Está más cerca de lo que pensamos
Iván era un profesor universitario, pero debido a la necesidad y las circunstancias, se vio obligado a cortar árboles con una motosierra en las montañas de Arkansas. Ni sus manos, ni sus músculos, ni su espíritu estaban preparados para el esfuerzo que aquel trabajo, apropiado para hombres endurecidos, exigía.
La motosierra pesa más de 40 libras, y la vibración y la exigencia de mantenerla en suspenso todo el tiempo sometieron su cuerpo a un cansancio extremo para la hora del almuerzo. Pero el efecto sobre sus manos era lo peor. Tenía manos finas de intelectual, no callosas de campesino, y para mediodía estaban literalmente agrietadas y sangrantes. Cuando asía la sierra para trabajar, caían gotas de sangre.
Volver al trabajo después del almuerzo requirió un esfuerzo heroico. Esa tarde, el calor, la sed, el cansancio y la fiebre que se apoderó de su cuerpo sometieron a dura prueba la fortaleza de su espíritu. Sólo el sentido del honor y del compromiso que había adquirido desde la juventud lo sostuvieron en el trabajo. Mantenerse de pie ya era una victoria.
A la puesta del sol llegaron al campamento, y poco después de cumplir los deberes ineludibles de rutina, cayó en la cama. “Dulce es el sueño del trabajador” dice la Biblia (Eclesiastés 5:12), y es verdad. Pero existe un nivel de cansancio extremo, unido con el dolor y la fiebre, que hace que el cuerpo no puede relajarse. Iván pasó la noche entera en vela. Cuando sonó el despertador para levantarse, a las cuatro de la mañana, le pareció el toque de la muerte.
Cuando el cuerpo y la mente han llegado al extremo del agotamiento, no es fácil encontrar descanso.
Necesidad humana de reposo
La humanidad se encuentra hoy prisionera de un estilo de vida dominado por la prisa, el trabajo y el temor. De hecho, Clifford Goldstein1 dice que este estilo de vida amenaza con destruir al individuo, a las familias, a las iglesias y a la nación. La humanidad está tan ocupada trabajando para tener cosas materiales, que no tiene tiempo para lo más importante: la vida. Y es que desprecia la vida el que no cuida su cuerpo, su salud, su familia, su iglesia, su patria y su relación con Dios.
Al menos en Norteamérica, los padres están tan ocupados consiguiendo cosas, que no pueden dedicar más que 37 segundos al día para hablar con sus hijos, y muy poco más con sus cónyuges. Como resultado de esto, el divorcio, el abandono del hogar, el abuso, el estrés, la soledad, la rebelión y la caída de los hijos en el mal que destroza el corazón de los padres, están destruyendo a la nación. Esto se debe, en gran medida, a que la sociedad en general, y las iglesias y los cristianos en particular, han olvidado el mandamiento divino que ordena reposar un día de cada siete para tener tiempo para vivir.
Henry David Thoreau dijo: “Las masas humanas viven vidas de quieta desesperación”. Ni en sueños descansa la humanidad del siglo veintiuno. El mismo autor mencionado antes cita a un escritor religioso que llamó a este olvido “el pecado más común y barato, de venta en prácticamente cada iglesia de Norteamérica”.2
Sábado: el palacio del tiempo
Dios estableció un mandamiento para darles a sus hijos tiempo para vivir; es decir, para vivir con ellos mismos, con su familia y con su Dios. Es el cuarto mandamiento de la ley de Dios, que dice: “Acuérdate del sábado, para consagrarlo. Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo será un día de reposo para honrar al Señor tu Dios. No hagas en ese día ningún trabajo, ni tampoco tu hijo, ni tu hija... Acuérdate de que en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y que descansó el séptimo día. Por eso el Señor bendijo y consagró el día de reposo” (Éxodo 20:8-11, NVI).
Cuando Dios estableció el mandamiento del día de reposo, lo hizo para proteger un ingrediente esencial de la existencia: el tiempo. Abraham Joshua Heschel dijo que “el tiempo es el corazón de la existencia”.3 El problema de la falta de tiempo para cuidar lo más significativo de la vida se debe a la distorsión que ha producido el descuido del mandamiento de reposo establecido por Dios.
Reposar el séptimo día de la semana es como si se entrara al palacio de la paz. Durante seis días el hombre trata de dominar el mundo, en el séptimo día aprende a dominar el yo. Esto sólo es posible porque observar el sábado conforme al mandamiento es entregarse a Dios en espíritu, alma y cuerpo.
El sábado: el palacio de la paz
Cuando el cristiano entra al reposo del sábado, es como si entrara al palacio de la paz para encontrarse con Dios. Al santificar el sábado, es decir, al ponerlo aparte como un día santo, para honrar y adorar a Dios, encuentra la paz de la presencia de Dios.
Santo Tomás de Aquino se refirió al reposo del sábado así: “un día de vacaciones con Dios. Vacaciones con Dios. ¡Qué concepto! ¡A quién no le gustaría pasar tiempo con un Dios así!”4 Cuán necesarias son esas vacaciones con Dios para el hombre actual. Es una pausa en la rutina, una oportunidad de hacer lo que la vida moderna no permite: vivir en paz, vivir con aquellos que amamos —nuestra familia y Dios— descansar y renovarnos, relajarnos.
Las vacaciones con Dios, o sea el descanso sabático, producen una renovación espiritual. ¿Por qué? Porque fuimos constituidos desde el principio para descansar con Dios en un día bendito: “Al llegar el séptimo día Dios descansó, porque había terminado la obra que había emprendido. Dios bendijo el séptimo día y lo santificó, porque en ese día descansó de toda su obra creadora” (Génesis 2:1-3, NVI).
Un día para renovar la seguridad y la esperanza
El Dr. Victor Frankl , famoso psiquiatra vienés, según cuenta Gregory P. Nelson, vio en un campo de concentración el significado de la esperanza. Un día un compañero de prisión le contó que una voz escuchada en un extraño sueño le prometió contestar cualquier pregunta que hiciera. El hombre dijo que deseaba saber cuándo sería liberado del campo de concentración, y la voz le dijo que el 30 de marzo. El hombre despertó de su sueño temblando de emoción ¡El 30 de marzo estaba a pocas semanas!
Bajo las torturantes condiciones del campo de concentración, el hombre tomó muy en serio el sueño, creyendo con todo su corazón que el 30 de marzo vendría la salvación. Pero a medida que se acercaba el 30 de marzo y las noticias seguían siendo desalentadoras, el hombre se enfermó. El 31 de marzo, un día después de la fecha esperada, el día que murió su esperanza, el hombre murió también. La causa física fue el tifo, pero el Dr. Frankl cree que fue la súbita pérdida de la esperanza, el severo chasco, lo que bajó la resistencia del hombre a la infección.5
Y como sigue reflexionando el mismo autor. Es por eso que el sábado es importante para nosotros. Nos trae una reafirmación semanal de la seguridad y la esperanza de que nuestro origen y nuestro destino están asegurados en Dios.6 No hay mayor motivo de esperanza y de paz que el saber que tenemos resuelto el problema del pasado y del futuro. Nuestro pasado es divino y nuestro futuro también. Por lo tanto, estamos seguros. Todo el espacio dentro del ser está dominado por la esperanza. No hay lugar para el temor y la desesperación. Todo eso lo experimentamos cuando descansamos en obediencia al mandamiento de Dios.
Una promesa segura
Dios está interesado en nuestro bienestar. Dio el sábado de reposo para que fuera una bendición para nosotros. Al hombre moderno, hastiado de males, le dice: “Esto es lo que dice el Señor, tu Redentor, el Santo de Israel: Yo soy el Señor tu Dios, que te enseña lo que te conviene, que te guía por el camino en que debes andar. Si hubieras prestado atención a mis mandamientos, tu paz habría sido como un río; tu justicia, como las olas del mar” (Isaías 48:17, 18, NVI).
Ciertamente “el mandamiento olvidado” es importante. La cristiandad lo ha olvidado, con grave perjuicio para los cristianos. Difícilmente se puede encontrar un mejor remedio para traer bendición eterna a las familias y a cada individuo. El sábado ofrece la perspectiva de vivir con esperanza en un mundo desesperado, y con paz en un mundo que está dominado por el odio y el temor, que son la causa de las guerras.
El sábado resuelve el problema del temor del futuro, porque nos da la seguridad de que el Creador del mundo arruinado por el pecado está a punto de crear un nuevo mundo donde ya no existirá el problema del pecado. Es el mensaje que nos trae el sábado cada semana. Es el mensaje que se ha estado proclamando a la humanidad durante miles de años. Acordémonos del “mandamiento olvidado” en obediencia a la voluntad de Dios.
El autor es director editorial de la Asociación Publicadora Interamericana, con sede en Miami, Florida.