Quiénes somos está estrechamente ligado a nuestro origen como raza y esto es un asunto que ningún ser humano pensante puede ignorar.
Una amiga del famoso escritor y literato británico C. S. Lewis le preguntó en una ocasión cómo es que alguien tan inteligente como él podía creer en Dios. Lo que Lewis demostró con su perspicaz producción literaria es que sería extraño que una persona inteligente e informada se resignara a la incertidumbre de una vida sin Dios.
Una persona inteligente no tiene que resignarse a escoger entre la disyuntiva de una ciencia atea y un cristianismo ciego e ingenuo. Investigaciones y postulados recientes demuestran que el creacionismo tiene incontables defensores en el campo de la ciencia. Más y más científicos reconocen que la creación no solo es posible, sino que es la única conclusión a la que se puede llegar respecto a la vida en el universo.
Dos astrónomos ateos, los Drs. Fred Hoyle y Chandra Wickramasinghe se dedicaron a analizar las posibilidades de vida por medio de modelos matemáticos, bajo la presuposición de que el universo tenía 20 mil millones de años. Calcularon todas las posibilidades y llegaron a la conclusión de que la probabilidad de que la vida surgiera por sí sola igualaba a cero. El Dr. Hoyle lo expresó así: “Es igual que la probabilidad de que un tornado, soplando por un basurero, construyera un Boeing 747”.1
El Dr. Henry Schaefer, postulado cinco veces para el premio Nóbel, dijo lo siguiente después de evaluar la evidencia a favor de una causa exterior al universo: “Tiene que existir un Creador. Debe tener un poder y sabiduría pasmosos, además de ser amante y justo”.2 El Dr. Arthur Schawlow, ganador del premio Nobel en Física en 1981, declaró por su parte: “Encuentro en el universo una necesidad de Dios y también encuentro esa necesidad en mi propia vida”.3 La Dra. Elaine Kennedy explica que habría mucho más apoyo para el creacionismo si no se le impusieran a los datos puros de la ciencia la estructura obligada por la evolución.
El convencimiento al que han llegado éstos y muchos otros científicos toca cuerdas importantes de nuestros sentimientos, porque se refiere a nuestro concepto más profundo de identidad. Quiénes somos está estrechamente ligado a nuestro origen como raza y esto es un asunto que ningún ser humano pensante puede ignorar. Como creyente, vemos que a Dios se llega de dos direcciones convergentes, del estudio sin presuposiciones del universo en que vivimos, y de la revelación que él ha hecho de sí mismo en las Escrituras. Y cuando se llega hasta él, la vida cobra un sentido de plenitud y de certidumbre que supera las posibilidades y propósitos de la ciencia.
El tema de nuestro origen es central en las Escrituras. La creación no sólo es el tema de los primeros dos capítulos de Génesis, sino que el mensaje final de Dios a los seres humanos la vuelve a presentar como un elemento clave (Apocalipsis 14:6-12). La función creadora de Dios es lo que lo distingue de dioses falsos y es la piedra de toque de las creencias del pueblo final de Dios sobre esta tierra. “Porque así dijo Jehová —declara Isaías—, que creó los cielos; él es Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó: Yo soy Jehová, y no hay otro” (Isaías 45:18). Lo que es maravilloso es que ese único Dios que nos creó es un Dios personal, interesado en comunicarnos noticias de nuestra genuina identidad como sus hijos.
¿Quién eres tú? Una criatura de un Dios que te ama.
El autor es director de El Centinela.