De todos los “ismos” que califican nuestra cultura secular (ajena a Dios), quizás el peor de todos es el temporalismo. Esta elección no es fácil, hay otros candidatos tales como el hedonismo (la búsqueda del placer), el pluralismo (que llevado al extremo dice que no hay camino errado), el relativismo, el narcisismo y el materialismo.
Temporalismo significa percibir la vida a través de la pequeña ventana del tiempo actual; enseña que lo único que importa es el presente. Pero cuando el presente lo rige todo, no son tan importantes las implicaciones a largo plazo de nuestras acciones, y la eternidad es algo que simplemente no cuenta.
La Biblia nos enseña a vivir en el contexto de la eternidad. El mismo nombre de Dios, “Yahweh”, significa en esencia “El Eterno”. Estas dos perspectivas, la temporal y la eterna, afectan profundamente la manera en que vivimos nuestra vida. Veamos cómo:
- La eternidad cambia la manera en que nos relacionamos con otros. Saber que tenemos acceso a una existencia eterna en base a una relación restaurada con el Creador nos llena del deseo de compartir esta extraordinaria oportunidad con otros seres humanos.
- La eternidad cambia la manera en que percibimos las posesiones. Un temporalista intenta acumular posesiones porque esta vida es todo lo que tiene. El creyente sabe que su vida debe cumplir una función en el marco de la esperanza de algo infinitamente mejor. Jesús se refirió al materialismo del temporalista cuando dijo: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (S. Mateo 16:26).
- Los placeres son dones temporales, por lo tanto no pueden ser el fundamento de la vida humana. El que vive según la eternidad tiene otra realidad mayor, también le espera un placer sumamente mayor: vivir en la presencia de Dios y los ángeles.
En la superficie, el temporalista —si tiene suerte— alcanza la suma de su satisfacción aquí y ahora. La realidad es que cada ser humano tiene un vacío que sólo se satisface con Dios. El creyente en la Biblia cuenta con la presencia anticipada de Dios en su vida gracias a la acción del Espíritu Santo, pero mira hacia una redención más completa en el futuro.
San Pablo lo expresó así: “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:22, 23).
El cristianismo se fundamenta en la eternidad. Jesús prometió: “El que cree en mí, tiene vida eterna” (S. Juan 6:47). Podemos disfrutar del presente, pero también tenemos acceso a un destino eterno. Hay algo más allá del día de hoy, de sus desafíos, tristezas y confusiones. Hay algo más allá de la enfermedad, la guerra y los desastres; algo que supera nuestra soledad y el dolor de la separación. Por eso los creyentes antiguos —y los actuales—, han podido sostenerse en “la esperanza bienaventurada” del retorno glorioso de Jesucristo (Tito 2:13).
El autor es director de El Centinela®.