Unámonos a los redimidos en un canto de alabanza y gratitud porque el mensaje de la tumba vacía llena los cielos de gloria.
Hoy asistimos a un ataque persistente contra la fe cristiana, particularmente contra la divinidad de Cristo y consecuentemente contra su poder redentor. Parece como que últimamente se ha despertado un interés inusitado en los temas religiosos, específicamente en los que tienen que ver con los aspectos sobrenaturales del cristianismo. Pero este interés está dirigido a minar y a destruir la fe del creyente. Un ejemplo, la obra de Dan Brown, El Código Da Vinci. Dudo que una novela pueda hacer tambalear una fe cimentada en el conocimiento de la Palabra de Dios, pero sin duda confunde a muchos en tiempos en que el cristianismo padece un profundo descrédito.
En estos últimos días nos hemos visto sorprendidos por el documental del director de cine James Cameron, quien pretende haber encontrado los restos de Jesús en una tumba de Jerusalén. Pues bien, si esto fuera verdad, asistimos al mayor descubrimiento de los últimos dos mil años. Un descubrimiento, por otra parte, que develaría también el mayor engaño de los últimos veinte siglos. El profesor Efraín Velásquez se ocupa del supuesto descubrimiento de James Cameron (vér página 8), pero permítanme ocupar el espacio que me queda para hablar acerca del sentido de la resurrección en el marco de la fe cristiana.
Pablo dice que “si Cristo no resucitó… vana es nuestra fe” (1 Corintios 15:14). Y agrega: “Aun estáis en vuestros pecados” (vers. 17). Esto es precisamente lo más grave: “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). La muerte es la cuestión última del hombre. Todo tiene sentido o todo pierde sentido a partir de la muerte, más precisamente a partir de la respuesta que el hombre pueda dar a la cuestión de la muerte. Pues bien, sin resurrección no hay esperanza. El sentido de la resurrección, que es el fundamento de la religión de la tumba vacía, está en la palabra rescate. Dios rescató de la muerte a la humanidad por la muerte y la resurrección de su Hijo. Sin resurrección, su muerte hubiera sido vana. Sin resurrección, el plan divino de rescate hubiera sido un fracaso.
¿Qué logró el rescate? La muerte y la resurrección de Cristo ratificaron el derecho de propiedad que Dios tiene sobre la humanidad. Pablo declaró: “¿O ignoráis… que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio” (1 Corintios 6:19, 20). Por medio de su muerte y su resurrección, Cristo quebrantó el dominio del pecado, terminó con la cautividad espiritual, quitó la condenación y la maldición de muerte que pesaba sobre la humanidad, e hizo que la vida eterna estuviese disponible para todos los pecadores arrepentidos. Pedro se dirige a los creyentes para recordarles que fueron “rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres” (1 Pedro 1:18). Pablo escribió que los que fueron librados de la esclavitud del pecado, y de su fruto mortífero, se hallan ahora ocupados en el servicio de Dios, teniendo “por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:22).
Ignorar o negar el principio del rescate, sería perder el corazón mismo del evangelio de la gracia. Ignorar o negar la resurrección sería hacer fracasar el rescate divino, y negar el motivo más profundo de nuestra gratitud para con el Cordero de Dios. Este principio de alabanza es central en los cánticos de los redimidos: “Tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra (Apocalipsis 5:9, 10).
Gracias a la resurrección de Cristo, hoy la muerte es un enemigo vencido (1 Corintios 15:54). Unámonos a los redimidos en un canto de alabanza y gratitud porque el mensaje de la tumba vacía llena los cielos de gloria.