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—Nosotros los cristianos no necesitamos guardar el sábado. En realidad, Jesús mismo lo quebrantó cuando estuvo aquí en la Tierra.

Sorprendido, le pregunté a mi interlocutor cómo él sabía que Jesús había quebrantado el sábado. Entonces me llevó al Evangelio de San Lucas 13:10–12. “Enseñaba Jesús en una sinagoga en el día de reposo; y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios”.

—Pero allí no dice que Jesús quebrantó el sábado. Tan sólo dice que Jesús sanó a una pobre mujer en ese día —repliqué.

—Bueno, el texto dice que el principal de la sinagoga se enojó con Jesús, porque estaba quebrantando el sábado (S. Lucas 13:14). Tú sabes que los judíos acusaron a Jesús de quebrantar el día de reposo —respondió mi compañero de estudio.

Entonces le expliqué a mi amigo lo mismo que Jesús trató de enseñarle al pueblo de Israel: Que el sábado, como día de reposo, es un espacio de tiempo diferente en el que Dios desea dar al hombre la más profunda experiencia de libertad. Jesús mismo le preguntó al principal de la sinagoga en aquella ocasión: “Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo?” (S. Lucas 13:16).

En relación al significado del día de descanso, quizá nadie lo explicó tan claramente ni lo predicó con la fuerza del ejemplo tan poderosamente como lo hizo Jesús. Lamentablemente, los judíos de su tiempo no lo comprendieron; y aún más triste todavía, muchos cristianos de hoy siguen sin entenderlo.

DESATAR LAS LIGADURAS

Cuando el Salvador interpeló al principal de la sinagoga, mostrándole la necesidad de desatar a esa “hija de Abraham” en el día de reposo, estaba resaltando la conexión intrínseca que hay entre el sábado y la misión liberadora de él como el Mesías. De hecho, Jesús inauguró su ministerio aquí en la tierra un sábado (S. Lucas 4:16). Y, no por casualidad, escogió como lectura una porción del profeta Isaías que describe al Mesías como aquel que viene a sanar y dar libertad a los oprimidos: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (S. Lucas 4:18). Luego Jesús, mirando a los presentes en la congregación, les dijo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (S. Lucas 4:21; el énfasis es nuestro). Ese “hoy” era el séptimo día de la semana. Es como si él les estuviera diciendo: “En este día sábado, declaro inaugurado el ‘año agradable del Señor’”.

EL AÑO AGRADABLE DEL SEÑOR Y EL DÍA DE REPOSO

Los Evangelios le dan una consideración especial a los milagros y a las controversias en que Jesús se vio envuelto durante los días de reposo. Invariablemente estos episodios resaltan el sentido de libertad que Jesús veía en el sábado y su objetivo de servir al hombre como el punto de partida para un nuevo comienzo (véase S. Marcos 3:1–6; S. Juan 5:1–15). Este énfasis en otorgar libertad y nuevos comienzos a los sufrientes estaba en armonía con el sermón inaugural de Jesús. Él había dicho que su ministerio daba inicio al “año agradable del Señor”. Y el sábado era parte integral de esa nueva era inaugurada por el Salvador.

Los judíos entendían muy bien la expresión “año agradable del Señor”. En Israel había tres distintos tipos de ciclo semanal: la semana regular de siete días, la semana anual de siete años, y la semana jubilar, que constaba de siete semanas de años.* Cada una de estas semanas era coronada por un sábado. Así, ellos trabajaban seis días y descansaban el séptimo (Éxodo 20:9, 10). De la misma manera labrarían la tierra durante seis años, pero en el séptimo descansarían (Levítico 25:3, 4). Si en Israel un hebreo era comprado por esclavo, éste trabajaría seis años, pero al séptimo saldría libre (Éxodo 21:2). Luego estaba la semana jubilar. El texto bíblico lo explica así: “Y contarás siete semanas de años, siete veces siete años, de modo que los días de las siete semanas de años vendrán a serte cuarenta y nueve años” (Levítico 25:8).

¿Qué ocurría al completarse una semana jubilar? “Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores . . .” (Levítico 25:10). El año cincuenta, el año del jubileo, era conocido como el año agradable. Durante el jubileo los esclavos salían libres y los que habían perdido sus propiedades por cualquier razón las recuperaban. Era el año de la libertad y de los nuevos comienzos, el año más esperado en Israel, cuando se producía una especie de borrón y cuenta nueva.

De manera que en Israel el sábado semanal apuntaba perpetuamente hacia los otros dos sábados, el anual y el jubilar. Así, los tres sábados formaban una secuencia liberadora y renovadora, que aumentaba en intensidad hasta explotar en un reordenamiento completo de la vida de Israel durante el año agradable.

¡Hermosa profecía! Esta secuencia de sábados señalaba hacia un momento grandioso futuro: El momento de la aparición del Mesías. Y Jesús lo sabía. Él sabía que la promesa de libertad contenida en el sábado se hacía realidad en él y que al mismo tiempo tal promesa apuntaba hacia el momento de la liberación final, cuando él vuelva por segunda vez para poner fin definitivo al dolor en este mundo. Es por ese motivo que los Evangelios describen con tanto énfasis los milagros y la alegría que el Señor traía a los sufrientes durante los días de reposo.

¿ACASO NO PODEMOS SER LIBRES CUALQUIER OTRO DÍA?

Muchos creyentes sinceros razonan que para encontrarse con Jesús no necesitan de un día específico. Al fin y al cabo todos los días son buenos para tener una relación profunda y significativa con él. De modo que la idea del día de reposo es un concepto añejo, sin valor práctico para nuestro tiempo.

Pensemos en Adán y Eva, los padres de la humanidad. Las Escrituras nos dicen que Dios los creó en el sexto día (Génesis 1:27, 31). Luego, Dios creó un día adicional, el séptimo. Dios bendijo ese día y lo reposó en celebración de la obra que había creado (Génesis 2:1–3). Sin embargo, no fue una celebración aparte del hombre. Adán y Eva estaban allí, celebrando junto a su Creador y adorándolo por el portento realizado. De esa manera, el sábado se convirtió en el regalo de Dios a la humanidad.

Pero, ¿por qué Dios le dio a la primera pareja un día especial, si ellos eran perfectos, santos y, además, podían encontrarse con él cara a cara todos los días? La Biblia nos enseña que la primera pareja debía trabajar durante la semana (Génesis 2:15). Trabajar cada día les permitía a Adán y a Eva ver sus logros y sus posibilidades. Pero debían recordar que no eran eternos ni autosuficientes. El Creador era su fuente de sustento. El acto de adorarlo en el séptimo día les permitía reconocer su condición finita, limitada, en contraste con la grandeza de Jehová. Cada sábado los devolvía a su punto de partida; esto es, a las manos de Dios, de quien obtenían la vida y el don de la eternidad. Ese era el día en el que ellos renovaban la razón de su existencia. Santos, perfectos y libres, Adán y Eva necesitaban de un día de reposo. Para ellos Dios lo creó y así lo confirmó Jesús: “El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (S. Marcos 2:27).

NUESTRA REALIDAD PRESENTE

La entrada del pecado en este mundo abrió una nueva dimensión de dolor y opresión para el hombre. Sus resultados son visibles a cada instante. Los vemos en cada rostro afanado que busca el sustento de cada día y en el emigrante que abandona su hogar en busca de nuevos horizontes. Vemos el dolor y la opresión en los ojos hundidos del que sufre de insomnio y en la mirada perdida del adicto a las drogas. Dolor y opresión hay en las lágrimas del que sufre la soledad, en el que se enfrenta a la enfermedad, en el que ve la muerte venir; en fin, hay dolor y opresión en cada alma que pisa este planeta. Cada uno de nosotros busca cierta forma de libertad que no podemos definir.

Es la libertad que se produce cuando volvemos a la fuente de donde salimos. Esa fuente es Dios. Nuestro origen y nuestra existencia se explican en él. Y ese es el propósito último del sábado: llevarnos de vuelta a un encuentro único con el autor de nuestra existencia. “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia” (Hebreos 4:9–11).

Cesar de trabajar en sábado para estar en la presencia de Jehová es un acto de fe. Es la fe que se requiere para confiar en medio de la incertidumbre. Es la misma fe que tuvo que ejercer la mujer encorvada aquel sábado en Galilea. Una fe que la llevó a creer que Dios cuidaba de ella y que la amaba. Fue la fe que le permitió creer que Jesús podría librarla. Es la fe por medio de la cual Jesús pudo obrar el milagro de libertad en ella.

¿Quieres tú ejercer esa fe también, en este momento?

*Conceptos extraídos de la obra de Samuele Bacchiocchi Reposo Divino para la Inquietud humana (Berrien Springs, MI: Biblical Perspectives, 1993), pp. 134–138.


El pastor Edwin López está realizando un doctorado en Educación y es pastor de la Iglesia Adventista en Nampa, Idaho.

El sábado, promesa de libertad

por Edwin López
  
Tomado de El Centinela®
de Agosto 2007