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El contenido de nuestra revista siempre intenta ser inspirador. Basado en la Palabra de Dios. Pero no sólo queremos inspirar mediante el ejemplo de hombres y mujeres que vivieron hace miles de años y cuyas vidas aún perfuman la existencia. Queremos también, apreciado lector, compartir el mensaje alentador de personas de carne y hueso que viven aquí y ahora. Queremos compartir ejemplos heroicos de gente común -como usted, como yo— que encontraron en las Escrituras las fuerzas para vivir. Todo con el propósito de que cualquier sufriente encuentre la luz de esperanza que el mundo le niega.

La vida de las personas son inspiradoras no porque hayan alcanzado el éxito, sino por la forma en que lo hicieron y el lugar desde donde partieron. La vida nos da a cada uno la parte que le toca. Hay quienes en la infancia recibieron todo y hay quienes casi no recibieron nada. El mérito no está solamente en la meta alcanzada, sino en el punto de partida. Hay quienes comenzaron desde muy abajo y llegaron muy lejos.

Para que tenga una mejor idea de dónde partió Esther (vea el artículo de la página 12), voy a incluir en este editorial unos párrafos que muy a pesar nuestro tuvimos que cortar por razones de espacio. Escuchemos a Esther: “A pocos días de que yo naciera, mi madre tropezó bajo la lluvia y se volcó una olla de agua hirviente en su vientre. Las dos -yo dentro de ella— fuimos hospitalizadas. Los médicos temieron por nuestras vidas. Luego de nacer fui a parar a una incubadora, porque había nacido muy débil . . . Crecí como una gitana, porque con mi madre nos mudábamos de tanto en tanto. A veces vivíamos con mi abuelita y sus hijos, y a veces solas . . . A los 4 años, mientras jugaba solita en el patio de la lavandería donde mi mami trabajaba, vi que salía agua a presión por un tubo. Pensé que era agua fría y puse mi piernita, pero era agua caliente. Casi perdí la pierna. Por eso mi madre decidió dejarme sola en su departamento y cerrar la puerta por fuera durante casi 8 horas. Allí, solita, pasé todas las fiebres y enfermedades propias de los niños: varicela, paperas, sarampión, viruela, etc. En aquella habitación esperaba a mi madre hasta la tarde cuando regresaba del trabajo para cuidarme . . .

“Una tía me alfabetizó muy pequeña, y a los 5 años comencé a enseñarle a leer a mi mami. Leíamos juntas el Salmo 23 (Gracias a eso, mi madre, luego de convertida, leyó la Biblia muchas veces.)”.

En su testimonio, Esther se explaya aún más en sus sufrimientos. Pero simplemente para mostrar el amor de Cristo. ¡Qué paradójico! El dolor puede ser la ocasión para encontrarnos con el Maestro de Galilea. Todo lo que vivió fue como el tiempo de preparación del terreno donde sería sembrada la semilla de la fe. Todo lo que vivió fue el impulso para servir a Cristo en las personas que llegan a este mundo aparentemente para sufrir. Porque Esther sabía lo que sentían los más necesitados. Conocía la humillación, el abuso, la violencia. Pero también supo convertir el barro en polvo de estrellas; la insensibilidad ajena y las pruebas de la vida, en espíritu de servicio. La fe nos eleva la mirada de la miseria a la gloria.

Esther tituló su testimonio así: “Dios, ¿estás allí”. La vida de Esther fue una respuesta a esta pregunta.

Querido lector, cuando usted se haga esta pregunta, recuerde que el Señor le prometió: Yo estaré contigo todos los días (S. Mateo 28:20).

Cristo estará contigo

por Ricardo Bentancur
  
Tomado de El Centinela®
de Marzo 2008