Un anhelo humano
—Esta será la última vez que nos veamos aquí en la tierra queridos hijos —dijo la madre con dificultad y voz jadeante.
—Su padre, quien ya murió, y yo, tratamos de enseñarles el buen camino porque deseamos encontrarnos con ustedes de nuevo en el cielo —dijo con mucho esfuerzo, pero con un semblante iluminado por la fe y la esperanza—. El cáncer me ha consumido y son pocas las horas de vida que me quedan, solo espero que llegue la muerte, pero tengo la fe que mi Señor Jesús, cuando venga por segunda vez, me resucitará para ir a morar con él al cielo, como lo prometió.
Finalmente les dijo: “Adiós queridos hijos, nos veremos en el cielo”.
La esperanza del cristiano
¿Qué es el cielo, que cuando se habla de él se piensa en lo mejor? Si a alguien le fascina algún lugar hermoso, dice: “Parece el cielo”. Si le agrada el sabor de alguna cosa exquisita dice: “Sabe a cielo”.
El cielo es un concepto cristiano que expresa el anhelo del ser humano por un lugar perfecto donde todos los dolores y sinsabores de esta vida ya no existirán, donde el bienestar y el gozo perfecto serán el común denominador de la existencia de sus moradores.
¿Pero existe un lugar así o es solo un estado de beatitud espiritual como algunos suponen? Para responder a esta pregunta, es necesario que vayamos a las Sagradas Escrituras. ¿Qué es lo que la Biblia dice acerca del cielo?
Los cuatro cielos de la Biblia
En la Biblia se mencionan cuatro tipos de cielo o cielos:
El cielo atmosférico: El primer cielo que mencionan las Escrituras es el cielo atmosférico creado en el segundo día de la creación (Génesis 1:6-8). Este es el cielo o la atmósfera, como también le llamamos al espacio azul intenso que observamos cuando el día no está nublado. Ahí es donde flotan las nubes y las aves circulan en su elegante vuelo.
El cielo astronómico o firmamento: El segundo cielo del cual habla la Palabra de Dios es el firmamento que se hizo visible cuando Dios creó el sol y la luna en nuestro sistema solar, en el cuarto día de la creación (Génesis 1:14-19). Este es el cielo astronómico que observamos en las noches claras y despejadas lleno de estrellas y planetas, galaxias y constelaciones. La Biblia también le llama “los cielos de los cielos” (1 Reyes 8:27).
El cielo la morada de Dios: El tercer cielo del que habla la Biblia es la morada de Dios: Salomón le llama “el lugar de tu morada, en los cielos” (1 Reyes 8:30). Por eso el Señor Jesús nos enseñó a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos” (S. Mateo 6:9). Pablo le llama “el tercer cielo” o “paraíso” (2 Corintios 12:2, 4). Este es el lugar donde Jesús prometió que iba a preparar lugar para nosotros y llevarnos a morar con él cuando regrese por segunda vez (S. Juan 14:1-3). Esta es la razón por la cual los cristianos afirmamos que vamos a ir al cielo.
Sin embargo, aunque la Biblia nos dice que los redimidos “vivieron y reinaron con Cristo (en el cielo) mil años” (Apocalipsis 20:3, 4, 6), ésta nos aclara que el cielo donde Dios mora no va a ser el hogar definitivo de los redimidos. Y ahí es donde vamos a hablar del cuarto cielo.
El hogar de los redimidos o la Tierra Nueva: Después de que Jesús venga a la Tierra por segunda vez, habrá un período de mil años donde vamos a morar con él en el cielo (Apocalipsis 20:3, 4, 6). Al final de los mil años, los redimidos regresarán del cielo para establecerse en la Tierra. En ese tiempo los impíos van a resucitar para ser juzgados (Apocalipsis 20:11-15). Después serán consumidos por el fuego divino (Apocalipsis 20:9). En esta conflagración el apóstol Pedro nos explica que “los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10).
Posterior a esto, el apóstol Juan vio que este planeta vetusto y degradado, corrompido por tanta contaminación ambiental y moral, será renovado completamente: “Vi un cielo nuevo, y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más”. La nueva Jerusalén, la ciudad celestial que Jesús preparó para los redimidos (Hebreos 11:16), desciende “del cielo, de Dios”, para establecerse permanentemente en la tierra renovada (Apocalipsis 21:1-3).
El mayor privilegio para este pequeño planeta, que ha sido testigo de tanta ruina y miseria, es que se va a constituir en el centro del universo, la morada de Dios y de Cristo por toda la eternidad. San Juan lo dice así: “He aquí el tabernáculo de Dios (Cristo) con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios”, “y reinarán por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 21:3; 22:5).
La vida en la Tierra Nueva
La Tierra Nueva o el paraíso de Dios es el hogar donde los redimidos viviremos por la eternidad.
¿Cómo va a ser la vida en el cielo? ¿Será algo real o solo una quimera? El lenguaje humano no alcanza a describir la recompensa de los justos. Solo la conocerán quienes la contemplen. Ninguna inteligencia limitada puede comprender la gloria del paraíso de Dios. En las Escrituras tenemos información muy limitada. El apóstol San Pablo nos aclara que la vida en el cielo va a ser mucho más allá del alcance de nuestra imaginación: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9).
En las Escrituras tenemos descripciones de lo que no va a haber, así como de algunas cosas que haremos en la Tierra Nueva. Vamos a señalar solo algunas de ellas.
Lo que no habrá y lo que haremos en el cielo
Siendo que nuestros cuerpos mortales van a ser transformados en incorruptibles e inmortales (1 Corintios 15:51-54), San Juan nos asegura que “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte; ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor: porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).
Ya no habrá defectos físicos o discapacidades: “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo” (Isaías 35:5, 6).
En aquella tierra bienaventurada no habrá más tristeza o gemido de dolor porque “los redimidos de Jehová volverán, y vendrán á Sión con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán el gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido” (Isaías 35:10).
En la Tierra Nueva no habrá desengaños ni frustraciones porque no hemos podido culminar con nuestros proyectos o aspiraciones. Allá podremos disfrutar del fruto de nuestros esfuerzos. Se dice que los redimidos “edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas. No edificarán para que otro habite; ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos. No trabajarán en vano” (Isaías 65:21-23).
Tampoco habrá incertidumbre o desesperación porque nuestras peticiones o necesidades no son satisfechas, pues se nos promete que “antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído” (Isaías 65:24).
No habrá injusticias. En este mundo la injusticia y la desigualdad son causa de angustia y dolor por doquier, sin embargo, en el cielo “nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13).
El profeta Isaías nos dice que habrá paz y armonía aun entre los animales: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar (Isaías 11:6-9; ver 35:9).
Aún la naturaleza será completamente transformada, la Tierra volverá a ser un nuevo paraíso. “Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa. Florecerá profusamente, y también se alegrará y cantará con júbilo” (Isaías 35:1, 2).
Quienes entrarán y no entrarán en el cielo
El Señor promete: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9, la cursiva es nuestra). También añade que los justos y los mansos “heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella” (Salmo 37:29; S. Mateo 5:5). Jesús invita “al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere, heredará todas las cosas; y yo seré su Dios, y él será mi hijo”. Por lo contrario, “Pero a los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, y los idólatras, y todos los mentirosos, tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda… No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero (Apocalipsis 21:6-8; 27; la cursiva es nuestra).
Un lugar para ti: Querido lector, Jesús se fue a preparar un lugar para ti y para mí, porque quiere que vivamos con él por toda la eternidad. También “el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17). Yo estoy haciendo planes y preparándome para vivir con Jesús; te invito para que tú también lo hagas y juntos vivamos con el Señor en el cielo. ¿Así lo deseas tú también?
El autor es líder de las Iglesias Adventistas del Séptimo Día en los Estados de Nevada y Utah, y tiene un doctorado en Teología.