Hay agencias modernas que intentan controlar y seducir nuestra mente.
Transitamos una época a la que podemos catalogar como la cultura del tiempo del fin. Vivimos en una sociedad con permanentes conflictos, de tipo étnico, político, económico y social. Pero los mayores desafíos se plantean en el escenario de la mente humana. Es allí donde se dirime la mayor controversia. Y es en esta realidad contemporánea que cobra dimensión especial la recomendación de San Pablo al joven Timoteo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:1-4).
Es interesante notar que el vocablo que San Pablo emplea aquí y que se traduce como “fábulas”, es mytos (del que derivan “mito” y sus derivados). El “tiempo” del que habla Pablo es nuestro propio tiempo: hoy vivimos en una cultura invadida por diversas mitologías, ficciones creadas por los hombres, que afectan tanto a la industria del entretenimiento como al campo religioso.
¿Quién gobierna nuestro mundo?
¿Quién manda en nuestra mente? ¿Quién controla el mundo íntimo de nuestra imaginación? Durante casi medio siglo se vino desarrollando una industria que asocia elementos propios de la psicología y de la conducta humana. Me refiero a la industria de la publicidad, disciplina asociada a la comercialización e imposición de imágenes en la sociedad. Consumimos constantemente dichas imágenes y, por supuesto, compramos los productos publicitados, sean buenos o malos. El “consejo publicitario”, o aviso comercial, gobierna la industria de la comunicación. Lo vemos en los deportes, en las telenovelas, e incluso en los noticiarios. Algunas películas y los programas de televisión tienen incorporados los espacios para intercalar avisos publicitarios, que tienen el propósito de impactar en la mente de las personas. Para hacer estos avisos, se han estudiado la capacidad de atención, de concentración y la reacción del televidente. Cuando llegan las “pausas”, en realidad allí aparecen los verdaderos dueños de esa industria, que son quienes “patrocinan” ese espacio televisivo, y que de acuerdo a los estudios realizados ya saben de antemano que nosotros vamos a estar allí sentados.
Estos expertos saben que somos consumidores de productos culturales. En algún momento se creyó que al surgir Internet se iba a estar libre de este “asedio” constante a nuestra mente. Sin embargo, pronto se vio que los ingenieros de programas para computadoras inventaron la forma de rastrear nuestra huella en el espacio cibernético, para estudiar nuestras preferencias y hábitos de consumo.
La credibilidad del mito
A lo largo de la historia, la cultura fue el teatro de una confrontación abierta o sutil entre la religión y las mitologías. El mensaje judeocristiano que encontramos en la Biblia debió rescatar al hombre de las falsas creencias, de los mitos y de las fantasías en las que vivía. En la actualidad, Hollywood ha llegado a ser un reproductor de ficciones y mitos contemporáneos. Incluso, hay cristianos que transitan por un mundo en el que se entrelaza la ficción y la fe religiosa.
Un ejemplo de este fenómeno es El Código Da Vinci, una novela contemporánea que se ha transformado en un incuestionable éxito de librería. En su urdimbre y trama se entrelazan verdad y ficción en medio de una argumentación pseudo científica, mezclada con fehaciente información científica, geográfica e histórica. Mantiene una secuencia intensa y dinámica en la que el lector salta ávidamente de un capítulo al otro, atrapado por el misterio, el despliegue de conocimiento y la especulación en la que se ve envuelto.
No cabe duda alguna de que El Código Da Vinci, ha establecido un récord y a su vez ha introducido un nuevo género que afirma por verdad lo que en realidad es una apretada mezcla de verdad y ficción. Hubo quienes quedaron sorprendidos ante la afirmación y denuncia del autor, cuando dijo: “Originalmente... el cristianismo honraba el sábado judío, pero Constantino lo cambió para que coincidiera con el día pagano de veneración al sol... hasta este día la mayoría de las personas que asisten a los servicios religiosos los domingos por la mañana no tienen idea de que lo hacen en razón del día pagano de tributo al dios sol, o Sun day (día del sol)”.*
Y si bien esta sección puede resultar verificable, la denuncia se encuentra entretejida en una trama que destruye despiadadamente a la persona de Jesucristo, acusando indirectamente al cristianismo de extender un manto de encubrimiento sobre las fuentes genuinas de la verdad. Al hacerlo, destruye en su efecto dominó la confianza de todo creyente en las Sagradas Escrituras.
La cultura sexualizada
Tampoco se puede negar que entre los recursos que se utilizan para atrapar o cautivar visualmente a la persona, se encuentra uno de los antiguos componentes de la seducción: el sexo.
Vivimos en una cultura sexualizada. Además, vivimos en una cultura que impone nombres e imágenes, y transforma abruptamente en celebridades a personas no muy conocidas o relevantes. Así, una celebridad se transforma en una categoría social por sí misma. ¿Qué es una celebridad? ¿Qué la caracteriza o la define? Bueno, una celebridad es simplemente una persona que es más conocida que otra. Y como en la cultura actual lo visual es un componente muy poderoso, no es de extrañar que se explote un instinto tan básico como el sexo. Una de las características de la vida moderna es la pérdida de la noción y del sentido de la intimidad. La imagen de una persona es vendida y consumida como si fuera la persona misma.
La cultura contemporánea ha distanciado o desconectado el sexo de la procreación, favorecida por la aparición de “la píldora” y de una larga oferta de mecanismos y/o fármacos anticonceptivos. A su vez, la pornografía destruye el factor relacional propio del sexo: la conexión erótica se establece con una imagen y no con otra persona. De este modo, se alimenta el consumo de las fantasías visuales.
Un seductor de multitudes
Las estadísticas indican que es cada vez mayor la preferencia del público por la televisión, como también la cantidad de horas que la gente le dedica al entretenimiento. Esta conducta y el orden de las preferencias son estudiados y analizados. Por eso, las encuestas telefónicas o escritas indagan los límites de la tolerancia y los horarios en los que son más aceptados los programas con contenido moralmente nocivo. Por ejemplo, ciertas estadísticas indican que los desnudos (en sus variadas formas) son más aceptables pasadas las diez de la noche que en el horario “para todo público”. En algunos lugares, se anuncia que comienza el “horario de protección al menor”. Cabe preguntarse, ¿y quién protege al mayor?
La televisión y la industria cinematográfica se han asociado y se han transformado en el medio que comunica a la sociedad las ficciones y los mitos contemporáneos. Transitamos por un bosque invadido de mitos y leyendas que nos seducen, atrapan, envuelven y transforman. Subrepticia o abiertamente, nuestra mente se ha tornado cautiva y dependiente de esta cultura en la que transcurre nuestra vida. Y es en medio de esta condición, que resuena en mi mente el antiguo y sabio consejo de las Escrituras: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón” (Proverbios 4:23).
Daniel Scarone es pastor de la Iglesia Adventista en el Estado de Michigan y autor de varios libros. Este artículo es un anticipo de un libro que Daniel está escribiendo sobre el tema de los mitos y de las falsas creencias que asaltan la mente del hombre moderno.