“Para dar luz a los que habitan en tinieblas y sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz” (Lucas 1:79).
El niño ansioso
La mamá de Anita estaba muy preocupada porque su hija de cinco años sorpresivamente se puso tensa, irritable y se negaba a gritos a subir al columpio, algo que antes le producía mucho placer. “¿Qué le pasa a mi hija?”, me preguntó angustiada. Indagué por los sucesos ocurridos en los días en que Anita cambió. La mamá recordó que una noche, estando sola con la niña (el esposo había viajado), hubo una tormenta con muchos truenos y relámpagos, mientras le contaba una historia bíblica. La historia trataba del momento en que Jesús y sus discípulos navegaban por el mar y se desató una fuerte tormenta. La mamá usaba un franelógrafo donde colocaba las figuras del mar embravecido, las nubes y los rayos, y Jesús y los discípulos en la barca. En esos momentos un rayo cayó cerca de la casa, e hizo oscilar la lámpara del techo. La madre se asustó mucho, igual que Anita. A partir de ese momento la niña sentía pánico cuando se balanceaba en el columpio. ¿Qué había ocurrido? Anita relacionó el movimiento oscilatorio con el susto vivido, experimentando un fuerte miedo que se llama fobia. Le pedí a la madre que cambiara las figuras de la tormenta del franelógrafo por otras bonitas y agradables, que tranquilizara a la niña y no la obligara a subir al columpio. En algunos días más, Anita se recuperó y volvió a gozar felizmente de los movimientos del balanceo de un columpio colgado del árbol del patio.
Ricardo, de 8 años, va a la escuela y estudia piano e inglés. Cómo es muy responsable, dedica mucho tiempo al estudio y casi no tiene tiempo para jugar. La mamá le prometió que si era el primero de la clase iba a recibir un piano de regalo. El niño se esforzó y logró el primer lugar, pero luego la madre le dijo que no le iba a comprar el piano porque quizás él podría dejar de estudiar. Entonces Ricardito empezó a tener dolores de cabeza, dificultades para dormir, problemas para concentrarse, y se sentía cansado y sin ganas de nada.
Estos casos y otros forman parte de lo que se denomina los “trastornos de ansiedad”, un problema muy frecuente en los niños que sufren estrés. Según las estadísticas, la prevalencia de estos malestares en la infancia oscilan entre un 5.6 por ciento y un 21 por ciento,1 siendo más alto en las niñas que en los niños.
¿Qué es la ansiedad? Es un estado de aprensión, tensión e intranquilidad que se experimenta ante una amenaza. Es normal cuando existe un peligro real, pero se convierte en un problema cuando no existe ningún peligro real pero se vive como si lo hubiera, apareciendo entonces los síntomas de este desarreglo emocional. Hay síntomas psicológicos y físicos. Entre los primeros se encuentran las preocupaciones, temores, irritabilidad, impaciencia, problemas de concentración, etc. Los síntomas físicos más importantes son la taquicardia, la sudoración excesiva, la tensión muscular, los temblores, las náuseas, la diarrea o el estreñimiento, y el comerse las uñas.
Tipos de ansiedad
Todos los niños sienten ansiedad de una o de otra forma. Es normal que un niño se sienta ansioso o angustiado, por ejemplo, entre los 8 meses y la edad preescolar, cuando se separa de sus padres o de otros seres queridos. Los niños pueden tener temores de corta duración, como el miedo a la oscuridad, a las tormentas, a los animales o a las personas desconocidas. Sin embargo, si las ansiedades se vuelven severas y comienzan a interferir con las actividades diarias, tales como asistir a la escuela y hacer amigos, los padres deben solicitar una evaluación y el asesoramiento de un psicólogo infantil.
Los trastornos de ansiedad en los niños pueden manifestarse de diferentes formas. Los más comunes son los miedos, el estrés generalizado, la fobia social, los trastornos obsesivos compulsivos y el estrés postraumático. La fobia social es un miedo persistente y de extremada timidez a situaciones sociales, que es diferente a las fobias específicas como el caso de Anita. En los niños pequeños la fobia social la expresan con llanto, pataleos, parálisis temporales y un apego a un adulto; en tanto, los niños mayores aparecen con dificultades en la escuela, resistirse a ir o evitar actividades con sus compañeros. El trastorno obsesivo compulsivo es cuando los niños tienen ideas no deseadas que se repiten frecuentemente (obsesión) y conductas incontrolables como lavarse las manos repetidamente, contar objetos o estar revisando algo repetidamente (compulsión). Por su parte, el estrés postraumático es cuando el niño siente miedo y terror asociado con recuerdos de un trauma pasado. Un trauma es una acción que el niño vivió o presenció y que le impactó fuertemente en forma emocional, como por ejemplo el abuso sexual o la violencia en el hogar. Se manifiesta con pesadillas, recreando el trauma en sus juegos, actuando como anestesiado, paralizado o distante en ciertas circunstancias.
El estrés generalizado es cuando se preocupa excesivamente por muchas cosas a la vez, como le ocurrió a Ricardo. Aquí no hay un punto específico que lo preocupe, sino un cúmulo de cosas, por ejemplo, preocuparse excesivamente por hacer las cosas bien o por problemas del futuro. En este tipo de ansiedad, los niños se vuelven perfeccionistas, inseguros, con fuerte temor al fracaso, perdiendo la paz interior, viviendo con angustia.
¿Qué pueden hacer los padres?
Es importante que los padres que observan en sus niños indicadores o síntomas de ansiedad consulten a un psicólogo o a un psiquiatra infantil para que pueda recibir un diagnóstico específico y tomar las medidas del caso. El tratamiento a tiempo puede prevenir muchas dificultades presentes y futuras, como pueden ser el fracaso escolar, el desarrollo de sentimientos de baja autoestima, o el hecho de perder amistades o incapacitarse para desenvolverse adecuadamente en el medio social.
Los tratamientos profesionales para la ansiedad pueden incluir psicoterapia individual o familiar, medicamentos y otras medidas que puedan ayudar a disminuir las causas del estrés, como realizar actividades que canalicen las energías en forma saludable.2 También hay cosas que pueden hacer los padres para guiar a los hijos “por el camino de la paz”, como dice el texto del Evangelio que aparece más arriba. Indicamos algunas sugerencias que pueden resultar útiles.
- Cree una atmósfera de paz y alegría en su hogar. Evite discusiones, peleas, gritos y toda forma de violencia que implique un estado de tensión y malestar. Por lo contrario, procure que domine en el hogar un clima de tranquilidad, de estabilidad y de buen humor.
- No sobrecargue de actividades a su hijo. Hay niños de agenda completa, que viven en el continuo estrés de hacer todo y bien. Es importante que el niño cumpla sus compromisos básicos, pero que también tenga tiempo para jugar y disfrutar de la vida.
- Refuerce la autoestima del niño. Trasmita la idea de que los problemas pueden superarse, que Dios está dispuesto a ayudarnos, que no hay que temer, sino confiar en los propios recursos, en la ayuda de la familia y de otras personas que nos quieren.
- Más que preocuparse, ocúpese. Es bueno que el niño cumpla sus compromisos, pero que no viva obsesionado por lo que tiene que hacer mañana. “Cada día trae su propio mal”, dice la Biblia. No agreguemos a los males del presente los del futuro.
- Tenga una dieta sana. Evite las bebidas sodas con “cola”, el café, el té u otras sustancias con estimulantes. Tampoco ayuda al estrés las comidas muy condimentadas, rápidas y la ingesta excesiva de dulces, nieves, pasteles o pan dulce. Lo mejor es una alimentación a base de fibras, frutas y vegetales, especialmente ricos en el complejo B (por ejemplo: legumbres, salvado, avena, semillas) y en vitamina C (tomate, cítricos, kiwi, melón).
- Brinde seguridad y confianza a su hijo. Es muy importante que el niño sienta el apoyo y tenga confianza en sus padres. Ese sentimiento es básico para ahuyentar los miedos y enfrentar las dificultades.3
- Confíe en Dios. “Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (S. Mat. 6:30). Es la reflexión que hace Jesucristo, exhortándonos a confiar en la ayuda del Todopoderoso.
El autor es doctor en Psicología y decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de Montemorelos, México.