“Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe que sobre todas estas cosas te juzgará Dios” (Eclesiastés 11:9).
Hay luto en las llanuras de Siquem. Un lamento de dolor sube de la tierra acompasado por el denso calor y el olor nauseabundo que surge de los embalses. Nada como aquella mala noche de dolor y angustia para que el príncipe de Siquem pudiera demostrarle a Dina cuán arrepentido estaba de su conducta, y cuánto la amaba.
Recostada sobre su tálamo de plumón en el palacio de Hamor, Dina escucha la respiración jadeante y el quejido de dolor de Siquem, príncipe de aquella tierra que lleva su nombre, y siente que la culpabilidad estrangula su último aliento. A diferencia de Abrahán, que al apartarse de su sobrino, Lot, decidió vivir apartado de las ciudades de la llanura de Canaán, Jacob colocó sus tiendas bastante cerca de los habitantes paganos de Siquem.
Dina sabía muy bien los peligros a que se exponía al alejarse de la seguridad paterna. Había escuchado la historia de cómo su bisabuela Sara y su abuela Rebeca habían sido raptadas por gobernantes locales. Pero aun así, encontró la manera de salir de su círculo de protección para ir a Siquem y establecer contacto con la sociedad que se extendía a poca distancia de las tiendas de su padre Jacob.
Las consecuencias de su tentación fueron desastrosas. Siquem la tomó con violencia y deshonró su virginidad, pero su alma se apegó a ella y, enamorado, habló a su corazón. Ahora, Siquem y todo el pueblo sufren en carne propia las condiciones impuestas por ese amor: una circuncisión masiva. Ese fue el requisito exigido por sus hermanos para que Siquem redimiera la culpa de su profanación y pudiera casarse con ella.
Dina está segura de que algo terrible está por suceder, algo que tendrá consecuencias funestas. Ella conoce bien la naturaleza violenta y vengativa de sus hermanos, y sabe que su deshonra, que es la deshonra de su casa, no quedará impune.
A medida que se acerca la medianoche, el canto nocturno de las aves se va desvaneciendo, una ráfaga de aire caliente se cuela por la ventana abierta, y con ella Dina escucha las voces de Simeón y Leví. Angustiada con lo que su insensatez ha provocado, y con lo que advierte, se levanta a toda prisa de la cama y corre hacia la recámara de quien quiere ser su marido para advertirle del peligro. Pero no le da el tiempo. Simeón y Leví, con sus espadas, ya están en el palacio.
Siquem hace un supremo esfuerzo para incorporarse cuando los ve, pero es demasiado tarde para salvarse. Uno de ellos se abalanza sobre la cama y le da un tajo certero en el pecho desnudo. El otro hermano le asesta un segundo golpe, sin piedad, y un chorro de sangre a toda presión le salpica la cara.
“¡Malvados!” Dina lanza un grito ronco, horrorizada ante la violencia. Pero sus hermanos se aferran a la lucha con una impavidez criminal, hasta dar muerte al rey y a todo siervo de la casa de Siquem. Luego los hijos de Jacob pasaron sobre los muertos y saquearon la ciudad, tomaron sus ovejas, vacas y asnos, lo que había en la ciudad y en el campo y todos sus bienes. Llevaron cautivos a todos sus niños y sus mujeres, y robaron todo lo que había en las casas (ver Génesis 34:25-29).
¡Qué escena tan triste! ¡Qué crueldad! Y todo porque Dina, tentada por los brillos de la ciudad vecina, quiso entablar amistad con las hijas de aquella sociedad.
¿Se imaginan cómo la habrán odiado aquellas mujeres? ¿Se imaginan la tristeza y la culpabilidad que carcomía el corazón de la joven Dina?
La historia de Dina es sumamente triste. Su dignidad fue destruida con la violación de Siquem, pero cuando parecía que podía componerse con el amor, ese amor fue cercenado de una manera cruel y atroz. Imagine la terrible carga que habrá sentido Dina luego de aquella masacre ejecutada en su honor, consecuencia de su insensatez; un peso de culpa que seguramente la convirtió en una mujer amargada y solitaria el resto de su vida.
El sabio Salomón le dice a toda joven: “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe que sobre todas estas cosas te juzgará Dios. Quita, pues, de tu corazón el enojo, y aparta de tu carne el mal; porque la adolescencia y la juventud son vanidad” (Eclesiastés 11:9, 10).
Cuando estés tentada a probar el mundo, o te atraigan las luces de las ciudades impías a tu alrededor, recuerda la triste historia de Dina. Pide consejo, busca a un adulto de confianza que te pueda ayudar a decidir si lo que deseas hacer te conviene, o te puede perjudicar.
La violencia física y sexual en contra de la mujer es un problema de enormes dimensiones. Aunque a menudo no es reconocida, y hasta se acepta como parte del orden establecido dentro de algunas sociedades, nunca es justificada. Ni fuera, ni dentro del hogar.
Si has sido abusada, acude a una clínica lo antes posible y pide que te hagan los exámenes que se aplican en esos casos. La evidencia física de la violación será recogida por el personal de la clínica y entregada a las autoridades policiales. Si crees que el atacante podría tener SIDA, coméntalo con el médico para aplicar un plan de acción, según el caso.
La agresión sexual no te brinda la oportunidad de tomar medidas de precaución y te deja lesiones físicas y emocionales. Si tal fuera el caso, hay mucho más que debes hacer y saber. Sin importar quién sea el autor del crimen, nunca guardes silencio ante el asalto sexual.
A pesar de que estamos enfocando aquí la violencia en contra de la mujer, esto no implica de ninguna manera que la violencia generalizada sea algo de menor gravedad. En realidad, la violencia contra cualquier persona es contraria al mensaje del evangelio de Jesús, quien enfatizó: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (S. Juan 15:12).
LA ORACIÓN DE DINA
Descúbreme, Dios, el camino del discernimiento.
Hazme entender aquello que sé pero no veo,
y cuando me asalte la violencia sin sentido,
y yo misma, débil, frágil, camine en torno al inmenso abismo,
acerca tu luz, y cierra la boca de las fieras.
Allégate al camino manchado de sombras,
donde solo sé ser eco de un silencio eterno.
Dame el sosiego en el pavor de la noche invisible,
junto al lecho que nadie ve.
Y derrama tu voz de amaneceres en mi soledad.
Tú que todo lo riges, que todo lo puedes,
hazme renacer
,
Infunde a lo mortal tu inmortalidad y restáurame.
Ya que todo fue oscuridad y noche, y noche y oscuridad,
dame, oh Dios, tu luz y tu paz.
¿Qué debo hacer si soy agredida sexualmente?
- Vaya a un lugar seguro, lejos del abusador sexual. Pídale a una persona de confianza que la acompañe y le dé apoyo moral.
- Conserve la evidencia del ataque. No se bañe ni cepille sus dientes. Escriba todos los detalles que recuerde de la agresión y del atacante.
- Llame a la Línea de Crisis Nacional de Abuso Sexual (1-800-656-HOPE). Nunca es demasiado tarde para llamar, incluso meses o años después del incidente. Este servicio ofrece consejería gratis y confidencial, y está disponible las 24 horas del día, siete días a la semana. Hay otras fuentes similares de ayuda.
- Obtenga atención médica inmediata. Aunque no tenga heridas físicas, es importante determinar los riesgos de embarazo y protegerse de enfermedades transmitidas sexualmente. Para conservar la evidencia forense, pida en el hospital que le hagan una revisión ginecológica; y si sospecha que fue drogada, pida que le hagan una prueba de orina.
- Denuncie la violación a la policía. Una consejera puede darle la información necesaria para entender el proceso.
- Recuerde que la agresión sexual NO es culpa suya. La recuperación toma tiempo. Tómese todo el tiempo que necesite.
La autora es asistente legal en la oficina del Procurador General del Estado de Idaho. Disfruta de la jardinería y la lectura. Este artículo fue extraído de su último libro Amigas de Jesús.