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¿Por qué la violencia doméstica, que mayormente la padecen las mujeres, sigue siendo una realidad?

Recibí una llamada telefónica de la ciudad de Atlanta; alguien le había dado mi número telefónico a mi interlocutora. Una mujer con 21 años de matrimonio, desesperada, me pedía consejo: “Por favor ayúdeme, no sé qué hacer... mi vida ha sido un infierno estos 21 años. Mi esposo me controla todo. No me deja trabajar, no me deja comunicarme con mi familia, tampoco deja que mi familia me visite. No ha permitido que mis hijos estudien. Nunca han asistido a una escuela pública o privada en toda su vida. Si vamos a la iglesia, no podemos ir solos, tampoco nos deja hablar con nadie, tenemos que volver tan pronto termina la reunión. No nos permite recibir visitas en casa cuando él está ausente. Tampoco les permite a nuestros hijos salir a jugar con otras personas o invitar amigos a casa”.

Sólo porque estoy acostumbrado a oír dramas familiares pude darle crédito a las palabras de esta mujer. Si no fuera por eso, me costaría creer que hoy en día exista esta clase de marido. Obviamente, sospeché además que hubiera algún tipo de violencia física. Al principio no quiso responder directamente mi pregunta, la evadió, siguió describiendo las formas enfermizas como el esposo la controlaba. Finalmente admitió “ciertos empujones y jalones.”

Esto no pasó en una aldea remota. No aconteció en un país con altos niveles de pobreza. No pasó en un país que no tenga leyes en contra de la violencia doméstica, ni entre personas con bajos niveles de educación. No es una historia del siglo pasado. Aconteció en pleno siglo XXI, en una de las ciudades más prósperas de los Estados Unidos.

Un mal que no discrimina

Desafortunadamente, tampoco es un incidente aislado. Es más común de lo que nos imaginamos. La violencia doméstica ocurre en todos los niveles sociales. La sufren tanto mujeres con poca educación formal como damas con títulos profesionales; la padecen tanto esposas con muchos años de casadas como mujeres jóvenes; no importa que sean pobres o adineradas. La violencia doméstica es un mal que no discrimina a nadie. Es un mal que debe ser erradicado y combatido por toda la sociedad.

La violencia familiar existe, entre otros factores, porque la mujer que la sufre siente que no tiene a nadie que la pueda ayudar. Se encuentra tan desvalorizada y atemorizada que teme buscar ayuda. Las amenazas o golpes que ha recibido la hacen sentir impotente, de ahí que se resigna a su triste vida.

Esto le pasó a Ester.* Se casó con un hombre divorciado y 20 años mayor que ella contra la voluntad de su familia. Felices, se fueron a vivir a una ciudad de California. En realidad no podríamos decir que se casó, la expresión más apropiada sería “fue secuestrada”. En sus doce años de “matrimonio” casi vivió incomunicada de su familia. Según el marido, la supuesta razón era que como la familia de ella no lo quería a él, le llenaban la cabeza con chismes para separarlos. Curiosamente, al principio, Ester lo creía así. Consideraba que el esposo tenía razón y que lo hacía por el bien del matrimonio.

Pero Ester se dio cuenta que no tenía vida propia. No podía salir sola a comprar nada. No podía tener auto propio ni las llaves del auto de la familia. No tenía cuenta de cheques ni tarjeta de crédito a su nombre. Ni siquiera podía tener más de cinco dólares en su cartera. Finalmente, cuando su esposo le escondió sus documentos, se dio cuenta de que todo eso no era para su bien, sino para controlarla y aislarla. Pero eso no era todo, ella no tenía las llaves del cuarto donde estaba el teléfono de la casa. Por lo tanto, no se podía comunicar con nadie si no estaba presente el esposo.

Cierto día que el esposo la llevó de compras, en un descuido de él, tomó valor e hizo una llamada telefónica a cobrar para que su hermana viniera por ella. Con miedo intenso y voz temblorosa, en forma rápida le explicó a su hermana qué hacer, cuándo y dónde se verían. Hoy, su caso está en la corte. Todavía ella no alcanza a comprender por qué demoró tanto tiempo en pedir ayuda.

Factores de la violencia

¿Por qué la violencia doméstica, que mayormente la padecen las mujeres, sigue siendo una realidad? Explicarla en términos de una causa sería simplista, pues su existencia se debe a muchos factores. Uno de ellos ha sido la influencia cultural y las leyes que menoscababan el valor de la mujer.

Se afirma que cuando se sospechaba de la infidelidad de una mujer en la antigua Babilonia, se la obligaba a lanzarse al río, ya sea que supiera o no nadar. Si sobrevivía, esto era una prueba de su inocencia. En cambio, al hombre no se le exigía semejante requerimiento.1 Pitágoras consideraba que la mujer era inferior en todo al hombre, aun desde su misma creación. Él enseñaba que “existe un buen principio que creó el orden, la luz y a los hombres; y un mal principio que creó el caos, la oscuridad y a las mujeres”.2 Sin ambages, Teodoro Cullman sostenía la idea de que la creación de la mujer era una espantosa catástrofe, sólo superada por la muerte misma, de la cual la misma mujer es precursora.3

Con ideas semejantes, expresadas por los pensadores influyentes de sus tiempos, no es difícil entender por qué ha sido tan difícil erradicar la violencia en contra de la mujer. Erróneamente, tanto hombres como mujeres creímos que estos conceptos trasmitidos y practicados por la sociedad era la forma apropiada de relacionarnos entre los géneros. Creímos que estos “valores” culturales estaban enraizados en nuestra naturaleza y que genéticamente nos hacían a unos superiores y a otros inferiores.

Otros, basándose en una interpretación equivocada de la Biblia, concluyeron que el orden de la creación humana le daba al hombre la supremacía sobre la mujer. “Pero el abuso del hombre... a menudo ha hecho muy amarga la suerte de la mujer y ha convertido su vida en una carga”.4

Diga no a la violencia

Bajo ningún argumento, ni legal ni teológico ni de cualquier otra índole, se puede justificar la violencia doméstica, sea contra la mujer, el hombre, los ancianos o los niños. La violencia es contraria al evangelio. El evangelio de Cristo es para restaurar y sanar, no para herir o separar. Sus enseñazas establecen el principio del amor que cuida y protege, no el odio que lastima y daña. La regla de oro, que establece la norma para todo tipo de relación entre las personas, dice que debemos tratar a todas las personas de la misma manera como deseamos que ellas nos traten (S. Mateo 7:12).

Hay quienes podrían intentar justificar ciertos beneficios de la violencia doméstica. Hay quienes podrían afirmar en pleno siglo XXI que la rudeza y la mano firme a veces son necesarias en las relaciones familiares. Sin embargo, bajo ningún concepto creemos que la violencia doméstica, en todas sus formas, sea verbal, psicológica, física o sexual, activa o pasiva (negligencia por parte de la víctima), es algo que deba discutirse; más bien, es algo que definitivamente debe denunciarse. No se la debe justificar bajo ninguna circunstancia. Es algo que no se debe tolerar.

Cualquier esposa u esposo (porque también hay hombres que padecen la violencia) que sea una víctima, debe saber que no está solo. De su lado están las organizaciones sociales, la ley del Estado y su iglesia para apoyarlo a salir de este ciclo de violencia. La persona violenta no cambia sola, necesita tratamiento psicológico. Por lo tanto, no crea en las promesas de que el victimario va a cambiar. No se deje seducir por las palabras de arrepentimiento, ni por las flores que le lleve, ni por las vacaciones a las que la invite. Esta conducta simplemente es una de las fases del ciclo de la violencia familiar. Un ciclo que dura poco y sólo es el preludio para más actos de violencia en el futuro cercano.

Si usted es una persona violenta, sepa que tampoco está solo. Hay organizaciones que lo pueden ayudar a cambiar. Sobre todo, está la ayuda del Todopoderoso que lo puede hacer una nueva criatura. No luche solo. Usted y su cónyuge merecen una nueva oportunidad, bajo nuevas formas de relaciones.

Si usted conoce casos de violencia doméstica y se calla, está contribuyendo a su existencia. Haga algo en favor de la víctima, denuncie, ofrezca apoyo y comprensión. Unidos podemos llevar paz a muchos hogares, y sobre todo estaremos contribuyendo a tener una mejor sociedad.

*Cambiamos su nombre para proteger su identidad.
1“Mujer”, Enciclopedia judaica castellana, México, t. VIII, pp. 17-29. Eduardo Weinfeld, director, e Isaac Babani, editor (1950). 2Dorothy Jongerward y Dru Scout, Mujer triunfadora, México: Fondo Educativo Interamericano (1979), p. 16. 3Cullam, citado por Werner Neuer, Man and Woman: In Christian Perspective, Illinois: Crossways (1991). 4Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1978), p. 42.


El autor tiene un doctorado en Consejería Matrimonial y Familiar. Actualmente ejerce como pastor en Phoenix, Arizona.

¿Es esto amor?

por Antonio Estrada
  
Tomado de El Centinela®
de Julio 2006