Fuerzas poderosas compiten por el tiempo, la atención y las energías de la mujer de moderna.
Celia creció en un hogar donde su padre trabajaba excesivamente para mantener a su familia con cierta comodidad. Su mamá trabajaba en la casa haciendo todos los quehaceres domésticos y atendiendo las necesidades de seis hijos.
Celia era la mayor, y cuando formó su propio hogar quiso, como es natural, imitar en su vida familiar las cualidades de su papá y de su mamá. Estudió la carrera de administración de empresas. Comenzó a ejercerla mucho antes de casarse y tuvo mucho éxito. Antes de cumplir los 26 años, era gerente de un banco y ganaba un buen sueldo.
Cuando llegó el primer hijo al hogar de Celia, ella no quiso abandonar su profesión. Pensaba que con los servicios de una guardería infantil podría sin dificultad atender su trabajo, a su niño y continuar administrando el hogar. Comenzó a dormir poco y a sentirse cansada todo el tiempo. Poco tiempo después se enteró que estaba esperando otro hijo.
Celia todavía se sentía segura de sí misma, y confiaba que un niño más en la familia no alteraría mucho la situación en su hogar. Insistía en hacerlo todo. Héctor, su esposo, deseaba ayudarla, pero Celia creía que solo ella podía hacer las cosas bien. Sin embargo, a menudo se quejaba de cansancio y de que no le quedaba tiempo para nada. Además, resentía el hecho de que no podía comprometerse en la vida de sus hijitos al grado que le exigían sus sentimientos más tiernos. Sin darse cuenta, había caído en la popular trampa de considerarse una “súper mujer”.
Dos fuerzas en conflicto
La situación en que esta joven profesional se vio envuelta es un claro ejemplo de lo que en la actualidad sucede muy a menudo en la vida de muchas mujeres. Atraídas por las promesas que les hace el feminismo moderno, se dejan atrapar entre dos poderosas fuerzas que compiten ferozmente por su tiempo, su atención y sus energías. Una la genera el deseo de realizarse y superarse en un ambiente profesional, fuera de los confines del hogar. La otra surge de su naturaleza íntima, que le exige manifestar su feminidad a través de la maternidad.
Si a ti, lector o lectora, te toca afrontar la necesidad de imprimirle a tu futuro un rumbo que te impida ser arrollada por estas fuerzas sin control, lo primero que debes hacer es reconocer que ambas tendencias tienen aspectos legítimos y valiosos para tu felicidad. No se pueden condenar las aspiraciones profesionales de una mujer si se mantienen en un plano prudente y no se las exagera. El desafío es que en el afán de expandir los horizontes, la vida no se convierta en una existencia independiente y egocéntrica. La mujer se realiza en un contexto de relaciones afectivas, que no puede existir en la misma dimensión en un ambiente profesional. Solo las relaciones familiares proveen la matriz indispensable para que florezca el amor.
Cómo evitar enredos
Celia necesitaba pesar en su balanza personal los valores relativos de estas dos exigencias que amenazaban con aplastarla al competir sin misericordia por su tiempo, su atención y aceptación. ¿Cómo se comparan ambas carreras, la profesional fuera del hogar, y la maternidad, que por un tiempo confina a la mujer a los límites de una casa?
Ya dijimos que ambas tienen valor legítimo. No es que una sea buena y la otra mala. El secreto para impedir que ambas alternativas entren en competencia es muy sencillo: Hay que darle a cada una su lugar. El desarrollo profesional es deseable, y se logra idealmente dedicando los años formativos al estudio académico necesario. La maternidad, por su parte, debe ser atendida antes de que lleguen los años en que el embarazo se haga difícil o peligroso.
Al planificar tu futuro, necesitas tomar en cuenta estas realidades y disponer el calendario de tu vida de modo que los conflictos entre ambos papeles sean mínimos. Los problemas verdaderamente agudos surgen solo cuando una mujer insiste en ser “súper mujer”, es decir, cuando se empeña en mezclar el ejercicio de sus actividades profesionales con su desempeño como madre en los primeros años de la vida de sus hijos. No se puede ejercer la profesión y la maternidad al mismo tiempo. Sólo cuando el último de los hijos ha comenzado su vida escolar, se puede volver a ejercer la profesión, preferiblemente en un plan de tiempo parcial, hasta que los hijos adquieran más capacidad de autosuficiencia.
La vida familiar así organizada permite que una mujer goce en forma legítima de la satisfacción de cultivar su intelecto y sus capacidades ejecutivas, sin dejar de lado los goces sublimes de la maternidad. El secreto, repito, es concederle a cada actividad su momento exclusivo en el calendario de nuestra vida personal y familiar. De este modo no se necesita caer en el mito frustrante y destructivo de la “súper mujer”, que piensa que puede hacerlo todo a la vez.
Medidas justas
Hay un peligro que se debe evitar: Al hacer cuentas, no hay que asignarle a cada actividad un valor arbitrario, que no refleje las realidades objetivas de largo alcance. Hay quienes miden los valores comparativos de una profesión y la maternidad en términos puramente monetarios. Dicen: “Los hijos sólo ocasionan gastos. En cambio, si ejerzo mi profesión, podré gozar de un nivel de vida superior”. Al decir “superior”, quieren decir que en su vida habrá mayores comodidades materiales.
Pero el valor de la maternidad no se puede medir solo en dólares y centavos. Al comparar ambos estilos de vida, hay que ir a lo fundamental. Dios es el que estableció para la humanidad la escala básica de valores, al crearnos como lo hizo. Cuando le encargó a la mujer la tarea de llevar a sus hijos en el seno durante los primeros nueve meses, y luego pasar varios años más posibilitando y guiando su desarrollo, se aseguró también de dotarla con las cualidades y capacidades necesarias para cumplir con su responsabilidad. Al hacerlo, no sólo se beneficiaría la nueva criatura, sino que la madre misma experimentaría la mayor felicidad posible en su existencia.
Al hacer tus cuentas, considera, pues, que tu desempeño profesional cesa de ser una fuente de satisfacción y de ganancias materiales cuando te jubilas, o cuando tu vida toca a su fin. Pero la satisfacción que te provee tu fiel cumplimiento de los deberes maternales no termina en esta vida. Tu esposo y tus hijos seguirán amándote, honrándote y alabando tu fidelidad durante los años sin fin de la eternidad. Y a eso, ¿qué fortuna material se le puede comparar?
Un privilegio incomparable
El privilegio que Dios le concede a la madre, de modelar y refinar en sus hijos un carácter como el de Cristo, es superior a cualquier otro, sea éste material, intelectual o social. La maternidad, al exigir de la mujer el desarrollo máximo de todas las cualidades que conforman su feminidad, produce en su experiencia una gloriosa paradoja: Si por darle lugar en su vida al plan original de Dios tiene que sacrificar sus pretensiones de ser una “súper mujer”, Dios le concederá precisamente esa dignidad al transformarla en una “súper mujer” según la definición bíblica, es decir en una “mujer sabia” o “virtuosa” (ver Proverbios capítulo 31). Se la describe en este pasaje como una ejecutiva enérgica y emprendedora: “Considera la heredad, y la compra, y planta viña del fruto de sus manos” (Proverbios 31:16). Es capaz de organizar a su familia y a quienes le sirven de modo que nada falte para su bienestar y comodidad, y que todo esté a tiempo y bien dispuesto: “Se levanta aun de noche y da comida a su familia, y ración a sus criadas” (vers. 15). Es una educadora sabia y eficaz, y recibe amplio reconocimiento por sus hechos: “Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua. Considera los caminos de su casa, y no come el pan de balde. Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; y su marido también la alaba: ‘Muchas mujeres hicieron el bien; mas tú sobrepasas’ ” (vers. 26-29).
Los amplios horizontes de la maternidad
Amiga que lees esto, te aseguro que el plan primordial de Dios para ti no tiene nada de restrictivo ni frustrante. Y si vamos a hablar de sacrificios, ¿qué es preferible? Por un lado, en tu profesión tendrás que sacrificar tus sentimientos, tu autonomía personal y tu vida misma poco a poco, con el fin de quedar bien con tus jefes, cuyo deseo es progresar ellos a costa de tus esfuerzos, sin preocuparse igualmente de tu propio progreso. O tendrás que aparentar conformidad y ocultar tu verdadero talento o capacidad, y condenarte a una mediocridad forzada para no echarte encima la mala voluntad o los celos de tus compañeros y compañeras de trabajo. ¿Tu recompensa? El pago mensual que en la mayoría de los casos no varía gran cosa de año en año.
Por otro lado, en la seguridad de tu hogar podrás dedicarte a ser emprendedora y creativa, y experimentar la satisfacción incomparable de ver cómo tus esfuerzos y desvelos van plasmando poco a poco, en una criatura originalmente indefensa y desvalida, un carácter que, además de expresar el reflejo de tu propia naturaleza y la de tu cónyuge, incorpora también rasgos divinos, que el Espíritu de Dios desarrolla en él por medio de tu ministerio abnegado.
Ante los valores gloriosos y trascendentes de la maternidad, ni Celia ni tú necesitan equivocarse prefiriendo valores secundarios, mayormente egocéntricos y pasajeros.
Que Dios te ilumine en tu camino, para que aprendas el goce sublime de cumplir en tu vida el inapreciable plan original de Dios.
La autora es escritora y vive en Thousand Oaks, California.