Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
En el noroeste de los Estados Unidos, donde vivo, la primavera entra en su apogeo en abril. Los lirios y los tulipanes ya embellecen el paisaje. Los árboles comienzan a levantarse de su largo sueño invernal. Por traer esta explosión de vida, la primavera siempre ha sido un símbolo de novedad, de vida nueva.
La estación también se conecta con la costumbre de recordar la última semana del ministerio terrenal de Jesús, especialmente el viernes de la crucifixión y el domingo de la resurrección. Este último de por sí es un poderoso recordativo de que Jesús venció la muerte y el pecado y nos abrió una puerta a una vida nueva. Por eso se lo representa muchas veces con los lirios blancos que se abren en la primavera. Jesús vino, vivió, murió y resucitó, y al hacer todo esto, hizo nuevas todas las cosas.
Es cierto que el paso del tiempo a veces produce resultados positivos. Las pinturas famosas y algunos muebles y artefactos históricos cobran valor. También algunos libros y obras musicales parecen ser más apreciados con el paso de los años. Un cónyuge que ha compartido con uno toda una vida tiene un valor incalculable.
Pero para todos los seres vivos, el paso del tiempo trae inevitablemente el descenso y el fin de la existencia. Sucede esto con las flores, los animales y los seres humanos. Y el problema va mucho más allá de las arrugas. Queremos vida nueva. Queremos resucitar con Jesús. Queremos nuevas oportunidades.
Quizá no apreciamos plenamente el alcance de la novedad que Jesús nos trajo. Hay una promesa bíblica que siempre me ha impactado por su belleza y su poderoso contenido de esperanza:
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:1-5).
Ninguna otra religión presenta un cuadro similar de renovación. Aquí se nos habla de una transformación total y radical.
- Tendremos un nuevo planeta. No sabemos si se parecerá nuevamente al Edén. Pero las condiciones de vida serán mucho mejores.
- Tendremos un nuevo hogar: La nueva Jerusalén. No será como la actual, llena de guerras y odios, sino una que no conoce nacionalidades ni restricciones. La Jerusalén de doce puertas de perla y muros de piedras preciosas. La de calles de oro. La que existe para ser habitada por los hijos de Dios de toda tribu, lengua y pueblo.
- Tendremos una nueva relación con Dios. No hay templo, porque toda ella será un templo. La presencia directa de Dios lo cambiará todo. Se le dijo a Moisés que a Dios nadie lo pudo ver jamás y vivir. Ahora podremos, porque habremos sido transformados (ver 1 Corintios 15).
- Tendremos un nuevo cuerpo. Desde que nacemos vamos muriendo. Esto nos causa la mayor tristeza cuando aquellos que nos preceden se tornan más frágiles y finalmente pasan al descanso. Todos lloramos, incluso los hombres. Sufrimos y lloramos; a veces por enfermedades del cuerpo, a veces por enfermedades de la mente o del alma. Perdemos la salud y la memoria. Sufrimos desengaños y traiciones. Tarde o temprano nos bebemos las lágrimas de las despedidas. Todo eso se va a acabar, gracias a Jesús. “Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos y ya no habrá más muerte, ni clamor ni dolor”.
La Biblia nos enseña que hoy mismo podemos comenzar a disfrutar de esta novedad. En las palabras del apóstol: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).
Miguel A. Valdivia es director de El Centinela®.