Hoy en día, muchos jóvenes se alimentan presionados por el deseo de ser lindos y famosos. Pero hay una forma distinta de ver las cosas.
A propósito del tema de la página 3, Félix Guattari, un famoso psicoanalista francés, planteaba que la lucha más cruel y deshumanizada que se está realizando en estos tiempos, es la lucha por la mente humana, fundamentalmente en el plano del deseo. Hoy en día, nada escapa a la tiranía del mercado. La alimentación no ha sido una excepción: Dejó de ser una necesidad fisiológica, dictada por el hambre y la saciedad, para convertirse en un producto determinado por el deseo de ser bello o bella, según las determinaciones de la cultural imperante. Es decir, desde el sistema capitalista se inducen ciertos deseos sobre otros, de modo tal que el sistema mismo después provea aquellos productos u objetos que vengan a cubrir la satisfacción de ese deseo. La dieta aparece sobre la base de esta estrategia política, generadora de deseos para lograr satisfacerlos.
Así, especialmente los jóvenes caen en esta trampa, urdida sutilmente por los arquitectos del deseo.
Esto es muy cruel. Y sobre todo, muy destructivo, porque al poner como supremo valor el deseo por un tipo de belleza dictada por personas cuyo único objetivo es que se consuman los productos que ellos ponen en el mercado, descuidan los verdaderos valores que hacen crecer al ser humano.
Hoy en día, muchos jóvenes se alimentan presionados por el deseo de ser lindos y famosos. Pero hay una forma distinta de ver las cosas: Hay valores identificados con las reales necesidades del organismo y que deberían ser los genuinos móviles de una sana alimentación. El Dr. Carlos Mussi, médico psiquiatra del Sanatorio Adventista del Plata, Entre Ríos, Argentina, presenta varios valores que hay que rescatar de la alimentación. Por ejemplo, el valor ético del cuerpo, es decir, pensar qué es lo que hace bien y qué es lo que hace mal. El valor cenestésico, es decir, cuáles son las necesidades reales del organismo, a partir de las cuales uno pueda proporcionar los nutrientes necesarios para poder hacer funcionar adecuadamente los procesos fisiológicos. El valor kinestésico, esto es, qué darle al cuerpo para que se mueva con agilidad y gracia. Y aun el valor hedonista, que significa no comer por placer, sino experimentar placer en el comer.
Pero hay un valor trascendente que nace de la declaración bíblica de que el cuerpo es el templo del Espíritu Santo y que hemos sido creados a “imagen y semejanza de Dios” (Génesis 1:26; 1 Corintios 6:19). Esto significa que en la medida en que podamos conectarnos con este sentido sagrado de la vida humana, el respeto por el cuerpo adquiere un valor sublime y concede al individuo una nueva dimensión espiritual de la salud. Esta vida espiritual del creyente le da acceso a preciosos dones como el perdón (ver el artículo de Marvin Moore, p. 6).
Pidámosle a Dios que limpie nuestra mente de cualquier mandato mundano que arruine nuestra salud física, mental o espiritual. Un sano comportamiento alimentario debe integrar todas estas dimensiones del ser humano, y especialmente la dimensión sagrada de nuestro cuerpo, porque es el deseo de Dios que seamos plenamente saludables (ver 3 Juan 2).
El autor es editor asociado de El Centinela.