL CENTINELA