El astrónomo Alan Sandage llegó a la conclusión de que “el mundo es demasiado complicado en todas sus partes como para deberse únicamente al azar. Estoy convencido de que la existencia de la vida con todo su orden en cada uno de sus organismos está demasiado bien organizada, eso es todo. Cada parte de un ser vivo depende de todas sus otras partes para funcionar. ¿Cómo sabe esto cada parte? ¿Cómo es que en la concepción cada parte es determinada? Mientras más uno aprende sobre la bioquímica, más increíble parece [todo esto], a menos que exista algún tipo de principio organizador, para los creyentes, un arquitecto”.*
Innumerables observaciones científicas a lo largo de los siglos sugieren un sistema que le da unidad y equilibrio al mundo. Pero en el mundo físico y en la vida humana, notamos también tendencias poderosas a la degeneración, al desorden y al caos. Usted y yo nos movemos entre ambos extremos. Necesitamos estabilidad, al menos en nuestro mundo personal, para funcionar; pero lograr ese equilibrio requiere que nos enfrentemos a nuestra propia tendencia al desorden.
¿Cómo funcionan las leyes de Dios? Dios no viola sus leyes ni en el mundo físico ni el espiritual. Por ejemplo, si descuidamos los principios de la buena salud y nos involucramos en hábitos dañinos, lo más probable es que cosechemos los resultados. Pablo lo expresó de esta manera: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7). Al igual que la salud física es un estado de armonía y equilibrio en el organismo, la salud espiritual responde a la armonía con Dios y su voluntad.
El rechazo a las leyes morales de Dios también produce consecuencias nefastas. Vivir sin Dios es ignorar necesidades profundas de la mente humana, como también sería perjudicial inventarnos dioses falsos a nuestra semejanza. Deshonrar a nuestros padres destruiría la familia y la sociedad. También son dañinos el adulterio, la codicia, la mentira y el asesinato, según señalan los Diez Mandamientos (ver Éxodo 20:2-17 y el artículo en las páginas 8 al 10).
Aunque las consecuencias de la desobediencia a las leyes naturales y morales de Dios son muchas veces automáticas, Dios no nos obliga a observarlas. En nuestro paso por la vida, hemos de decidir si andaremos el camino del desorden y el caos, o la senda de la armonía y el equilibrio. Si traeremos a nuestra esfera de acción la guerra o la paz, la carnalidad o la espiritualidad, el egoísmo o el amor. Es una decisión que hemos de tomar todos los días.
El autor es director de EL CENTINELA