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La satisfacción del cliente es una de las principales garantías que hoy día toda empresa ofrece al consumidor para poder sobrevivir en un mercado tan competitivo como el actual. Recientemente me enteré que al menos una iglesia en el sur de California aplica el mismo principio de la “satisfacción del cliente” en relación al bautismo.

En esta iglesia particular, se le brinda al prosélito una variedad de maneras en las cuales puede recibir el bautismo. Se le pregunta: ¿cómo desea usted que se le administre el bautismo?, y se le permite seleccionar el método de su preferencia. He aquí las opciones: (1) El bautismo por aspersión, es decir, se le rocía a la persona un poco de agua sobre la cabeza. (2) El bautismo con aceite, en el que el ministro le aplica un poco de aceite en la frente al candidato a bautismo, y marca la señal de la cruz. (3) El bautismo por afusión, que conlleva el vertimiento de agua sobre la cabeza del creyente. (4) El bautismo por inmersión, que consiste en sumergir todo el cuerpo del candidato en el agua.

La pregunta que cabe hacerse es: ¿Debería cada persona ejercer su propio criterio al seleccionar la manera en que recibe el autismo? ¿Cuál es la enseñanza de las Sagradas Escrituras respecto al bautismo? ¿Nos da la libertad de escoger la forma en que somos bautizados? Analicemos el tema.

La necesidad de purificación

Siempre el agua ha sido vista como un elemento purificador. Por eso, antiguamente se establecieron lugares de baños sagrados, que no eran otra cosa sino centros de limpieza ritual, practicada con la intención de aliviar el sentimiento de culpa enraizado en el corazón humano. Estos centros estaban estratégicamente ubicados en las riberas del río Ganges en la India, del río Éufrates en Babilonia y del río Nilo en Egipto, y atraían a miles de personas en busca de la purificación personal por medio del agua.

Según la Biblia, Dios utilizó diferentes formas simbólicas para proporcionar a la humanidad la oportunidad de apropiarse del único medio de purificación provisto por el cielo, es decir, la sangre de Cristo derramada en la cruz del Calvario.

La purificación ceremonial en Israel

La ley ceremonial en Israel establecía la circuncisión como símbolo o señal de pertenencia; pero también prescribía el uso del agua como medio de purificación ritual. Es más, Dios prometió a los israelitas que regresaban del exilio purificarlos por medio del agua antes de incorporarlos una vez más a su pueblo. En Ezequiel dice: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré” (Ezequiel 36:25). Se cree que los exiliados al cruzar el Jordán se sumergían (se bautizaban) en el río antes de entrar y reunirse con el pueblo. También en Israel se practicaba el bautismo de prosélitos. Éste era similar al bautismo cristiano, pero solo tenía como propósito incorporar a los gentiles a Israel, no salvarlos.

El bautismo de Juan

El Nuevo Testamento comienza con la predicación de Juan el Bautista. Éste predicaba vehementemente a orillas del río Jordán e invitaba a las personas a arrepentirse de su vida de pecado y a ser bautizadas como señal de su arrepentimiento (ver S. Mateo 3:1-6).

Cuando Jesús vino a Juan para ser bautizado, éste inmediatamente reconoció que Jesús era diferente a todas las demás personas. El Evangelio de Mateo relata el encuentro de la siguiente manera: “Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (S. Mateo 3:13-17).

El bautismo de Jesús

Desde la lodosa ribera del río Jordán se desprenden preciosas gemas que enriquecen nuestra vida espiritual. Juan el Bautista cada día estaba en contacto con personas que evidenciaban en sus rostros la maldad y no podían ocultar las huellas de su vida inmoral. A diferencia de éstas, Juan vio en el rostro de Jesús pureza y santidad. Se resistió a bautizarlo porque reconoció que Jesús no tenía nada de qué arrepentirse.

Una conocida autora escribió: “Jesús no recibió el bautismo como confesión de culpabilidad propia. Se identificó con los pecadores, dando los pasos que debemos dar, y haciendo la obra que debemos hacer”.1 En pocas palabras, Jesús fue bautizado para enseñarnos a usted y a mí a reconocer la centralidad del bautismo en el programa de Dios, a fin de que podamos apropiarnos de los beneficios de su gracia salvadora.

El bautismo cristiano

Debido a que el tiempo de su ministerio sobre la tierra era limitado, todo lo que Jesús hacía y decía tenía un propósito definido. Su bautismo no fue la excepción. Es por eso que el bautismo cristiano tiene que basarse en la enseñanza y el ejemplo del Maestro. Así como él inició su ministerio con su bautismo, nuestra propia experiencia bautismal es una iniciación en la fe cristiana y el inicio del camino hacia el cielo.

También es importante el hecho que Jesús fue bautizado por inmersión. La palabra original traducida “bautismo” (baptizo, en griego), significa “zambullir” o “sumergir”. Es decir, para que el bautismo sea verdadero, todo el cuerpo debe ser cubierto por el agua. La Biblia nos dice: “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua” (S. Mateo 3:16). Había descendido al agua y había sido sumergido en ella. Todo esto fue con el sagrado propósito de enseñarnos algo superior que el apóstol Pablo luego nos explicó en detalle al decir: “Porque somos sepultados juntamente con él [Jesús] para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:4).

Para que el bautismo sea bíblico, válido y una alusión viva al sacrificio sustitutivo de Jesús, necesita ser por inmersión, pues debe figurar la muerte, la sepultura y la resurrección de Cristo. De lo contrario no cumple ningún propósito. Nos identificamos con la muerte de Cristo a través del bautismo cuando morimos espiritualmente y renunciamos a la vida de pecado y le damos al Espíritu Santo la oportunidad de transformar nuestra vida. Participamos de su sepultura cuando el ministro oficiante nos sumerge en el agua, y participamos de su resurrección cuando salimos del agua para vivir una vida nueva en Cristo.

Los registros bíblicos y seculares establecen que esta era la forma de bautismo que practicaba la iglesia cristiana del primer siglo. Por ejemplo, existe un documento que registró un bautismo que ocurrió en el año 100 d.C. en la ciudad de Roma y dice: “El diácono levantó su mano, y Pablius Decius entró por la puerta del bautisterio. Parado con el agua hasta la cintura estaba Marcus Vasca, el vendedor de madera. Sonreía mientras Pablius entraba a la pila. ‘¿Crees?’ preguntó. ‘Creo —respondió Pablius—Yo creo que mi salvación viene de Cristo Jesús, quien fue crucificado bajo Poncio Pilato. Con él yo muero para poder tener vida eterna con él’. Entonces sintió los brazos fuertes que lo sostenían a medida que se acostaba en la pila y escuchó la voz de Marcus ‘Yo te bautizo en el nombre de Jesús’, a medida que el agua fría lo cubría”.2

La documentación bíblica y extrabíblica es abundante para demostrar que el bautismo por inmersión es la forma genuina del bautismo cristiano. Cuando usted se bautiza por inmersión y en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, sucede algo maravilloso. Recordemos que cuando Jesús fue bautizado, el Padre habló desde el cielo y dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (S. Mateo 3:17). De manera similar, en ocasión del bautismo, a la vez que somos lavados y purificados de nuestros pecados, somos aceptados como hijos e hijas de Dios y Dios también se complace en nosotros.

El bautismo y la salvación

¿Es importante bautizarnos para ser salvos? ¿O es suficiente que creamos? Jesús nos dijo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (S. Marcos 16:16). Esto no da espacio a la duda. Como evidencia y expresión de la fe, usted necesita bautizarse.

En su diálogo con Nicodemo, Jesús señaló: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (S. Juan 3:5). Jesús dijo que es imperativo aceptar su muerte, sepultura y resurrección y manifestarlo a través del bautismo, al igual que permitir que el Espíritu Santo transforme nuestra vida.

¿Qué debo hacer?

En cierta ocasión visité a una dama en su octavo mes de embarazo. Ella deseaba ser bautizada, pero me preguntó si lo podía hacer después de su alumbramiento. Había razones válidas para esperar, pero sentí en mi corazón que debía bautizarla esa misma semana, y así fue. Un mes más tarde, debido a una complicación inesperada durante el alumbramiento, y a pesar de todos los esfuerzos del médico, María murió. Fue muy triste, pero todos quedamos con la seguridad de su salvación y confiados en la promesa de la resurrección en Cristo.

¿Qué en cuanto a usted? Si todavía no se ha bautizado por inmersión en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, tome la decisión hoy mismo para que Dios perdone todos sus pecados y para que también usted tenga asegurada la salvación que sólo Cristo puede brindar. La Sagrada Biblia le invita con las siguientes palabras “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16).

1Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 85. 2Time, 5 de diciembre de 1959.


El autor es evangelista de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en el sureste de California.

El bautismo cristiano y la salvación

por Yohalmo Saravia
  
Tomado de El Centinela®
de Enero 2007