El 28 de noviembre de 2008, una estampida de compradores dejó un saldo de un muerto y tres heridos en el Wal-Mart de Valley Stream, en Long Island, Nueva York. Una multitud de más de 2.000 personas se había ubicado en la puerta de entrada del supermercado desde la 1:00 de la madrugada para competir por los productos rebajados que se venderían desde las 5:00 hasta las 11:00 de la mañana del “Viernes negro”. En los Estados Unidos se conoce como “Viernes negro” (Black Friday) al día de ventas especiales que sigue al día de Acción de Gracias.
Jdimytai Damour, un empleado de 34 años de edad, de Queens, fue asfixiado por centenares de personas que lo atropellaron en su intento por ser las primeras en alcanzar los productos publicitados. Damour, un empleado del sector de mantenimiento, estaba junto a la puerta para controlar la entrada.
Poco antes de las 5:00 a.m. un empleado empezó a abrir la puerta. De pronto, la gente comenzó a empujar desde varias direcciones. Arrancaron la puerta de sus goznes. Un empleado intentó usarla para protegerse, pero el vidrio se hizo añicos. La multitud tropezó con las máquinas de refrescos en el vestíbulo, y varios empleados corrieron a sostenerlas para que no se derrumbaran. Para ese momento, Damour había caído en el piso y la masa humana continuó su marcha irracional hacia el interior de la tienda, pisoteando al empleado vez tras vez.
“Muerte por consumismo”
Los testigos del hecho señalaron que los mismos policías y socorristas fueron empujados por la turba cuando se acercaron a Damour para auxiliarlo. Un video en YouTube muestra a un oficial de la policía arrodillado junto al cuerpo de un hombre alto y corpulento, a la entrada de Wal-Mart. También se ve que un enfermero le aplica masajes para revivirlo, con tanta fuerza que las piernas se le mueven. La camisa del caído se le había subido y se ve su enorme abdomen. Entonces una mujer dice: “Está embarazado”. Y varias mujeres se ríen.
Más tarde, uno de sus compañeros de trabajo declaró: “A mi entender, este muchacho fue asesinado por cien dólares, por un televisor. Cuando uno ve a alguien en el suelo, no hay que pisotearlo y seguir adelante”.1
En los días siguientes varias personas hicieron comentarios sobre el suceso. Susan Thistlethwaite, profesora de Teología en el Seminario Teológico de Chicago, dijo lo siguiente: “Este año, ‘Viernes negro’ ha adquirido un nuevo significado para mí. ‘Viernes negro’, según advertí hoy, significa muerte por consumismo”.2 El hecho de que las personas siguieran con sus compras incluso después de haberse confirmado la muerte del empleado, y muchos se negaron a abandonar la tienda, revela un nivel intrigante de maldad e indiferencia.
El peligro colectivo representado por las masas es documentado a menudo en los estadios de fútbol y en situaciones de pánico que involucran a muchas personas. Pero que esta conducta se despertara por el deseo de ahorrar algunos dólares, es preocupante. El hecho de que ocurriera al comienzo de la temporada navideña es una afrenta contra el espíritu de generosidad que debiera reinar en estos días.
¿Qué produjo esta conducta?
¿Qué es lo que produjo este acto inhumano? ¿Cómo es posible que ciudadanos comunes actuaran como animales?
Algunos culparon a la corporación. Michail Pravica, de Henderson, Nevada, señaló en una carta al New York Times: “Tener unos pocos productos con grandes descuentos en la tienda cuando más de mil personas compiten por comprar lo mismo, solo favorece la atmósfera de histeria desesperada y competencia venenosa de perros que se comen a otros perros”.3 Una columnista escribió: “No se puede legislar la humanidad, y esto fue lo que se perdió el viernes con la muerte de Damour. Los compradores, no la tienda, fueron los que abandonaron toda decencia en la puerta. Ellos fueron los que pasaron por encima y por el lado de Damour para ir en busca de los descuentos”.4
Concuerdo. No puede descontarse el efecto de campañas publicitarias planeadas con el único propósito de atraer compradores y vender productos, pero tampoco puede negarse que los culpables directos del acto fueron los compradores. Surge una pregunta, ¿son los compradores de Long Island peores seres humanos que los compradores de otros lugares? No, definitivamente.
Podríamos proponer dos condiciones humanas como factores acelerantes: Nuestro extraordinario nivel de estrés y nuestra obsesión por las posesiones. Pero aun podría decirse que ambas son síntomas de un problema mayor y más complejo. Aquí se evidenció una crueldad que va más allá de un afán consumista. La ansiedad evidente en la masa de compradores no tenía que llegar a la comisión de un acto claramente criminal. Esta deformación de la naturaleza humana respondía a un problema más profundo y más tenebroso que el “Viernes negro”: el problema del pecado.
El asesinato de Jdimytai Damour contradice la visión evolutiva de la naturaleza. Su muerte no fue resultado de la supervivencia del más apto. No era que el pobre hombre fuese menos valioso que la masa que lo atropelló. Hoy, en el siglo XXI, con la confluencia de ciertas condiciones, seres humanos comunes son capaces de la misma insensibilidad que permitió la muerte de seis millones de judíos durante el Holocausto en el siglo pasado. Y no olvidemos a Ruanda, Sudán o los motines raciales de Norteamérica.
Malos por naturaleza
Este acto bárbaro en nuestros días nos recuerda que somos capaces del mal porque “somos” naturalmente malos. Hoy como siempre luchamos contra el egoísmo, la arrogancia, la indiferencia, el odio, los rencores y la crueldad. Somos avaros, mentirosos, ambiciosos y traicioneros. Queremos sentirnos mejor y acudimos a psicólogos o remedios químicos para adormecer la conciencia y nuestros sentimientos de impotencia.
A primera instancia este cuadro resulta muy pesimista, y la Biblia se refiere a nuestra maldad natural en términos inequívocos.
“Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5).
“Llenas están de sangre vuestras manos. Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo” (Isaías 1:15, 16).
“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).
“Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (S. Mateo 15:19).
La Biblia define técnicamente el pecado como “infracción de la ley” (1 Juan 3:4), una falla de aquel “que sabe hacer lo bueno, y no lo hace” (Santiago 4:17). El pecado es una desviación de la voluntad y la naturaleza de Dios nuestro Creador, cuyo carácter es amor (ver 1 Juan 4:8). El pecado también se lo define como falta de fe (ver S. Juan 16:9).
El pecado es particularmente dañino porque nos coloca al servicio del maligno. El apóstol Pablo lo explicó así: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:16). Más adelante escribió una sentencia sumamente solemne: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
La segunda parte de este versículo nos abre un camino de esperanza. Y el remedio para la maldad en el corazón del hombre se encuentra en el centro de la oración modelo del Padrenuestro: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
El perdón es el don de Dios para nuestros corazones enfermos y atribulados. Dios está ansioso de conceder su perdón a la turba irracional de Wal-Mart y a cada uno de nosotros que lucha día tras día con emociones negativas y dañinas. Por eso, Jesús nos extendió una preciosa invitación que es tan pertinente hoy como antes:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (S. Mateo 11:28-30).
Hay solución para nuestra naturaleza depravada y corrompida. Aunque todos pecamos y carecemos de la gloria de Dios (ver Romanos 3:23), todos estamos al alcance del amor de Dios que proveyó a su Hijo unigénito para salvarnos. Nacemos y aprendemos el mal, pero podemos ser sanados por Jesús. “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (S. Juan 8:36). Con la ayuda del Espíritu Santo, podemos ser transformados en nuevas criaturas. Los que éramos “hijos de ira” (Efesios 2:3), podemos llegar a ser “nuevas criaturas” en Cristo (2 Corintios 5:17).
Si usted aún no disfruta de la presencia transformadora de Dios en su vida, por favor considere la invitación de Jesús en el Apocalipsis: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
El autor es director de EL CENTINELA.